Real Valladolid y Real Oviedo reeditarán su hermanamiento en el Tartiere apenas sin jugadores formados en sus categorías inferiores

Foto: El Desmarque
No será quien escribe quien se muestre en contra de las adopciones; de la oportunidad que se brinda mediante esta vía a quien los avatares del destino no se la han dado. Cuando de mascotas se habla, y sin pretender caer en lo banal, uno siempre defiende esta opción frente a la compra. Si de personas hablamos, hacerlo siempre es loable, pero, no se malinterprete al aquí firmante, a veces uno busca más al bebé exótico –casi una moda– que ayudar a alguien más cercano.
En fútbol, y disculpen la odiosa comparación, a veces pasa. En muchas ocasiones, incluso. Se valora más lo lejano que lo próximo; más al de fuera que al de casa. Como si el de aquí no necesitara una oportunidad; como si no fuera a otorgar felicidad si en él se confía. Por suerte o por desgracia, la crisis ha cambiado esta tendencia en algunos casos. No en aquellos de los dos equipos que se enfrentan este sábado en el Carlos Tartiere.
El Real Oviedo al menos puede presumir de tener a dos chicos formados recientemente en El Requexón a las órdenes de Sergio Egea. El hispano-islandés ‘Diegui’ Johannesson y Cristian Rivera, ambos con ficha del filial, asoman en los planteamientos del técnico argentino hasta el punto de que el primero se puede considerar titular. No así el segundo, si bien es todavía juvenil.
Y en el Real Valladolid, la nada. La ocasión era pintiparada para que entrara algún jugador del Promesas siquiera en lista, ya que si bien el número de efectivos con los que cuenta Miguel Ángel Portugal se ha visto ampliado en el pasado mercado invernal, en realidad, tras la salida de Diego Rubio, es tan solo una pieza más. Y las bajas apremian, al menos en mediocampo. Pero ni por esas.
Portugal ha decidido no llevarse a Asturias a ningún mediocentro del filial pese a no contar con Álvaro Rubio y André Leão, según explicó este jueves en rueda de prensa, debido a que considera que es mejor así, que si no iba a “aprovechar” al desplazado, para qué hacer que viaje nadie. ¿Qué pasará si sucede una eventualidad? Que se dará prioridad a un parche, en lugar de dar esa oportunidad a alguien ‘natural’ del puesto.
Quien más, quien menos, reserva a sus canteranos un espacio mínimo, una cuota, siquiera baja, de minutos para el desarrollo de sus futbolistas de base. Desde hace años, tristemente, no es este el caso, cuando alguno ha habido que podría haber asimilado bien esos minutos y quizá haberse desarrollado mejor de lo que al final lo ha hecho fuera. No hablemos ya de varios de los jugadores del filial actual: no están hechos para guiar al Real Valladolid, pero para esto sí están preparados.
No hay que obviar el hecho de que Julio, Ángel y José han tenido minutos en liga, pero tampoco que los dos últimos, Toni y Anuar podrían haber dispuesto de (más) oportunidades, siquiera de ir convocados. El caso del murciano es llamativo por inédito. El del ceutí no lo es menos: este podría ser el momento. Si Tiba o Borja sufren alguna eventualidad, mejor él que Óscar o Juanpe fuera de sitio.
Siquiera el Carlos Tartiere puede presumir de su ídolo sempiterno, Diego Cervero, aunque apenas haya jugado en lo que va de curso. De algún modo, la afición carbayona encuentra identificación sobre el tapiz o en su plantel a través de los tres citados. En cambio, la blanquivioleta carece de ídolos que llevarse a la boca y corear, más allá de Álvaro Rubio, ya de la casa.
La milonga del canterano retornado

Claro, que cada equipo cuenta con otro jugador más de esos que pueden o deberían levantar a su afición. En ambos casos, con un canterano retornado, con alguien que hizo carrera y volvió a casa para cerrarla con el mejor recuerdo posible. Se trata de Esteban y Óscar, guardameta y mediapunta que, si Portugal tiene a bien, tendrán una particular batalla de cuya suma se obtienen 73 años.
Esteban interpreta una milonga. Volvió hace dos veranos a su casa, lento, nostálgico, como el baile rioplatense. Y para el corazón carbayón fue vivaz, como también puede ser dicho baile. A sus cuarenta años ha vivido y ha sido partícipe de la vuelta de Real Oviedo a la Liga de Fútbol Profesional, en la que recién ha cumplido 250 partidos oficiales con la remera del club que le alumbró.
No es otra cosa que un ídolo, caracterización ganada a pulso por el retorno después de tantos años. Baste decir que era él quien tapaba el arco asturiano cuando se enfrentaron Oviedo y Valladolid por última vez, allá por abril del 2001. Si alguien sabrá de hermanamiento en el pasto, sin duda será él.
Y mientras el asturiano es héroe, el salmantino es, sino villano, por lo menos sí un antihéroe. Adolece Óscar de su ascendencia en la hinchada, cada día más. Especial, atípico, su segunda etapa es cada vez más agria que dulce, está cada vez más marcada por la incapacidad en quien el Real Valladolid precisa y merece. No fue guía, o no como debía, en el último ascenso. Y continuamente se le reprocha que tampoco lo haya sido a posteriori.
Volviendo a las líneas iniciales, si ambos clubes son hermanos, lastimosamente no será porque en el campo entiendan como suyo ese estrecho vínculo, puesto que la práctica totalidad de sus jugadores son ‘adoptados’. Lejos queda aquel último encuentro entre ambos, en el que Torres Gómez, Alberto Marcos o Eusebio jugaban en los blanquivioletas y los Iván Ania, Oli o Boris lo hacían en los carbayones.
Lejos quedan los hermanamientos de verdad, los de sangre e identificación con una ciudad y unos colores. Que Álvaro Rubio nos perdone: dichosos adoptados; dichosas las modas. Dichoso, en fin, el desarraigo.
