El Real Valladolid se obceca en el vacío de la intensidad y abraza la Segunda División tras quedar apeado ante Las Palmas de la promoción
Y de repente dueles, otra vez. Como si no te hubiera sufrido bastante. Confundes amor con intensidad, el calor con el fuego. Y me quemas. Me vuelves a quemar, y te reprocho un cálido abrazo, como el que provoca un gol. Vuelves a doler porque te quiero. Aunque no quiero que duelas.
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El día de los héroes no fue tal. Pintaba en bastos la ocasión, pero la respuesta fue la misma de otras veces. Quizá porque no hubo siquiera una llamada al teléfono de la esperanza. ¿O fue así? En fin; no lo pareció. Cayó el Real Valladolid, y como otrora frente al Elche, se apeó del caballo que lleva a Primera malentendiendo la intensidad, perdido y perdiéndose tras una mejorable actuación arbitral.
Quizá alguno recuerde a Abel Resino y sus fulares. Aquellos que conocen el vestuario más de cerca recordarán el descanso del Martínez Valero, en el que se pasó de vueltas clamando un robo, lo que hizo que aquellos a los que entrenaba perdieran el poco pulso que quedaba. Un resuello que no hubo esta vez no porque Rubi pidiera sangre, o, de algún modo, sí.
Veamos. De Rubi se puede discutir que ejerce un liderazgo laxo, que parece ser de dejar hacer. Se alinea siempre con los suyos y, al menos de puertas para afuera, es paternal. Nunca una crítica, nunca una palabra más alta que otra; siempre caricias, aunque no se merezcan. En este contexto, de golpe y porrazo se topó con un equipo que reaccionaba con brusquedad a su tono pausado. Y lo abrazó. Craso error.
Como sucedió en Zorrilla, el Pucela acabó con nueve el partido en Las Palmas. Y qué curioso, que las dos expulsiones vienen de la misma jugada, aun no coincidiendo en el tiempo: en la jugada en la que Hernán Pérez es injustamente expulsado, Javi Varas protesta al colegiado y ve la amarilla. Después, en el penalti que comete, en el intento de morir matando, acabaría viendo la segunda.
Ya lo aventuraba el técnico en la rueda de prensa posterior a ese encuentro primero. Era el camino, vino a decir. Se equivocó; quedó demostrado que el ser ambicioso está reñido con el ser brusco. Intentando amedrentar no se llega a ningún lado, y él que es estudioso debería saberlo: no funciona ya aquello de que la letra con sangre entra. No había que querer más fuerte, había que querer mejor.
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Es tan irracional lo nuestro… Supongo que así es el amor. Que si duele es porque tiene que doler, aunque no entiendo la razón. ¿Por qué daña algo que calma, que alegra, que sana? ¿Por qué algo que puede ser tan puro de repente se vuelve tan oscuro? Yo quiero un amor que sea tranquilo, sosegado. Que se corresponda con mi forma de querer.
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Si un atisbo hubo durante la temporada de que el Real Valladolid fuera a ser algo, fue con Álvaro Rubio sobre el tapiz, escoltado por dos centrocampistas. Así sucedió en la ida, y así debió ser en la vuelta. Pero no, Rubio no jugó, ni Alfaro, el otro que hace jugar.
Aun sin Timor, Rubi se empecinó con un doble pivote arcaico, bueno para rechazar… y para ser rechazado. Visten tan bien Timor y Leão, o, para el caso, Leão y Sastre, que cualquiera puede caer en el engaño. Es como esa mujer fatal de belleza natural que perdona vidas por sistema, y que debe ser perdonada cuando abre la boca y quiere enamorar ella.
Ya. Es verdad. No habría recambio de haber jugado los tres. ¿Qué tal haber probado con dos medios, pero con Rubio en el pasto? Morir matando, pero “suavemente con mi jugón”. Porque, aunque se da por supuesto que había motivos para ese centro del campo, al albañil no se le puede pedir que ponga ladrillo y además trace los planos.
Tampoco Óscar facilitó que de la nada brotase un algo. Y, por ser justos, se ha de apuntar esto también, y quizá sobre todo, en su propio debe. Particular como es él, necesita más ser mimado que recibir la aprobación de su entrenador, y da la sensación de que tampoco aquí estuvo el blanquivioleta atinado, puesto que, números al margen, en los momentos claves no ha estado activado ni ha sido decisivo como debiera. Y cuando uno de tus mejores recursos en ataque pasa a ser Mojica…
Durante un tiempo lo fue, y funcionó, pero no todos los días son fiesta. El factor sorpresa se pierde cuando quien debe recibirla sabe dónde está el truco, y en la segunda vuelta no ha habido nadie que cayera en la trampa. Es como si un niño se tira el recreo pidiendo a los compañeros que le tiren del dedo. El primero cae; el segundo, despistado, también, pero el tercero pasa y los siguientes le dan de collejas.
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Me rompe el corazón; yo así no puedo. Esto no hay santo que lo aguante. Cuando pido ‘so’, siempre dice ‘arre’. Siempre hay un sinsabor, una nueva batalla que librar; un nuevo reto. Que difícil lo pone cuando decepciona. Qué decepción cuando lo pone difícil.
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Durante toda la temporada Rubi se ha resuelto como un estudioso. Conoce tal bien el libreto que parece difícil imaginar un futuro en el que no se le vea entrenando en Primera División. De momento, y aunque duela, todo hay que decirlo: ha dado señas de ser padre primerizo. Es tan cerebral que cuantas más variantes ha manejado más le ha costado, como si a veces lo más sencillo no fuera eso, precisamente, lo más fácil.
Pongamos por ejemplo el final contra la UD Las Palmas: necesitando un gol para pasar, retira a Roger del campo, cuando el cuerpo probablemente pedía juntarlo con Túlio de Melo. Cierto es que termina con Óscar, Pereira, Omar y el brasileño sobre el césped, además de Mojica, pero quedó la sensación de que faltaba remate en ese instante en el que la creación –como hemos dicho, inexistente– es, cuanto menos, un lujo innecesario.
No es esto cuestión de matar al técnico. Probablemente tenga más recursos tácticos que JIM, Djukic, Mendilibar o Abel. La aplicación ha fallado hasta el último día.
Y aun así se estuvo cerca de conseguir el pase. Casi se gana en Zorrilla con nueve y otra vez no anduvo muy lejos el gol en Gran Canaria. Cosas del fútbol… Rueda, que vio cómo Araujo tiraba al limbo el penalti de Varas, pudo ser héroe en el remate a la temporada, un conato de chilena desesperada que acabó fuera.
En un curso marcado por un casi, el final no podría ser diferente. Porque lo cierto es que el puedo nunca ganó la batalla del quiero, que diría uno parafraseando a don Joaquín. De nada vale escudarse en los árbitros; para ser sinceros, otro final habría sido injusto. Injusto por cómo fue la campaña y por cómo se desarrolló el play-off, en la ida, sin grandes florituras, y sin disparos a puerta en la vuelta. #ACorazónAbierto quizá, pero otra vez partido.
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Hoy he caído, pero mañana volveré a levantarme; es doloroso, pero es mi destino. Así es el balón, traicionero. Aunque sé que se restañarán las heridas. Siempre pasa. Siempre hay una ilusión. Como diría aquel sabio, mañana siempre sale el sol. Es verdad, hoy duele; no poco. Pero sé que mañana volveré a querer. Mañana, Real Valladolid, volveré a quererte.
 
			