El Real Valladolid toca fondo cayendo en Palamós ante la UE Llagostera, que llegaba al partido como colista

Por primera vez en lo que va de siglo, el Real Valladolid se encuentra en puestos de descenso a Segunda División B. Ha caído en la desgracia después de perder por tres tantos a uno en Palamós ante la UE Llagostera, que llegaba al encuentro como colista de la categoría y que respira ahora después del descalabro blanquivioleta.
Esta derrota ha supuesto la confirmación de la peor racha del equipo desde su vuelta a Segunda: cinco partidos seguidos sin ganar; a saber, tres empates –los tres primeros– y dos derrotas –las dos últimas–. Y que puede suponer la destitución de Gaizka Garitano como técnico.
Tan tajante, tan cruda y triste como suena es la situación. Sin ambages ni palos calientes. El Real Valladolid ha tocado fondo cuando lo menos que cabía esperar era una reacción, quizá no por las sensaciones previas, pero sí por lo menos por la obligación con la que llegaba al encuentro. Y no caben medias tintas ni justificaciones vanas: sí o sí, debe mejorar. Y no sería de extrañar que ese intento de mejora pasara por la típica vuelta de tuerca que consiste en cambiar a uno en lugar de a veintiuno.
La importancia del envite no se tradujo en un buen inicio, más bien al contrario. Los blanquivioletas comenzaron fríos, como un témpano, y fruto de ello llegó en apenas dos minutos el primer mazazo. Juanjo aprovechó la pasividad de la zaga visitante para rematar a gol un saque de banda, en la primera de las varias oportunidades que los catalanes tendrían en el primer cuarto de hora.
A partir de entonces, el Real Valladolid quiso jugar a serenarse. Dicho en otras palabras: seguía nervioso, con el tembleque en las piernas, como demostraba cada contragolpe de los locales, pero buscó enfrentarse a sus miedos y crecer intentando dar la cara frente a ellos. Así, Hermoso protagonizó dos acciones, un buen centro que Rodri no pudo rematar en el segundo palo y una falta que se perdió por la línea de fondo.
Las múltiples faltas cometidas por el Llagostera fueron la tabla a la que el Pucela se intentó agarrar para salvarse. De esta manera, generó varias situaciones de cierto peligro a balón parado, sin llegar a convertirlo en ocasiones reales de gol. Sí hubo una, de Juan Villar, que envió a las manos de Ratti un testarazo tras una gran jugada por banda de Manu del Moral. Por parte gerundense, Imaz y Juanjo pusieron en ciertos apuros a Kepa.
Hubo un ligero atisbo de reacción, antes, pero sobre todo después del descanso. Los de Garitano fueron acumulando más y más posesión, amasaron el balón y sobre todo por medio de Manu del Moral. Fue el exinternacional quien puso el centro-chut que, tras no ser atajado por Ratti, acabó entrando en la puerta tras golpear en Jordi Masó.
El empate trajo una mejoría efervescente. El Real Valladolid quiso dar un golpe sobre la mesa, pero, falto de brío, de mala leche, débil, se lastimó dándoselo. Y así, cuando llevaba el balón hacia adelante como si quisiera ganar –se presupone que quería–, de repente volvió a fallar y dejó que el Llagostera tomara de nuevo el mando.
Como si ni siquiera él se lo hubiera creído, el Pucela volvió a verse a merced de un rival que ni tocaba con gran velocidad ni mostraba mucho tino a la hora de correr, que corrió bastante, con el sentido debido. Hasta que apareció Benja. El delantero, que había entrado de refresco, asomó en la parte zona del área, recortó y, con la derecha, de un toque certero y seco, envió al palo contrario el balón para hacer el dos a uno.
Ahí morreu o conto, que diría un gallego. Quedaban diez minutos, en los que los blanquivioletas fueron inoperantes. No porque tuvieran el partido y se les escapase, porque tampoco fue así, sino porque de nuevo se les escapaba un punto que, aun siendo triste, era mal menor. Con los brazos caídos, solo quedó ver cómo Juanto Ortuño sentenciaba y como Moyano se expulsaba, por aquello que llaman impotencia y que, más bien, se debe llamar incapacidad.
La derrota duele porque tiene que doler. Lo difícil es saber si, a estas alturas, enseñará algo, pues la lección debería haber estado aprendida… si es que había lección que aprender. Transcurridas nueve jornadas, el Real Valladolid debería saber qué quiere ser y estar en el camino de serlo, por lo menos, y no parece. No es, sin embargo, ni una sombra no de un candidato a las posiciones altas de la tabla, sino de un equipo capaz de no pasar apuros.
Sin ser el Bayer Leverkusen, que diría Manolo Preciado, se podría decir que tampoco es el Pucela la última mierda que cagó Pilatos. Por respeto, más que otra cosa. Porque, por descontado, el nivel está muy por debajo del debido, incluso dando por sentado que la calidad del plantel probablemente se encuentre también por debajo de la debida para aspirar a lo que el club debe aspirar. Y como muestra un botón.
Hablando de botones: no parece descabellado que se pulse el de ‘reset’. Que en el banquillo haya un cambio en busca de un cambio de dirección. Quizá sea lo que hay que hacer. Porque una cosa es cierta: llegados a este punto, a los veintiuno que se visten de corto no se les puede cambiar. Por suerte para ellos, hasta enero quedan monedas. Quizá no para Garitano. Quizá el de Derio se encuentre, a la vuelta de Palamós, con la pantalla de ‘Game Over’.
