Relato ganador del II Concurso Literario Blanquivioletras, obra de Ernesto Daniel Bollini (Argentina)
¿Ustedes saben quién soy?
Soy el gran Charly Fenoy.
Sí, claro. La cancioncita es un poco tonta, pero por lo menos me divierte. La acabo de inventar para matar el tiempo. Es aburrido estar acá parado, en la portería como dicen estos gallegos, que ya sé que son castellanos, y no gallegos, y ya sé también que además hablamos en castellano como ellos, pero allá en Rosario le decíamos gallego a todo aquel que pronunciara la ‘zeta’ en lugar de la ‘ese’. Y estos defensores condenados, que acá les llaman “defensas”, son tan bravos que la pelota llega poco y nada a mi arco, y tengo que esperar nomás, acá en el arco, que esta gente le dice valla, o meta, y por eso me da mucha gracia que me llamen ‘guardameta’, o ‘guardavalla’, porque soy solamente un arquero, soy Charly Fenoy, la canción que pienso y pienso para entretenerme mientras no me llega la pelota, o el esférico, o el balón. Hasta “portero”, me llaman los periódicos. Pero en Argentina los porteros son los que cuidan la puerta, en los edificios, aunque ellos prefieren que se los llame “encargados”, que suena mejor. Y pensé “periódicos”, aunque allá les decimos “diarios”. En fin.
Pero no es fácil ser arquero, ni guardameta, ni nada de eso. Ahí viene una. ¡Llego! ¡Llego! Llegué. Difícil. La saqué al córner, o la esquina, por las dudas, no se me vaya a meter por detrás, como el otro día, qué gol pavote me hicieron, qué gol tonto. Pero no hay que pensar en los goles que te hacen, hay que pensar en los que salvás… Ahí viene el corner. Rechazó Richard de cabeza… Un león, este Ricardito… No eran tan bravos, a fin de cuentas, estos del Atlético Madrid, que por acá le dicen “Aleti”, así, sin tanta ceremonia. Qué risa. Pero tampoco hay que subestimar al rival, porque da mala suerte. Ojo.
Allá en Rosario odiamos a Central, pero cuando jugaba contra nosotros, contra Newell’s, le prestábamos atención, porque si perdías, después a los hinchas los cargaban toda la semana en la oficina, a los hinchas, que acá les llaman fanáticos. Te cargaban, quiero decir, te hacían pullas o bromas por la derrota. Por eso los días de clásico, que acá también le llaman clásico, o derby, pero eso es más inglés, me parece, había que estar recontra concentrado. Muy concentrado, quiero decir. Ahí viene otra. ¡La tengo! Era fácil. Menos mal.
Es trabajo solitario este de ser arquero; no encuentro con quién hablar, me la paso caminando por el área chica cuando la pelota está lejos, cuando hacen un gol los delanteros se abrazan allá, a la distancia, cuando el atacante rival queda solo frente al arco y me fusila nadie viene a darme una mano, y encima si me equivoco se entera todo el estadio, que si falla otro jugador casi ni se nota… en fin. A lo mejor por eso me dicen loco, porque uno se vuelve loco esperando y esperando. Pero no soy tan loco como dicen; desmiento categóricamente eso de haberme chupado en pleno partido una naranja arrojada por un hincha. A lo sumo le puedo haber tirado un naranjazo a algún alcanzapelotas un poco lento, o un poco apurado, según el caso… Ahí patearon desviado, y me parece que el partido termina cero a cero, nomás, y vamos a alargue. ¡Otra media hora de sufrimiento! ¡Por Dios!
O porque a veces se me da por patear algún penal, como si fuera la gran cosa. Lo de loco, digo.
Ya están todos mis compañeros abrazándose en mitad de cancha para darse fuerzas, vamos que falta poco para la gloria, a jugar estos treinta minutos con el corazón, arriba los pucelanos, que no sé qué significará esa palabra pero es bonita. Yo me acerco y los veo, unidos como nunca, con esas casacas blanquivioletas que yo no tengo, hasta en eso soy distinto, al arquero le dan una camiseta bastante aburrida, y me acuerdo del viejito que vendía ramos de violetas en el Parque Independencia, cuando íbamos a tomar mate a la tardecita luego del entrenamiento, con mis compañeros, y yo miraba, allá a lo lejos, los bordes de la tribuna de la cancha del leproso, que así lo llamamos a Newell’s, y soñaba con ser figura en primera división, mandarme unos atajadones bárbaros y que todos hablaran de mí, que no por nada ya me decían ‘El Loco’; pero allá en mitad de cancha se escucha ahora el silbatazo del colegiado, referí le decimos nosotros, y arranca el tiempo extra. La vida siempre te da un tiempo extra, pienso ahora, pero no estamos para filosofar porque ya empiezan los minutos más importantes de nuestras carreras.
¿Qué rezo habrá que hacer, qué conjuro, para que podamos ganar? Algo escuché, abrazado con los muchachos, recién, de un San Pedro, que había que pedirle para que nos haga un regalo, pero muy bien no entendí. Si después de todo la llevamos bastante bien; el Aleti será un equipo grande, pero casi ni nos hizo cosquillas, por una vez no vendría nada mal un poco de justicia para el humilde, que no seremos el Real Madrid, pero somos el Real Valladolid, que suena parecido. Hasta rima. Y a mucha honra.
Pero, ¿qué veo? Un borbollón en el área rival, parece que… ¿Gol? Le pregunto al vasco, y él me grita sí, gol, y corre a abrazarse no sé con quién, porque parece que fue en contra, en propia puerta le dicen acá… ¡Gooool! Si mi abuelita me viera ahora… Pero nada de lágrimas, que estos van a atacar con todo, porque ya se termina… ¡Viene la bola! La embolsé, como hacían los ídolos cuyas caras yo juntaba en figuritas, en cromos, allá en mi Argentina, Amadeo Carrizo, ‘El Tano’ Roma… Que tampoco sería napolitano, pero allá, a los que tenían acento italiano… Pero… ¡Gooool! Ya los tenemos. ¡La hora, juez! ¡Termínelo de una buena vez! Me salió un verso, como aquel de quien soy, soy Fenoy, si me vieran los muchachos en Rosario… ¿Otro gol? ¡Gooool! ¡Campeones! Real Valladolid de mi vida… ¡Campeones! ¡A dar la vuelta olímpica! ¡Si me vieran los muchachos!
