El Real Valladolid se enfrenta este sábado al Real Oviedo en un encuentro que, a la fuerza, ha de tener fines fraticidas, si los de Portugal no se quieren descolgar, más aún, de la pugna por los puestos altos
El ser humano es egoísta por naturaleza. Un lobo para el hombre, que decía Hobbes. El fútbol, como batalla entre presuntos iguales, como disputa entre desarmados que proclama un vencedor y un vencido, es reflejo de nuestra condición. Si algo nos enseñó Mario Puzo es que da igual la familia. Los principios, cuando de ganar se trata, a menudo son papel mojado.
Pensará el lector que sí, que al enemigo ni agua; pero no, al hermano, la vida. Y es loable esto último. Como animales, a veces el raciocinio nos lleva a tenderle la mano. Como animales, a veces es la sed que nos mueve, y pisamos, pisamos fuerte. Sea quien sea quien está debajo. La supervivencia nos guía, a veces sobre esos límites insospechados. Pero no debemos culparnos: es natural. Es natural que, creyendo al Real Oviedo un hermano, uno no atienda a razón cuando es su futuro el que puede pender del fragor de la batalla.
De hecho, así debe ser. En el fútbol, ante la necesidad, no hay hermanos que valgan. Va de sobrevivir yo por encima de ti. Aunque caprichoso, no siempre el balón ofrece la oportunidad de triunfar ambos, como en aquel manido tres ocho. El destino, a veces, reserva una ocasión para el abrazo. No será este sábado, cuando el Real Valladolid deba imponerse en el duelo llamado fraternal.
Una cuestión de imagen

Sí, es cierto. Aun ganando al Real Oviedo nadie garantiza el éxito, y quizá viceversa. De hecho, pese a lo anterior dicho, quién sabe, a lo mejor el futuro otorga a ambos el prestigio y la miel. Pero no por ello el encuentro del Carlos Tartiere es menos final. En la situación en la que se encuentran Miguel Ángel Portugal y sus muchachos, la sensación que reina es que se trata de ganar o morir; no caben medias tintas. Los paños calientes han de ser puestos a enfriar; es una cuestión de imagen. Nadie ascendió dando semejante percepción de pobreza continuada.
Ha pasado ya tanto tiempo del buen hacer del partido ante el Córdoba que hoy parece que el Real Valladolid fuera un reloj parado, de esos que cada día dan dos veces bien la hora. Y si no, que lo desmienta, diría cierto personaje de la tele-basura.
Ante la realidad de que queda mucho se ha de priorizar el presente. No hay estudiante que no dejara para mañana lo que pudo hacer hoy y al final no se arrepintiera. De nada valdrán los lamentos luego. Llegó la hora. La hora de convencer. Y sí; de ganar. Y ganar. Y volver a ganar, que diría el sabio. Y el que no entienda que el próximo tren es el último, quizá debería hacerse a un lado y adelantar una regeneración que, si no se sube –cosa que hoy parece difícil–, debería ser obligada y pasar, de una santa vez, por apostar por lo bueno de casa, que lo hay aunque haya quien mire a otro lado.
Quizá, en fin, el ahora o nunca no se entienda dentro de según qué filas, aunque así lo ven muchos aficionados. Visión que habla no solo del ímpetu de ser grande de la doce, sino de un hartazgo que no evita que en el estadio carbayón se vayan a instalar durante horas mil quinientos aficionados blanquivioletas. Decíamos; vivirán en comunión en la previa –seguro que algunos también después–. Durante el envite, que se sienta su aliento no es menos obligado, aunque sea la local una afición fervorosa.
Portugal, pese a las bajas en el centro del campo, ha preferido apostar por la vieja guardia y no ha desplazado a ningún medio filial a Asturias. André Leão, con una lesión muscular, y Álvaro Rubio, con unas molestias, se han quedado a casa, propiciando que sobre el tapiz se vaya a ver una inédita –y extraña– pareja formada por Pedro Tiba y Borja Fernández, a quien su técnico considera “preparados”.
Y más vale.
Los dieciocho convocados se han entrenado este viernes en El Requexón, campo que a buen seguro estará mejor que el de Los Anexos. El olor no será solo a humedad, sino también a ese partido grande. Grande… y con dudas, pues al margen de la confirmada titular de la pareja de medios y de la más que probable vuelta de Mojica al once por el también lesionado Manu del Moral, se desconoce si la dolorosa derrota cosechada ante el Huesca y las duras palabras posteriores del técnico se cobrarán víctima alguna; por ejemplo, el mismo dibujo.

Sea como fuere, es de recibo reconocer que el rival es poco propiciatorio. El conjunto que dirige Sergio Egea llevó a encadenar recientemente doce jornadas sin perder y su última derrota data del dieciséis de septiembre. Desde que cayera ante el Girona, todo ha ido bien por el Tartiere, pilar que sustenta el buen hacer del tercer clasificado.
El entrenador argentino, que sentó al exblanquivioleta –como él– Carlos Peña en la derrota del fin de semana pasado ante el Mallorca, a buen seguro volverá a darle la titularidad, toda vez Dani Bautista fue expulsado en el citado encuentro. No será la única permuta que se verá en su once, ya que se espera que Egea haga cuatro cambios con respecto a la pasada jornada. Entre ellos no parece que vaya a estar Linares, que acaba de superar una lesión, si bien podrá disponer de minutos durante los noventa. Por el momento, el Oviedo no ha desvelado el nombre de sus dieciocho citados.
Para el conjunto ovetense, también, ganar supondría dar un golpe encima de la mesa, que, en su caso, serviría como enésima confirmación de su candidatura a estar arriba al final de la temporada. Por eso, también, es importante que el Real Valladolid gane; porque solo haciéndolo, a poder ser en buena lid, disipará durante al menos una semana las dudas. Aunque claro, también podría ser su segunda vez dando bien las señales horarias…
En todo caso, la obligación está ahí, dando la mano a la necesidad, que el Real Valladolid ha de convertir en virtud. Ya habrá tiempo para desear que el hermano triunfe al final del partido, cuando ya no sea el rival. Durante el mismo, el colegiado donostiarra Gorka Sagués Oscoz será el encargado de velar porque la intensidad citada precisada no se salga de madre.
