Con la sanción de Javi Varas cumplida y el retorno de Dani Hernández tras su experiencia con Venezuela, la portería del Real Valladolid espera el equilibrio en forma de continuidad de uno de sus ocupantes

Foto: Real Valladolid
La marejadilla ha pasado. La mar está en calma. O esa sensación da desde la lontananza. Una vez Javi Varas ha cumplido su sanción, provocada por la expulsión en su ansiado debut, y Dani Hernández ha retornado de su experiencia con la selección de Venezuela, se espera que en las próximas semanas nazca bajo el portal de Zorrilla la ansiada estabilidad.
Si el fútbol fuera cine, y con cada campaña se montase una película, las últimas darían para una sección de la Seminci, con sus buenos, sus malos y todo eso, básicamente porque el surrealismo que ha envuelto los últimos años al arco blanquivioleta bien podría ser considerado de autor.
La convulsión ha rodeado al puesto en la última década en varias ocasiones, con dudas con respecto a quién era titular, canteranos que aparecían de imprevisto o suplentes que terminaban por sumar un buen puñado de participaciones. El primero de ellos, a lo largo de estos diez años, fue Lledó, que en la 2004/05 arañó nueve partidos a Bizarri.
Aquella temporada, primera en Segunda tras el descenso de Fernando Vázquez, la empezó Kresic en el banquillo y la acabó Marcos Alonso. El intento de ascenso fue frustrado y, una temporada más tarde, el Real Valladolid incluso estaría a punto de bajar un peldaño más, a Segunda B.
El que ‘obró’ la permanencia, en Ferrol en pleno Mundial, fue Alfredo Merino, con su autogestión obligada por un vestuario con el que nunca se entendió. Debajo de los palos, empero, volvió a haber un habitual, aunque nunca un fijo: Albano Bizarri jugó 33 partidos, Lledó 9 y un joven Jacobo 3.
Y entonces llegó él; Mendilibar, y con él, el milagro del ‘Pucela de los récords’. Aunque ni siquiera aquel curso hubo una total estabilidad; siquiera, algo aproximado, toda vez que Alberto –hoy técnico del Alavés– disputó 37 envites, Jacobo ascendió a 7 y la perla de la cantera, Sergio Asenjo, se estrenó y participó en 2 (cifras siempre oficiales, que incluyen duelos coperos).
En los dos años que el equipo se salvó en la última jornada, primero en Huelva y luego en Sevilla, en aquel dramático encuentro ante el Betis, la alternancia fue casi total, primero con los 24 partidos de Asenjo, los 10 de Alberto y 9 de Butelle y luego con los 23 de Asenjo y los 17 de Justo Villar. Doce meses después el Real Valladolid descendería con el paraguayo formando parte del plantel y actuando en 25 ocasiones, por las Jacobo 15 y las Fabricio 3.

Como anteriormente había sucedido tras bajar a los infiernos, en la 2010/11 ninguno de los guardianes de la jaula halló una continuidad real. De los llamados a colocarse bajo palos a principios de curso, Jacobo lo hizo 23 veces y Justo 8. Pero aparecieron dos invitados sorpresa, Javi Jiménez, que jugó 19 partidos, y José Salcedo, con una única participación.
Antonio Gómez fue la apuesta perdida para el banquillo de Gorka Marqués, marido de una de las hermanísimas Saralegui. Torres Gómez fue técnico interino en el Mini Estadi, ante el Barça B, llegó Abel y, pese a su manera tan particular de dirigir, metió al equipo en play-off.
En Elche el Pucela acabó fuera, desquiciado, como su entrenador, y de Elche llegó ‘el de los calambres’, un Jaime indiscutible en el primer año de Djuka. Contra todo pronóstico, pues el proyecto era a tres años, el serbio logró el ascenso, con el de Valdepeñas disputando 42 envites y Dani Hernández 8.
Pero, en Primera, la cosa cambió, y el hispano-venezolano acabaría no solo discutiéndole la titularidad a Jaime, sino incluso jugando más –24 encuentros frente a 18–. Fuera por lo que fuese, Jiménez se vio fuera, lo que le llevó a protestar, durante el ejercicio y ya en el siguiente, bajo las órdenes de Juan Ignacio Martínez.
La situación se había vuelto tan insostenible que la dirección deportiva debía elegir entre uno y otro, ya que los arqueros no se hablaban. Y el sacrificado fue Dani, que salió cedido al Asteras Trípolis en una invitación a no volver. Su lugar lo ocupó Mariño, a quien le pasó algo parecido al manchego: empezó titular y acabó en el banco, viendo como Jaime le ‘robaba’ 12 partidos (el gallego jugó 28).
Y entonces llegó otro descenso. Y entonces llegó el verano.
Convulsiones desde verano

En Grecia Hernández no cuajó, y como tenía contrato, le tocaba volver. Volver para volver a marcharse, a priori, puesto que se llegó a decir, desde el entorno del club, que antes que con él se contaba con Julio Iricibar, flamante héroe del ascenso del Promesas a Segunda B y quien, curiosamente, tampoco valía el verano anterior. La meta parecía que estaría cubierta por los mismos inquilinos del año pasado, Mariño y Jaime, pero, ay, amigos…
Alguien se enrocó en las negociaciones por la renovación del hoy portero del Eibar y estas se fueron al traste. Un buen día el vigués dijo “oiga, que me voy”, y la dirección deportiva empezó a comprender que a lo mejor Dani Hernández se tendría que quedar, aun cuando incluso Rubi reconoció con la boca pequeña que buscaba otra cosa.
El sudamericano reaccionó con inusitada madurez –no porque fuera sorprendente; no era fácil–, trabajó a destajo en pretemporada y se ganó el puesto, ayudado por las dificultades para acometer el fichaje de Javi Varas y porque no tuvo ofertas.
Empezó como titular y mantuvo el estatus hasta que la lógica abrió la puerta a Varas, cuando se fue con Venezuela. Varas fue expulsado, Julio debutó y la sanción del sevillano le permitió otra vez jugar el fin de semana pasado, cuajando una actuación segura, de nuevo, madura. Pero, contra el Tenerife, Varas vuelve, por lo que se espera que el canterano que les acompaña juegue otra vez en Somozas. Ahora bien, ¿quién de los dos jugará? Si tienen a su favorito, no lo digan muy alto, que ya saben, as bruxas, hailas; no así tras la portería allos.
