Gaizka Garitano llega al Real Valladolid con objetivo claro: devolverle el carácter que, a la postre, sitúe de nuevo al club en Primera

A falta de un pronunciamiento oficial, que se espera para su puesta de largo, hay una verdad que el entorno del Real Valladolid hace flotar alrededor del fichaje de Gaizka Garitano: “Ha costado mucho”. Pero, claro, se espera que valga la pena el esfuerzo; de lo contrario, no se habría acometido. Lo primero que ha costado ha sido rescindir el contrato de Rubi, debido a la preocupación por los plazos de pago del dinero a abonarle como finiquito. Y lo segundo, convencer al propio Garitano, que aparentemente era más partidario de descansar después de una experiencia intensísima en el Eibar.
Y, en cierto modo, tampoco era para menos. Porque las gestas cansan, y solo así se puede considerar lo que hizo en Eibar. Cogió las riendas de un equipo que llevaba tres años fracasando en el intento de volver a Segunda, con sendas decepciones en el play-off; las agarró bien fuerte y lejos de conformarse con la supervivencia como si aquello fuera un toro mecánico, las agitó. Dijo “arre”, y vaya si los armeros galoparon. Tanto que en dos años materializaron dos ascensos, algo difícilmente imaginable en España en el fútbol moderno.
En Segunda B, el equipo fue segundo. En la liga regular fue el segundo más goleador (59) y tercero que menos goles recibió (28), el segundo que más ganó y el tercero (veintiún encuentros) que menos perdió (siete). Fue especialmente fiable en casa, donde venció catorce duelos, empató tres y cayó en solo dos ocasiones durante el campeonato y donde forjó el ascenso en el play-off, cerrando las eliminatorias ante Alcoyano y Oviedo y dejando vista para sentencia la final ante L’Hospitalet.
En Segunda División los eibarreses terminaron como campeones imprevistos. Fueron, con el Murcia, el equipo más difícil de batir (nueve veces) y, con el Depor, el que más ganó (diecinueve). La sobriedad defensiva les permitió ser quienes menos encajaban –solo veintiocho tantos–, a la vez que en ataque rentabilizaron sus no muchos goles –‘solo’ 49, los mismos que el Castilla, que descendió, y menos que ocho de sus rivales–. El efecto Ipurúa esta vez fue menor, eso sí, ya que empataron cinco partidos y perdieron otros tantos.
Alcanzada la máxima categoría, el objetivo era conseguir el más difícil todavía: lograr mantenerse. Llegado el ecuador de la competición parecía que lo harían, ya que eran nada menos que octavos, con once puntos por encima del descenso. Con veintisiete puntos, obtenidos de siete victorias y seis empates, parecía que sería suficiente con mantener una cierta regularidad para salvarse, pero luego…
Luego, su segunda vuelta fue nefasta. Solo fueron capaces de ganar dos partidos y arañar una igualada de otros dos, los otros quince, palmatori. La regularidad se fue por el sumidero, y basta con ver qué hicieron en las áreas para corroborarlo: pasaron de marcar veinticuatro goles y recibir solo uno más en la primera mitad del curso a hacer diez y encajar treinta en la segunda.
Se pasó del evidente asombro al “yo ya lo dije, que se iban a despeñar”. Y aunque el verbo suene excesivo, la verdad es que lo hicieron; dejaron de ser un equipo rocoso, muy difícil de batir –solo Barça, Madrid y Getafe lo hicieron por más de un tanto en los primeros diecinueve enfrentamientos– y terminaron deshilachados, sin gol, desangrándose.
Y, con todo, competirán el próximo año en Primera porque ya no solo cuenta que la pelotita entre. El Elche hizo peor las cosas fuera del campo y será él quien ocupe plaza en Segunda. Al Eibar prometió descenderlo el Barcelona, dejándose empatar contra el Depor, pero el karma le dio otra oportunidad; le salvó el haber sido tan humilde como la hormiga en un mundo de cigarras.

