Esta semana José Ignacio García analiza la actualidad del Real Valladolid en clave novelística
No sé si se lo he dicho alguna vez. Tengo más de 5.000 libros en mi biblioteca. Por supuesto que no me los he leído todos. Es más, tengo la certeza de que nunca me los leeré, y aun así, en lugar de dedicar mi escaso tiempo libre a nuevas lecturas, de vez en cuando me da por releer novelas que en su momento me dejaron impresa su huella. Para mí, releer una novela cinco, diez o veinte años después, es como reencontrarme con personas o lugares que llevo mucho tiempo sin ver. Y, como me ocurre con esas personas o esos lugares, las sensaciones que percibo al volver a leer no tienen nada que ver con las que sentí en su momento, porque cada instante es diferente a los demás, porque nuestro estado de ánimo está siempre en continuo movimiento, porque el ser humano vive en una catarsis constante, positiva unas veces y otras no tanto.
Hace unos días que terminé de leerme ‘Patria’, de Fernando Aramburu, la novela más tierna y conmovedora que he leído en mucho tiempo, y como no me parecía justo condenar desde sus primeras páginas a una nueva obra que seguramente iba a estar muy lejos del novelón de Aramburu, decidí iniciar mi melancólico otoño particular haciendo una retrospectiva y escarbando en mis recuerdos, para releer algo que me hubiera marcado cuando cayó entre mis manos.
Recorrí los estantes repletos de libros, esperando que alguno me llamara. Sí, ya sé que les pareceré un bicho raro, pero con frecuencia son los libros los que me eligen como lector, y no al revés. Al final no sentí ninguna llamada y decidí que sería porque tenía que dedicarme a otra cosa.
Sin embargo, ayer, sin buscarlo, y pensando en la situación semanal del Real Valladolid, me vino a la cabeza el título de una novela que leí hace más de quince años.
Vivía el Pucela momentos de vino bueno y rosas, que le habían situado al frente de la clasificación y le habían permitido superar con una fuerza arrolladora una nueva eliminatoria copera. Además todo eran elogios para los pupilos de Luis César –los de clase A y los de clase B– y para el juego que desplegaban sobre el tapiz verde.
Por eso, de cara a la visita a Huesca, parecía que todo se le ponía de cara al equipo vallisoletano para afianzarse en el liderato, y sin embargo, como si fuera el escenario de una maldición inevitable o de una refriega regionalista, el estadio aragonés de El Alcoraz volvió a convertirse en una fortaleza inexpugnable para los jugadores castellanos.
Ya se sabe lo dados al pesimismo y el escarnecimiento que somos por estas latitudes a las primeras de cambio, por eso estos días, algunos aficionados que me conocen y saben que escribo en Blanquivioletas, me pedían que diera caña al míster y a sus chicos para ver si así reaccionan.
Cómo que si reaccionan, pensaba yo, mientras escuchaba o leía ese tipo de comentarios. El fútbol es un deporte, en el que a veces se gana y otras se pierde, o se empata, como mal menor. Es más, en ocasiones el resultado final es como una moneda al aire que depende de detalles casi insignificantes para caer de un lado o de otro.
Me habría preocupado si lo de Huesca hubiera sido una debacle. Pero según rezan las crónicas, y por las imágenes que he visto en la televisión, los vallisoletanos no fueron inferiores a los oscenses en ningún momento, y el mejor jugador del partido fue Remiro, el portero local. Algo querrán decir esos indicios. Lo que ocurre en el fútbol, y si no que se lo pregunten al Real Madrid que lo está sufriendo con creces en sus propias carnes, es que hay partidos en los que la pelota entra casi sin querer y otros en los que la portería, por mucho que se la aporree, se convierte en un muro infranqueable.
Además esta Segunda División está tan ajustada como una damisela coqueta que trata de embutir sus piernas en unos vaqueros dos tallas menores. Se han disputado seis partidos y hay un ramillete de equipos en cabeza con una diferencia de un punto entre el primero y alguno de los que por diferencia de goles no están siquiera entre los puestos que anhelan el ascenso.
Así que por ahora nada es dramático, porque las sensaciones son buenas y, si se mantiene el nivel de juego, una victoria ante el Córdoba en casa el próximo fin de semana podría volver a situar como líder a un equipo que no se ha apeado de los puestos de play-off en las últimas jornadas.
Como les decía unas líneas atrás, la injusta derrota en Huesca me ha servido para recordar el título de una novela: ‘Bajarás al reino de la tierra’, de José Luis Ferris. Y espero que al Real Valladolid le haya servido para comprender lo dura que es esta categoría de plata, que una jornada te hace vivir en las nubes y otra a tan solo unos metros por encima del infierno.