El Real Valladolid cumple con el objetivo de sumar tres puntos que le permitieran respirar frente a un Albacete Balompié carente de todo; de fútbol y alma

Era obligado ganar, y en tanto en cuanto se ganó, poco negativo se puede decir del Real Valladolid. Es verdad, fue pobre, se echó atrás después de un prometedor inicio y del gol, y luego hubo quien silbó, descontento porque acabara con el culo metido en el área, pero, llegados a este punto, todo lo que rodeaba a los tres puntos era accesorio.
Es lícito el mosqueo de unos cuantos. Lícito y comprensible. Pero ya se sabe, lo importante era ganar para ahuyentar a los fantasmas del descenso y respirar. Si el fútbol fue malo de solemnidad no debió sorprender: durante todo el curso esa ha sido la tónica, y además esta vez con el agravante de que al ocupante del banquillo ni siquiera le apetecía.
Tímido, por decirlo con suavidad, Alberto López cercenó ese buen inicio de los suyos con su querencia defensiva. Claro, que el pecado no fue capital porque el Albacete no se lo creyó jamás. Solo en el tiempo de descuento lo intentó con un testarazo de Rubén Cruz, que fue un perdón a la vida. La producción ofensiva, antes de eso, fue nula.
Los manchegos acumularon posesión, cada vez más, después de que el Pucela creyera que había hecho suficiente. Como si a estas alturas lo fuera cualquier cosa que haga. Dada la endeblez y la fragilidad del conjunto de César Ferrando (dicho esto con el mayor de los respetos), quizá la tarde debió haber servido para desquitarse, o al menos para intentarlo. Pero ni eso.
El coito interrumpido llegó de la misma grada, como si a la hora de la verdad le hubiera entrado pereza e hipo, y dijera que pa’ qué. Antes el recibimiento fue bueno, bonito, pero cuando llegó el momento del pasto, no eran tantos. Y si bien no es este sitio para juzgar, y menos según pintan las cosas, bueno, lo de que no vayan muchas más de diez mil personas ni regalando entradas, en general dice mucho.
Daba igual la senda del tiempo que el veinte de abril o años 80. Por más que a uno le diera por ponerse nostálgico, la grada no se iba a llenar por ciencia infusa. Aunque, claro, los asientos vacíos no marcan goles, como tampoco lo hacen los culos calientes.
En fin, que fue otra tarde triste, en la que no hubo ocasiones que llevarse a la boca más allá del gol, que por hablar de nuevo de él, por aquello de que fue noticia en un mar de nada, puede decirse que nació de una recuperación de Álvaro Rubio y que Roger en un lado del área sirvió hacia el otro para el enésimo resurgir de Óscar González.
En definitiva, el Real Valladolid sigue vivo con muy poco, porque el Albacete tiene menos y porque es a los que está acostumbrado. En el pecado ha llevado la penitencia: sufrir con el culo en el área en los últimos minutos debido a que los manchegos al final, a fuerza de que les dejaran el balón, se lo creyeron, aunque fuera solo tímidamente. Sigue con su sino, el dar pocas alegrías, a veces porque no sabe, otras porque no le apetece y esta vez porque no quiso más que diez minutos.
La pena es que a la salvación virtual que certifica este triunfo no venga ya de la mano del final de liga. Solo eso queda esperar, que se acabe por fin este hartazgo, que tampoco es que vaya a dar la felicidad, pero por lo menos dará menos pereza.
