El jienense volvió a reivindicar su condición de titular con un gran partido ante el Nàstic de Tarragona

El fútbol, dicen, y eso es verdad, ofrece cada fin de semana una nueva oportunidad. Aunque a veces se empeñen algunos –no pocos– en poner en valor el pasado como defensa, es el presente lo que más debe importar, o como mucho puede hacerlo ese futuro más inmediato. Sucede, sin embargo, que cuando una temporada termina no hay clavo al que agarrarse, y el juicio llega, como en el final de los días.
Acabada la campaña pasada, y sin paños calientes, hecho el pertinente balance, fueron pocos los que vieron el equilibrio entre la pluma y el alma de Javi Moyano. Con un Real Valladolid tan maltrecho y ajado que debía cerrar por derribo, pocos le tenían en cuenta. Disfrazada del dios Thot de la mitología egipcia, la afición esperaba que Braulio, a la sazón Osiris, decidiera arrojar a Ammyt su corazón. Pero el director deportivo emitió un juicio distinto: Moyano debe quedarse.
Esa otra vida concedida no es para siempre, porque el fútbol de siempres no entiende, pero fue una bola extra para el lateral resiliente. El jienense consiguió resistir los azotes de la tormenta, y no solo eso, sino que ahora que parece que llueve menos, está demostrando honestidad en su fútbol; que su corazón pesa menos que la pluma de Maat. Con una filosofía muy de retuit, pero que se diría propia de la cultura del esfuerzo (y se ha de decir, aunque haya a quien le pueda parecer ‘tribunera’), se viene ganando el puesto sin discusión.
¿Sin discusión? Sí. Pese a Markel, sí. Porque su honestidad no es solo eso, sino que también es acierto y buen juego. Siendo tan larga la campaña no cabe duda de que al lateral vasco le llegará su momento, pero no es ahora. Y no lo es porque si bien Etxeberria cuajó una buena actuación ante el Tenerife en Copa –que le valió para ser destacado por Paco Herrera–, la buena línea de su competidor volvió a ser reivindicada con otro gran partido ante el Nàstic de Tarragona.
«Insistir, persistir, resistir y nunca desistir» es una de tantas frases motivadoras que a través de sus perfiles en redes sociales ha publicado en estos últimos tiempos. Y es con esa forma de pensar, pero sobre todo de obrar, como se está ganando a una hinchada antes reticente. El centro a la testa de José en el Nou Estadi es el último argumento que le hace acreedor de este cariño, vertebrado sobre la citada honradez en su esfuerzo.
Seguramente habrá tropiezos en el futuro. Picos más altos, suyos y del grupo. Pero no sería de extrañar que, cuando se den (que se darán), tirara de filmoteca para recordar aquella pregunta retórica del señor Wayne a su hijo mucho antes de ser Batman: «¿Por qué nos caemos, Bruce? Para aprender a levantarnos». Porque así es él; así lo siente, o lo sentirá cuando el momento llegue, que llegará.
Mientras tanto, lo que tratará de ofrecer es otra cosa igual de sincera. Ese nivel que viene demostrando, que le convierte en un zaguero muy difícil de superar, posicionalmente intachable, sacrificado y pegajoso en la marca y correcto en el plano físico, y una sorpresa en el apartado ofensivo, más grata para Herrera que para el rival, porque no siempre ataca el costado ni siempre que lo hace llega hasta la línea de fondo, pero es inteligente tanto cuando profundiza como cuando se queda en un segundo escalón.
Que lo haya jugado todo en liga hasta ahora y que Moyano esté siendo uno de los jugadores más regulares del Real Valladolid, sino el que más, no es casual. Y si alguien lo cree así, se equivoca. No llamen casualidad a lo que se llama resiliencia.