El alemán regresa a la que fue su casa en su segunda temporada como jugador rayista, siendo uno de los máximos anotadores del equipo de Rubén Baraja

En el próximo duelo del sábado entre el Real Valladolid y el Rayo Vallecano, el José Zorrilla volverá a recibir a un futbolista que ha sido capaz de arrancar los aplausos del público a la vez que provocar los gritos de desesperación de muchos seguidores pucelanos. Su fugaz paso por la capital castellana dejó tras de sí capítulos de júbilo, donde su calidad y potencia maravillaron a muchos espectadores y otros escritos con tinta negra, que acabaron por ennegrecer su huella en Pucela.
Patrick Ebert, el correcaminos alemán, fue la alegría y el sufrimiento blanquivioleta. Aquel rubio endiablado formó una dupla letal con Rukavina durante el mandato de Djukic en 2012, demostrando que su talento sí tenía cabida en el fútbol español. No obstante, la dificultad de su carácter, junto a un progresivo distanciamiento con el vestuario, provocó la salida del extremo dos temporadas después. Un adiós que prometía ser definitivo y que ponía punto final a su paso por España.
Sin embargo, y contra todo pronóstico, en el verano de 2015, ‘Ebi’ aterrizó de nuevo en el territorio español para incorporarse a un Rayo entonces dirigido por Paco Jémez. Después de su breve estancia en Rusia, jugando para el Spartak de Moscú, el jugador se unía un equipo que buscaba añadir potencial ofensivo, aquejado por la falta de acierto de sus delanteros.
De esta manera, el teutón regresaba a un país donde se labró una imagen con dos tonalidades. Por un lado, la luz, la rapidez, la garra, el desparpajo, la potencia, el gol. Por otro, la oscuridad, desavenencias con los compañeros, inmadurez, falta de compromiso y lesiones. Sobre todo muchas lesiones, que llegaron incluso a colocarle la etiqueta de “jugador de cristal” y que le que impidieron gozar de minutos, así como regularidad.
Su incorporación a las filas flanjirrojas presentaba una opción arriesgada cuanto menos, pues pocos jugadores han sido capaces de generar un torbellino de emociones tan dispares como el atacante germano. Al “niño malo” de Potsdam, que creció golpeando la pelota en los campos de Berlín, le gustó siempre caminar por la delgada línea que separa el éxito del fracaso; la disciplina y el frenesí de la noche y sus placeres. Las aficiones a las que ha deleitado con su fútbol son incapaces de pronunciar su nombre sin que les venga a la boca un inevitable sabor agridulce.
De hecho, el prometedor inicio de su segunda etapa pronto acabó tornándose en tragedia. Apenas habiendo disputado diez partidos, Ebert se rompió el tendón de Aquiles. El futbolista decía adiós a la temporada y los peores presagios se cumplían para los vallecanos. Esto, sumado al cambio de directiva en el club madrileño, hacían creer su salida estaba cerca. Finalmente, decidió esperar su recuperación y observar en qué condiciones regresaba.
Así las cosas, al bávaro no le tocaba más que aguardar y trabajar en su mejora. Por si fuera poco, la dificultad de hacerse un hueco en la plantilla era mayor después del cambio de entrenador. Pero, al contrario que tantas y tantas veces en las que la paciencia resultó ser el gran mal de Patrick, esta vez se convirtió en su aliada.
Su oportunidad llegó la pasada pretemporada, pues el inicio del nuevo curso suponía pulsar el botón de reinicio y afrontar el año con nuevas expectativas. Si bien el jugador ya llevaba varios meses recuperado, desde el cuerpo técnico le advirtieron tener temple y cabeza, porque su lesión podría tender a la recaída en caso de que forzara. El “niño malo”, ahora reformado, decidió escuchar para alejarse de los errores del antaño.
Y así fue como Patrick Ebert afrontó el 2016. Acogiéndose a los motivos que le trajeron a vestir la elástica rayista y con el hambre que desde el inicio habían caracterizado a un jugador de su talla. A su llegada prometió goles y, pese a que su lesión le retiró muy pronto de los campos, al alemán ya le había dado tiempo a estrenarse con su nuevo equipo en Copa del Rey. Obviamente, la deuda no estaba saldada, por lo que ‘Ebi’ se puso rápidamente manos a la obra.

Aliado con Guerra
Cuatro tantos en el periodo de preparación, sumado a otras actuaciones de gran nivel, demostraron que su mejor versión podía no estar tan lejos. Poco a poco fue acumulando minutos, ganando confianza y labrándose un hueco en el once.
Asimismo, su buen entendimiento con uno de sus compañeros de ataque y también ex pucelano, Javi Guerra, despertaron el optimismo en el Campo de Fútbol de Vallecas.
De hecho, la conexión entre ambos continúa siendo la mayor arma de ataque de los de Rubén Baraja en el presente curso. Los dos jugadores se han consagrado como los máximos anotadores de la plantilla, con cuatro goles para cada uno en dieciséis partidos que ha disputado el español por quince de su vecino centroeuropeo. Este último, además, ha estado muy activo en labores defensivas, acumulando un total de cincuenta y tres recuperaciones.
Así las cosas, el atacante renovó sus crédito para con los seguidores de su nuevo hogar. Por otro lado, desde el sector más crítico, aún se espera despliegue su nivel más alto, aunque muchos de los técnicos que le han comandado, como Jémez o Sandoval, ya expusieron que la mejor medicina para él es la confianza.
A Ebert le sigue fallando la regularidad, en parte gracias a la fragilidad de su físico, lo que en ocasiones convierte su fútbol en una montaña rusa. De hecho, esta temporada ya se ha caído de varias convocatorias por numerosas dolencias y malestares. Pese a todo, cuando su cuerpo se lo permite y su mente y físico se complementan, el peligro que provoca pone en alerta a cualquier contrario, por eso es difícil retirarle del campo. Si el visor está enfocado lo más probable es que acierte en la diana. Incluso a veces estando desconectado es capaz de sacar iniciar un carrerón, sacar un latigazo o enchufarla de libre directo para rescatar tres puntos perdidos. De la misma manera, una mala caída o un esfuerzo excesivo pueden hacer que vuelva a romperse, ya que es un futbolista que camina entre algodones.
Él es ‘Ebi’, alegría y sufrimiento, las dos caras de la moneda, un torbellino sobre el césped. El Real Valladolid gozó de días de cara y brillo, a la par que muchos otros de cruz y sombra. Este fin de semana la moneda vuelve a girar en el aire, pero el lanzador es el Rayo Vallecano y Zorilla será testigo de qué versión muestra el germano.