Demetrio Nieto, presidente de la entidad azulona, lleva más de treinta años dedicados al club, luchando porque los jóvenes desfavorecidos que pasan por sus manos conozcan la igualdad a través del fútbol

Foto: Rosa M. Martín
Siempre jovial, a veces Demetrio Nieto habla con tono socarrón. A menudo es difícil situarlo en un lugar concreto, porque va de aquí para allá, “como si fuera un guardia civil”. Lo que está claro es que, si uno le busca en el Don Bosco, sin duda allí le encontrará. “Paso aquí el 80% de mi tiempo”, reconoce.
Ligado al club desde 1982, empezó como entrenador, aunque, como AQUÍ se relata, los resultados no fueron buenos. Quizá por eso sea presidente, bromea hoy. Como está hecho un chaval, y así se siente, omitiremos su edad. Pero sí diremos que está jubilado desde los 52 años. Antes, trabajaba “en una empresa enorme como Telefónica”, de la cual le ha quedado “una pensión hermosa”.
Los fines de semana se pasa “desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche” en el campo. Tiene a su familia engañada, siempre en el buen sentido, colaborando también con el club. Quien está “un poco más alejada” es su mujer, “que trae las sopas de ajo los sábados y las alubias los domingos para poder comer”, porque, dice, a veces no les da tiempo.
“La verdad es que si económicamente mi situación fuera otra, podría tener otros quehaceres, pero en mi familia somos todos así; entendemos el altruismo como algo nuestro”, expone. Entre risas, quien escribe dice tener la sensación de que el Don Bosco es como el amor: o se siente o no se siente, te llega de repente, sin quererlo o sin buscarlo. Entre risas porque, él ríe y asiente diciendo que sí, que le gusta la comparación.
Discomovida Nieto
Nieto es una caja de sorpresas. Al entrar en el campo del Don Bosco uno ve un cartel que anuncia “Discomovida Nieto”. Y piensa “bah, será del hijo”. Y sí pero no. Él la puso y la mantiene en marcha. Según cuenta, porque lleva la música “muy adentro”. “Mi familia tenía un bar que se llamaba La Bombilla. Ya ponía música ahí hace treinta o cuarenta años”.
Pero hay más. “Tocaba la trompeta, en un grupo de ochenta educandos. En la banda de música de la Generalitat de Catalunya”. Curioso. Algo tiene en el habla que denota que ha vivido allí, jamás antes percibido: convierte la ‘d’ final en el sonido ‘t’, como los lugareños, a pesar de llevar toda una vida en Valladolid.
Lo interesante de la discomovida, por decirlo de algún modo, no es lo comentado. Lo es a dónde va a parar ese dinero. “Nadie cobra; todo el dinero que saco con la discomovida va para el fútbol. Evidentemente, parte de los gastos que me origina los subsano con ese dinero. Pero, lo demás, va para comprar balones”. Y sonríe.
La solidaridad es intrínseca al club. En el bar, siete personas, pertenecientes a la directiva, van rotando de manera gratuita. “Y todo lo que se obtiene pasa directamente al club”. Se cree en lo que se hace. En colaborar con el entorno. Ya se sabe; además de “comprar balones” hay otros gastos que asumir, como la calefacción radiante de los vestuarios o las cuotas que, tristemente, no pueden sufragar los más desfavorecidos.
Una pata más de la Casa Aleste
Además de estas ayudas, la Casa de Juventud Aleste y los Salesianos también ayudan. Estos últimos, por ejemplo, prestando las instalaciones, “las únicas privadas de la ciudad”. El presidente reconoce estar “muy cerca” de ellos, independientemente de su condición de religiosos, debido a los distintos valores que inculcan, “que tienen que ver con la educación”, y con los que coincide.

Foto: Rosa M. Martín
“Estábamos en un barrio con muchos problemas, sociales, raciales y de todo tipo. El resto de Valladolid nos tenía como algo al margen, aunque en el barrio de Los Pajarillos también había personas normales”.
Y, por esta normalidad, se propone desde el club a la Casa Aleste la Carrera Popular Don Bosco, que en febrero de este 2015 que finaliza ha cumplido su decimoctava edición. “Se hace en el entorno de nuestro barrio. Para que la gente sepa y entienda que no somos unos malhechores, sino unos iguales; para que sepan que somos como ellos”, cuenta Nieto.
En esta casa de juventud trabajan más de cien monitores, “todos voluntarios, salvo cinco”, en alrededor de treinta aulas. Quienes acuden son principalmente población gitana, a la que “se intenta acoplar a la sociedad que les toca vivir”. Por la mañana, personas de entre veinte y treinta años “haciendo cursos”. Y, por las tardes, entre setenta y ochenta niños.
El club tiene 38 años. La Casa Aleste, 35. No obstante, el Don Bosco es una pata más del Centro Juvenil Salesiano, junto a una asociación de personas mayores –Candil– y, cómo no, una de jóvenes –que se llama Arco Iris–. “Intentamos ayudar a la gente en todo lo que podemos. Es nuestro sino”, afirma Nieto, que apostilla en lo tocante al club: “Algo habremos hecho bien para pasar de tener cuatro equipos a tener veinticuatro”.
Para cerrar estas líneas, nada mejor que volver al entrenador, al trompetista, al impulsor de la discomovida. En fin; al presidente, al solidario:
“¿Qué más puedo pedir a la vida? No se puede pedir más. Si uno tiene para vivir y es generoso… para qué quiero más. Es mi forma de ser y de pensar. Tengo un sueldo digno, con eso me conformo. Para qué voy a buscar más, si me voy a ir dentro de cuatro días a una cajita”
Ojalá sean más, Nieto. Ojalá sean más.
