El escritor José Ignacio García estrena ‘A vista de ciego’ haciendo un breve repaso a lo que dio de sí el pasado fin de semana

Un premio Cervantes me dijo una vez que la primera palabra de un texto era siempre la más difícil de escribir, ya que todas las demás iban detrás. Hecho por tanto lo más complicado, permítanme que –antes de nada– sea honesto y les haga una confesión: hace casi veinte años que no veo en directo un partido de fútbol del Real Valladolid, exactamente desde aquella campaña en la que Antena 3 se hartó de retransmitir encuentros del Pucela los lunes por la noche, sin que al club le importaran en demasía los abonados que por razones laborales o de otra índole no podíamos acudir al estadio Zorrilla entre semana. Los dirigentes optaron por los machacantes que aportaban las televisiones, y yo hice lo mismo, me acostumbré a seguir al equipo de mis amores por la tele, la radio y los periódicos.
Convendremos por tanto que en lo sucesivo voy a escribir «de oídas»; y en honor al crítico taurino de uno de mis cuentos, que supuestamente era el mejor especialista del país en el arte de Cúchares a pesar de su invidencia, he decidido opinar «a ciegas», con el riesgo consiguiente de que pueda ver las cosas de una manera muy diferente a la auténtica realidad, o a la realidad subjetiva de cada experto y de cada aficionado.
Aclarado este escabroso asunto, evitaré otras digresiones e iré directo al grano. Estoy muy fastidiado, porque siempre los malos resultados dan más juego al crítico a la hora de afilar el lápiz; pero los chavales de Blanquivioletas han decidido que me incorpore a su plantilla justo después de un fin de semana ideal, en el que han ganado el Valladolid y el Promesas (disculpen que no me salga todavía eso de Valladolid B), las ‘ardillas’ del baloncesto, los chicos y las chicas (en este caso es imprescindible separar los géneros) del balonmano, los dos equipos de rugby y hasta la peña del bar de debajo de mi casa, que no ganaba un partido desde que Rusky marcó su primer gol en Primera.
Semejante hemorragia de triunfos da para demasiados titulares. Y esa no es buena señal. Los temas verdaderamente importantes deben clavarse con un solo lema, que encaje como entró en el hoyo la bola que el domingo le dio la chaqueta verde a Sergio García en el Masters de Augusta.
Pero la resaca de un fin de semana que da cabeceras a mansalva trae de cabeza al cronista. Que si «Victoria sin palmas ni gloria» del Real Valladolid sobre un Córdoba más gris que el agónico final del último califa andalusí. Que si «Cuenta atrás», porque hemos entrado en el tramo definitivo de la temporada, y si ganamos todo, como dice Carlos Suárez, jugamos seguro el play-off de ascenso. Que si estamos «En tierra de casi nadie», porque solo nosotros (y quizás el Lugo) parecemos capaces de alcanzar a ese sexteto de equipos al que el Huesca quiere unirse, aunque sea gracias a goles marcados en las postrimerías de sus partidos. Que si «Paracetagol» para el míster, porque los incomprensibles fallos de sus jugadores le están quitando la salud y años de vida a un Paco Herrera que se muestra alicaído en las ruedas de prensa, con unos comentarios tan erráticos como el juego de su equipo, que no está seguro atrás, que no manda en el centro del campo, donde le sobran efectivos de presumible calidad y control, y que tiene que encomendarse a un extremo que no iba a jugar, a un delantero centro que casi nunca lo es y a otro que no le gusta, porque le da la espalda. Incluso el Promesas daría para un titular (o varios) gracias a Tanis –qué pinta de porterazo–, a Calero, a Anuar y compañía.
Sin embargo, hoy las palabras que siguen a la primera no me dan para más. Espero que puedan disculpar mi impericia de debutante. Prometo esforzarme el próximo día en escribir una crónica como es debido.