No solo directo
Existe un mito con respecto a Gaizka Garitano que conviene desmentir: no es solo fútbol directo. “Su Eibar también la tocaba en ciertas fases”, comenta sobre este aspecto Miguel Quintana, analista en la prestigiosa web Ecos del Balón, algo en lo que coincide Axel Riaño, quien ha coreado su nombre como speaker del Eibar en los tres últimos años. “Sus equipos juegan bien por bajo, aunque no desprecian el balón largo como recurso. Su apuesta es atractiva”, asevera.
En opinión de Quintana, el conjunto eibarrés se mostró el pasado curso como “un equipo muy ordenado, equilibrado y sólido”, que jugaba con un 4-4-2 –“si acaso un 4-4-1-1”– en el que los atacantes aparecían escalonados en las labores ofensivas y el juego exterior era importante. Por estas cuestiones, quizá algunos prefieran ver un 4-2-3-1. Cuestión de percepciones, en fin. El estilo es lo que cuenta.
En honor a la verdad, no era el armero un plantel de prestidigitadores –sí de algún buen pelotero–. Intentaba combinar, ya desde zonas retrasadas, pero no tenía miedo a volar. Al contrario. El pasado mes de enero reconocía lo siguiente a la web ‘solofutbolbase’: “Jugamos con tres velocistas arriba y, en cuanto robamos, tenemos que ir rápico a buscar portería contraria. El seis o siete segundos tenemos que terminar la jugada, para bien o para mal. A mí personalmente me resulta más entretenido este fútbol que el de mucho toque en el centro del campo”.
En la misma entrevista hablaba también de algunas claves defensivas de su fútbol: “Pedimos a nuestros jugadores que vivan el partido. La defensa es una cosa de equipo. Tenemos (el Eibar) un portero y dos centrales fuertes que van muy bien por alto para sacar todos los centros al área. Podemos estar una parte entera defendiendo en nuestro campo con naturalidad porque es muy difícil hacernos gol, el equipo no sufre en esta situación”.
Con todo, no es un talibán del estilo, sino que es de los que creen que “un entrenador siempre se tiene que adaptar a su equipo. Muchas veces no puedes imponer tus ideas por la fuerza si no tienes un equipo con el que sacarles rendimiento; o pues jugar a lo mismo porque el estilo de juego va ya marcado con el equipo y con los jugadores”. Dicho esto, y con media plantilla por firmar, habrá que ver qué marchamo implanta el técnico de Derio a su Real Valladolid.
Con carácter

Probablemente algunas de las cosas antes citadas provoquen que a alguno le venga a la mente alguna semejanza, y más teniendo en cuenta el anterior club que ha dirigido Garitano o sus raíces. No hablemos ya si analizamos su carácter. Miguel Quintana lo define como “trabajador y optimista incansable”. Asier Riaño, próximo a él en estos tres años, como “muy cercano, buena persona y muy implicado”, además de como “un estudioso del fútbol” que “se pasa horas viendo y estudiando a los rivales”.
Como más de una vez se ha visto, es, además, un técnico con un fuerte carácter, de los que se enfadan, que diría aquel. Y es líder, pues es el primero que se echa a las espaldas la responsabilidad de su equipo, no teme la autocrítica ni le duele en prendas, si es necesario, dar un golpe encima de la mesa para dar una vuelta de tuerca a la situación que esté viviendo.
Como ha sido dicho hasta la saciedad, estas últimas son características de las que el Real Valladolid ha adolecido en los dos últimos cursos, tanto en el banquillo como en el verde pasto. Con él o con fichajes como el de Juan Villar, se espera retomar esta dirección ‘distinta’, después de tiempo navegando sin un patrón de barco. Por todo lo comentado, la pregunta es evidente: ¿Y si resulta ser Garitano un Mendilibar 2.0? Solo se sabrá si convierte el sueño –que a la vez es objetivo– en realidad y devuelve al Pucela a Primera.
