Los de Miguel Ángel Portugal marcaron al inicio de cada acto, a balón parado, y supieron manejar su renta; no tiraron a puerta, pero, serios en defensa, tampoco sufrieron

El Real Valladolid ha alargado su idilio con La Romareda, donde ha vencido en sus últimas cinco visitas, en el que probablemente sea el partido más completo de la temporada, el primero que gana a domicilio este curso. Lo hizo sustentándose sobre todo en una gran segunda mitad, en la que supo dormir el encuentro para no pasar apuros ante un Real Zaragoza que aunque tiene mucha mordiente arriba, solo ‘ladró’ a ratos.
El conjunto blanquivioleta vino a ser Míster Increíble, un tipo rechoncho, retirado de su faceta de superhéroe, que lleva una vida normal y que de repente se encuentra con un malo malísimo –entiéndase la metáfora– como es el Zaragoza, aspirante al ascenso al que debe derrotar.
Y así, forzado por el contexto, aunque como sin querer, se impuso. No porque de verdad no quisiera, sino porque ganó sin saber muy bien cómo, como esas veces en las que Homer Simpson se salva de algún malandrín por un milagro armado llamado Maggie.
El arma, o el bebé heroico, como cada uno lo quiera ver, fue el balón parado, arte o desastre, según se mire, por medio del cual llegaron los dos goles. El cero a uno arribó bien pronto, en el minuto tres, más por una torpeza rival que por el tino propio (aunque, faltaría más, así también vale). Mario Hermoso botó un saque de esquina, Juan Villar lo prolongó en el primer palo y Leandro Cabrera, en el intento de despeje, lo alojó en su red, cantada de Manu Herrera mediante.
El equipo maño acusó el golpe, no tanto porque no fuera capaz de hacerse con el dominio del esférico como porque cayó en la precipitación y esta, a veces, le llevó a la imprecisión. Así, trató de trenzar con celeridad y verticalidad, pero muchas veces sus envíos terminaban perdidos en las inmediaciones de la puerta de Julio. Ahora; cuando no, daban miedito, pues superaban los zaragocistas en velocidad a la zaga vallisoletana.
Al portero del filial, titular, como su homólogo, por culpa del ‘Virus FIFA goalkeeper’, intentaron amedrentarlo los atacantes rivales con una presión elevada ante la cual respondió con una tranquilidad inusitada en un arquero. La única ocasión real a la que tuvo que hacer frente fue un disparo de Ángel, tras apoyarse en una pared entre líneas, que acabó en paradón y posterior rechazo de nuevo desbaratado por el vallisoletano.
Aun cuando el riesgo no era elevado, el propio Ángel, Pedro e Hinestroza superaron alguna vez más a la zaga blanquivioleta, demasiado alejada de la siguiente línea, lo que provocaba que hubiera entre las dos primeras de los blanquivioletas un espacio excesivo al que los de Popovic acudían en busca del lugar idóneo en el que encontrar el empate.

Esto se corrigió en la segunda mitad, en la que la zaga dio un paso adelante, no tanto para encimar envalentonado al Zaragoza como para desactivar ese juego. Así, juntos, los vallisoletanos ofrecieron los 45 minutos más serios, sino los mejores, de toda la temporada. Claro, que remaban con el viento a favor.
Nada más reanudarse el encuentro, en la primera acción, antes siquiera de que hubieran transcurrido veinte segundos, Olaortúa enseñó los tacos y Tiba cayó el suelo, abatido –está por ver si por miedo o porque de verdad hubo un contacto; que no lo pareció–. El colegiado señaló los once metros y allí se dirigió Manu del Moral, para hacer el cero a dos de un disparo fuerte, certero, a la derecha de Herrera, que se tiró bien, pero no pudo detener el balón.
El Real Valladolid, ampliada la ventaja, echó el candado con siete llaves y del Real Zaragoza, comentado aquel el matiz corrector de los blanquivioletas, nunca más se supo. Cierto es que tuvieron el balón, pero resultaron inofensivos ante un Pucela que les lanzó dardos con cloroformo, o con aquello con que se abata a un elefante, para dormirlos.
Rodri, torpe como casi siempre, trató de alargar el terreno cuando era propio el balón. Juan Villar y Tiba fueron sus escuderos a la hora de correr. El portugués lo hizo en todas las direcciones, vaciándose, siempre (o bastante a menudo) cerca de un Álvaro Rubio que trató de esconder el cuero al centro del campo maño como el padre engaña al hijo pequeño diciendo “tengo tu nariz”, y a veces funcionó.
Con la seriedad del tipo al que los Coen dedicaron un film, estoico, el Real Valladolid aguantó hasta el silbatazo inicial, sin disparar a puerta –casi lo hace Tiba, pero se trastabilló con el balón en los pies en una acción que bien pudo suponer el cero a tres–, pero también sin realizar una sola concesión sobre la puerta de un Julio que jugó a ser veterano, ralentizando el esférico.
La victoria hace ganar crédito a los blanquivioletas, que suman ocho de doce. Aunque sea sin jugar demasiado (bonito), al menos los resultados en positivo se suceden con seriedad y actitud, que es lo menos que se le podía pedir al tipo rechoncho retirado de su faceta de superhéroe. Lo siguiente es que el triunfo no sea también increíble, que lo fue, porque no hubo más disparos que las dos ‘ayudas’.
Como también hubo cosas malas, hay que lamentar que por el camino se rompieron Leão –a los veinte minutos– y Manu del Moral –pasada la hora–, y Hermoso vio la quinta amarilla. Así, sigue siendo importante el parte de bajas que provoca la propia actividad ordinaria y deportiva. Es el ramal que amenaza con contener a Portugal y a su equipo, en mesurado crecimiento. Que ha de constatarse en siete días contra Osasuna, otro ‘malo malísimo’ que aspira al ascender y volver a Primera.
 
			