El Getafe aprovecha los errores del Pucela y suma tres nuevos puntos en casa frente a un rival que fue su igual hasta el uno a cero

Hay sucesos que se repiten de manera cíclica, y el partido entre el Getafe y el Real Valladolid es uno de esos hechos; no por la evidencia de que se han enfrentado en unas cuantas ocasiones, sino porque siguió un patrón cortado hace ya varios años por José Bordalás. Como el fútbol no es una ciencia exacta, no es que siempre surta efecto, pero, por desgracia para aquellos que se decantan por el menottismo frente al bilardismo, tiende a hacerlo.
Cierto es que si esto pasa es, en parte, porque viene contando con buenos equipos en los últimos años, aunque no por ello se le debe restar mérito. Y quien lo haga, que piense en si daba por candidato a subir al Deportivo Alavés el pasado curso. Guste o no, su ‘teoría del poco’ es exitosa, y, como diría la abuela de uno, sirva como muestra un botón.
El envite del que su equipo salió vencedor por tres goles a uno ante el Pucela fue uno de tantos, poco prolífero en cuanto a fútbol y muy prolijo. Pesado, de obligada atención hasta el último segundo, porque el más mínimo detalle podía ser decisivo, y así fue. En un par de errores de intensidad, de concentración o ambas, el Real Valladolid tiró por la borda una actuación que hasta el uno a cero estaba siendo muy buena. Desde entonces, lo que pasó fue que se deshizo, quizá sabedor de que la anterior afirmación es real, quizá conocedor de lo difícil de la remontada.
Bordalás, como expresión de sus equipos, es un rival que exige ser meticuloso al extremo, tipo Jack Nicholson en ‘Mejor… Imposible’, porque es muy puntilloso, tipo Sheldon Cooper. Coquetea, roza e incluso toca lo antirreglamentario, como Chávez Júnior, boxeador odiado –entre otras muchas cosas– por todo tipo de estratagemas que estorban, molestan y sobran pero, cuando ‘El hijo de la leyenda’ está bien, son efectivas.
Paco Herrera, el entrenador con más partidos en Segunda División, bien conoce sus artes; sus pupilos no podían no estar aleccionados sobre ellas. Y en la primera mitad demostraron que lo estaban; dieron buena cuenta de que tenían la lección bien aprendida. Extremaron su atención y no fueron otra cosa que un bloque, sin grandes alardes combinativos, pero sólido en defensa, aunque del centro del campo en adelante no terminara de generar peligro.
El voluntarioso Mata lo intentó, como Míchel, intermitente, por medio de un disparo lejano que repelió con algún que otro apuro Alberto. Joan Jordán, con un tiro de falta directo y seco, tuvo la oportunidad más clara, se puede decir que de todo el primer periodo teniendo en cuenta también las aproximaciones azulonas, que no llevaron excesivos apuros a la meta de Becerra; si acaso, una intentona de Jorge Molina que se quedó en nada.
Pero, como ya se ha dicho, si alguien aprovecha bien cualquier falta de intensidad o despiste, es aquel conjunto que dirige Bordalás. Entrene a quien entrene el alicantino, ese equipo es el que mayor beneficio saca del error del rival, como se demostró en el segundo tiempo. Así, en una falta lateral –dichosa cruz…–, en la primera acción de relajación del Real Valladolid, llegó el uno a cero.

Como en los viejos tiempos, erró Isaac Becerra en la salida, quedándose a medio camino, y falló Mata al no saltar con Paul Anton, que envió un testarazo a la red. Entre los tres echaron abajo todo el trabajo previo, como quien se examina del carnet de conducir y lo calca hasta que se salta un semáforo. El Getafe, el ‘examinador’ de la categoría, fue implacable desde entonces.
La tensión hizo mella, pero el examen siguió. «Bueno, a lo mejor no me lo he saltado», dijo para sí el conjunto blanquivioleta, pero los nervios –o quizá otro error de concentración– jugaron otra mala pasada. Apenas seis minutos después, en una jugada que nace en otro saque de banda, llegó el dos a cero, en una acción en el costado izquierdo en la que como poco los vallisoletanos eran iguales en número que los azulones.
Pese a esta cuestión, Damián Suárez se filtró dentro del área con la connivencia de André Leão y puso el balón al segundo palo, donde Pacheco remató a la red. Entonces ya sí, si quedaba alguna duda de que el padre de la criatura es el ínclito entrenador, esta fue despejada como quien repele un balón en el noventa en la final de un Mundial con el marcador a favor.
Lo que hace el Getafe no puede ser denominado ley del mínimo esfuerzo, porque este es alto, hasta el punto que las ayudas interiores cortocircuitaron siempre la circulación rival. Estas y casi cualesquiera, ya que pocas veces el Real Valladolid brilló en ataque, alto que ha de apuntarse en la cuenta de los madrileños. Sin embargo, sí se le puede llamar ‘teoría del poco’ por una cuestión muy sencilla: no se expone, no se descubre, no arriesga; vive del error ajeno.
¿Todavía hay quien necesita más pruebas? Aunque Juan Villar anotó un gol de bella factura para acortar distancias, solo un minuto después Jorge Molina volvió a marcar al aprovechar una entrega deficiente de André Leão. El portugués, negado, dejó el balón franco para que hubiera un pase por alto a sus espaldas, con los centrales abiertos, que fue un caramelo para el atacante alicantino.
Esta concatenación de acciones no incluye otras ni un análisis más pormenorizado por algo tan simple como que en la segunda mitad no pasó mucho más (como si, por otra parte, fueran poco cuatro goles). Un buen Real Valladolid hasta el minuto cincuenta fue tibio y se desconcentró a partir de entonces y acabó perdiendo con todo merecimiento. Lo cual irremediablemente suscita -o ha de suscitar– dudas, ya que es inequívocamente irregular.
El consuelo puede ser, en todo caso, que enfrente estaba un rival que marcha sin remedio hacia el ascenso a Primera División, con un plantillón que es ya de esa categoría. Claro, que viendo su bilardismo extremo, quizá haya a quien le sepa a poco. Sensaciones al margen, lo que es evidente es que en cada ocasión en que el Pucela ha podido dar el salto a la mitad alta de la tabla clasificatoria ha fallado. Y, aunque duela, transcurridas diecinueve jornadas, como los números hablan, es normal la desilusión.