El Real Valladolid sale del descenso gracias a un empate ante el Real Madrid que termina de dinamitar la Liga

Por algún extraño motivo, se hizo el silencio antes del estruendo. La expectación embargó una voz, la apagó, como si fuera la del público en la suerte suprema de dar muerte al astado en la plaza. De pura concentración, no por falta de ganas de romper en un grito, al unísono, que al final llegó para despertar a todos cuantos dormían en Parquesol –niños, seguramente–.
El cielo amenazó con abrirse con el ritual que provocó el gol de Osorio, como si en lugar de destapar la caja de los truenos hubiese abierto la puerta de algún local de moda o como si hubiera sido la señal para que la tribu comenzase su danza de apareamiento. Más de uno, seguramente, no lo hizo por decoro –el aparearse–, y por evitar la correspondiente multa, pero no es descabellado pensar que dentro de nueve meses, en Valladolid, habrá algún registro bajo el hombre de Humberto.
Al colombiano, desde el calentamiento, se le puso cara de Aguirre –el del gol en el Benito Villamarín, justo donde se debe dar el siguiente paso hacia la salvación–. La jugada, de manual, más viendo el paso atrás del Real Madrid, mitad por miedo y mitad por aplastamiento, pasaba por meter a un segundo hombre en el área.
Y funcionó.
No deja de resultar cuanto menos paradójico que ‘El Zorro’, apelativo que hace referencia a un héroe más bien mundano, acabara con la banda de Cristiano Ronaldo, aquel a que en algunos momentos de su trayectoria han tenido a bien apodar ‘El Caballero Oscuro’. En su particularidad, fue una oda al caos, pues era poco previsible que entre Javier Baraja y él, habituales secundarios, pusieran patas arriba la Liga con un centro medido y un cabezazo inapelable a la red.
Aunque, en el fondo, tampoco es tan extraño ver cómo un personaje llamado a ser complementario termina siendo incidental, protagonista; histórico, incluso. Baste pensar en un ejemplo tan definitorio como el de Heath Ledger, que fagocitó el film que lleva por título precisamente el alias de Cristiano, ‘El Caballero Oscuro’. Sin desmerecer a Bale –no Gareth, Christian, un muy buen Batman–, si la cinta va a ser recordada a perpetuidad es por cómo el ya fallecido actor encarnó el papel de Joker; como nadie jamás.
Y en eso, precisamente, se erigió el Real Valladolid, en el Joker. En un “agente del caos”, como se reconoció a Harvey Dent en la cama del hospital en la que ‘El Caballero Blanco’ se quedó postrado después de que triunfase uno de sus planes. O, bueno, mejor dicho, después de darle la vuelta a uno de los planes de ‘los buenos’, que es a lo que el payaso se dedica.
Ante la posibilidad de que se desplegasen las alas blancas, Juan Ignacio dobló precauciones. Frente a la magia de los hombres interiores que puso en liza el Real Madrid, la solidaridad de los blanquivioletas impidió su lucidez. Cuando más requerían de la posesión, del control, se adueñaron del balón. Y cuando tocaron a arrebato, al ver la Liga perdida, se acercaron al frenesí a la contra.

Sucede que el Pucela resultó ser un genio maligno, que ha revolucionado la competición dos veces, primero con la victoria ante el Fútbol Club Barcelona y luego al arañar el empate a los de Carlo Ancelotti. A este, por cierto, como el Joker a Dent, lo convirtieron en ‘Dos Caras’. La primera, la cabal, la lógica, resultó ser ambiciosa, ya que pasó por poner lo mejor que tenía sobre el campo en busca del triunfo. La segunda, la oscura, fue reservona.
La entrada de Morata por Cristiano –que sintió molestias en la rodilla en la que sufre una tendinitis puñetera– fue lo único lógico que hizo. Luego, y como ya adelantó el marcador de Zorrilla en el partido ante el Espanyol, introdujo a Illarramendi por Isco. Poco después, en un nuevo ataque de entrenador pequeño –se mire como se mire, acabar defendiéndote así ante un equipo en descenso lo es–, metió a Marcelo por Benzema y se quedó sin margen de maniobrar.
Bien es verdad que tampoco se lo dio el Pucela, pues marcó a falta de cinco minutos para el final. Que no renunció a jugar con un delantero, porque Morata pasó a ocupar el frente del ataque. Que Marcelo también puede actuar como extremo y que, si bien no vale cuanto pagaron por él, Illarra es un buen jugador. Que disculpe este último la expresión, pero a toro pasado es fácil hablar, ciertamente, pero un equipo que aspira a ganar tres títulos jamás debe terminar así, desdibujado y acongojado (y no por este orden).
En su diatriba con Harvey Dent, antes de volar el hospital, el Joker le invita a instaurar una anarquía. Y eso hizo Carlo Ancelotti. Lanzó la moneda al aire y dejó que esta decidiera que el Real Valladolid debía vivir. Con las permutas, alteró el orden previamente establecido por la ‘central lechera’, que veía al Real Madrid con marchamo de campeón, e hizo reinar el caos. Y, como decía también el ya manido payaso, este resultó justo: no lo habría sido que ganasen.
Lo intentaron, con un poco de vergüenza torera, por aquello de ser grandes, pero incluso pudieron volverse de vacío a la capital en un contraataque en el que Zakarya Bergdich eligió mal a la hora de seleccionar el final de la jugada. Habría sido la traca final, los fuegos de artificio y el triunfo mayor del malo de la película, de ese que no acaparará portadas allende los límites de la provincia, cuan personaje secundario y –sobre todo– olvidado.
Mientras el Real Madrid ganaba, todo iba según lo previsto. Cuando dejó de hacerlo, se desató una locura que duró hasta después del pitido final, con el que no todo el mundo quiso abandonar Zorrilla con celeridad. Alguno, más de uno, quiso inmortalizar el momento, sabedor de que el empate cosechado dinamitaba la pelea por el título y acercaba al Real Valladolid un poco más a la salvación.
Ya fuera, pudo ser la afición la que se disfrazase de Joker, como Osorio al Pucela, y preguntar a los aficionados blancos “¿por qué estáis tan serios?”, antes de enloquecer y hacerles unas cicatrices parecidas a las suyas. Sucede que todo eso –salvo la pregunta– ya había pasado dentro, pues pocas locuras se desatarán más este año que tras el empate ante el Madrid y solo no alcanzar ‘La Décima’ será una herida mayor que perder una Liga en Zorrilla.
