Indiscutible para Anquela, el centrocampista carbayón se ha ganado el cariño de la grada gracias a sus labores de recuperación y creación de juego

La temporada estival suele ser una época de gran movimiento en cualquier club de fútbol, más aún si el curso ha sido decepcionante. En medio de esa pequeña revolución, el Real Oviedo decidió renovar buena parte de su plantilla y dar un soplo de aire fresco al vestuario.
En ese intercambio de salidas y llegadas, el segundo en llegar a la capital del Principado fue Ramón Folch. El centrocampista, tras una soberbia temporada en el Reus, fue uno de los elegidos por Juan Antonio Anquela para reforzar una medular que se quedaba en números rojos tras la salida de Jon Erice y Lucas Torró.
Quizás no fue el fichaje que más ilusión despertó en la grada, pero la afición del Tartiere empatiza con aquellos que anteponen el beneficio colectivo a las filigranas y florituras personales. Su valía le precedía: en la 2016/17 fue el cuarto jugador que más pases correctos dio (1745) y el segundo que más balones recuperó (288).
Su trabajo puede asemejarse al de los mineros que durante tantos años sostuvieron económicamente la tierra que ahora pisa. No es tan vistoso como el de sus compañeros, e incluso puede ser ingrato, pero es tan necesario que le ha permitido convertirse en uno de los mimbres del Real Oviedo.
Los números lo confirman: junto al guardameta Juan Carlos, Folch es el único jugador que ha participado en la totalidad de los 1.260 disputados en liga. Catorce jornadas en las que el centrocampista ha demostrado su polivalencia, adaptándose a las distintas propuestas del técnico carbayón.
En el arranque de este curso, el catalán formaba justo por delante de los centrales, un tanto incrustado entre ellos, en la que podría denominarse su posición ‘natural’. Su labor era clara: ayudar en la conducción del balón, sobre todo en el inicio de la jugada, y ser el muro de contención en las jugadas de peligro para los intereses azules.
La entrada de Forlín en los planes de Anquela provocó que Folch se adelantara ligeramente, lugar en el que tampoco desentona. Es cierto que sus virtudes se ven un tanto desdibujadas en esta posición, ya que es un centrocampista de carácter eminentemente defensivo, aunque ha llegado a generar jugadas que a la postre ponen en apuros a la zaga rival.
Ambos permutan sus roles en medio de los encuentros, lo que sin duda dota al Real Oviedo de un abanico más amplio de recursos que poner en juego. Folch es atrevido y ya ha protagonizado alguna que otra internada en el área para cazar los rechaces muertos posteriores a los disparos de Toché, Saúl o Ñíguez. Ahora, con la apuesta de Anquela por la defensa de cinco y Forlín actuando de central, ha vuelto a su rol inicial.
Su capacidad no solo radica en la creación de juego, sino que tiene una visión periférica de lo que sucede a su alrededor, algo que es de gran utilidad a la hora de leer las diferentes fases de los partidos. Muestra un gran criterio a la hora de cortar las jugadas, manejando a la perfección el cuándo y el dónde incurrir en falta.
La llegada de Ramón Folch al Carlos Tartiere no ha sido tanto un soplo de aire fresco como la incorporación de un jugador que, con espíritu de minero, se ha convertido en el sustento de este Real Oviedo.