Relato participante en el II Concurso Literario Blanquivioletras, obra de Elena Burgos (Valladolid)
En ocasiones se utiliza la forma del plural de manera pretenciosa, apoderándose el escritor singular de otras voluntades para potenciar la suya, para dar a esa voluntad individual el carácter de colectiva. En mi caso voy a tener la osadía de utilizar el plural para referirme a los sentimientos por un equipo, puesto que tengo la certeza de que son compartidos por todas las personas que tenemos sentimientos teñidos de color blanco y violeta.
Pero siendo sinceros en cuanto a sentimientos, hay que decir que entre los vallisoletanos hay excepciones, ya que los hay que no sienten los honestos colores del equipo de su ciudad, pero como digo, son excepciones. En contrapartida, me atrevo a asegurar que más allá de nuestra ciudad y provincia, e incluso más allá de las fronteras de nuestro país, el blanco y el violeta son colores que expresan un sentimiento para los que allí son excepciones (excepciones excepcionales, diría yo). Y esto lo digo con la seguridad que me da el haber tenido la ocasión de deleitarme escuchando el himno del Pucela entonado con acento francés, casualidades de la vida que hacen que en un bar cualquiera de una fría ciudad centroeuropea se estuviese televisando un partido del Real Valladolid por expreso deseo de un cliente habitual, hecho que produjo en esta vallisoletana sorpresa en primer lugar, para seguir con una alegría extraña que desembocó en sensación de orgullo compartida con el del acento francés.
Y es que nosotros, los blanquivioletas, queremos al Real Valladolid tanto que sentimos una emoción casi infantil cuando los acordes de nuestro himno envuelven a un estadio lleno de ilusión, y el orgullo que experimentamos cuando nuestros jugadores asoman por el túnel de vestuarios es el mismo que sentíamos en nuestra infancia cuando el ritual de cada partido (salto al terreno de juego, himno envolviendo el estadio, vocerío..) nos embargaba de sentimiento blanquivioleta.
El Real Valladolid viaja con cada uno de nosotros y siempre está presente. En mi caso, cuando preparo una maleta que me acompañará en algún viaje fuera de Valladolid, junto a los imprescindibles cepillo de dientes y pijama, viaja mi bufanda del Real Valladolid, la de rayas verticales, la que tejió mi abuela, la que me abriga en invierno y me sofoca en verano, esa sin la que no sabría como celebrar un gol del Pucela en Zorrilla, porque gol del Valladolid va indefectiblemente seguido de saltos y gritos, acompañados por el ondear de cientos de bufandas y banderas.
Bufandas tejidas por nuestras abuelas o compradas, camisetas de la temporada actual o de otra década, gorros en invierno, banderas,… símbolos de un equipo, de un sentimiento.
Aunque no todo es bonito, y esto bien lo sabemos. Alegrías y decepciones van de la mano. Pero son sentimientos por un equipo, y quien bien te quiere te hará llorar, y nuestro equipo nos quiere y nos hace sufrir, pero las alegrías son tan intensas que se olvida todo lo demás y no podemos dejar de quererle.
Y nos enfadamos y en ocasiones tratamos de darle de lado, pero queda en un vano intento, porque nosotros sabemos que cuando llega el momento del abatimiento y la tristeza y queremos enfadarnos no podemos hacerlo, porque seguimos siguiéndole y no podemos sacarle de nuestros corazones, porque aunque queramos no podemos, y es que en realidad no queremos. En ocasiones nos enfadamos muy profundamente y tratamos de darle la espalda, pero él nos da la cara, porque está ahí, en cada uno de nosotros, y no sabemos estar sin el Real Valladolid, y él no puede estar sin nosotros, porque sin el apoyo de cada uno de nosotros a lo mejor sería otra cosa, o quizá no sería nada, pero desde luego que no sería el Real Valladolid.
Humildad es el calificativo que nos otorgan los que solo creen en el dinero y no en los sentimientos. ¡Ja! Somos grandes, porque somos castellanos, y el vallisoletano cuando se entrega lo hace de verdad, de corazón y sin límites.
Pretenciosos desde luego que no, eso si que no lo somos, ni siquiera el himno lo es cuando dice “salimos a jugar, con ánimo a ganar”, ¡ánimo equipo!, queremos que ganes, “esta afición quiere que seas el campeón”. Pero te queremos aunque no ganes, porque eres nuestro campeón, eres nuestro equipo y formamos parte de ti. Hablamos de un cariño fraternal, de esos amores irrenunciables que forman parte de nosotros, con los que hemos crecido y sin los que no sabemos estar.
Por esto te defendemos como a un hermano. Eres nuestro hermano mayor cuando nos alegras con triunfos, cuando nos enorgullecemos más que de habitual y buscamos la ocasión para presumir de equipo (para presumir de hermano mayor); y eres nuestro hermano pequeño cuando atravesamos momentos deportivos menos felices, y nos enfadamos y tratamos de renunciar a ti y a nuestro sentimiento, pero sabemos que no podemos, y aunque te digamos cosas feas que no sentimos, no consentiremos que nadie hable mal de ti, porque en estas ocasiones eres nuestro hermano pequeño, nuestro protegido con el que nadie más que nosotros puede enfadarse.
Y somos grandes anfitriones de las aficiones rivales, de los aficionados que disfrutan de un día de pinchos y vinos por nuestra bella ciudad, la ciudad del Pisuerga y del Real Valladolid. Esas personas que comprueban en una sola jornada lo que es el frío en el ‘estadio de la pulmonía’, ese frío que nos pertenece y soportamos estoicamente en el largo invierno castellano. El frío que identifica a nuestro estadio y del que por lo tanto nos sentimos orgullosos, sobre todo cuando los aficionados del equipo rival sufren penosamente el frío nuestro de cada domingo y nos admiran por ser capaces de aguantarlo en cada partido.
Y es que no tenemos enemigos, sino rivales en el terreno de juego y hermanamientos fuera de él. Porque somos un club sano y allá por donde vamos despertamos simpatías.
Por todo esto te quiero Real Valladolid, y vuelvo al singular para hablar desde lo más profundo, porque no sé tener otra relación contigo y no puedo no tenerte presente.
