El Real Valladolid vuelve a la senda de la victoria ante un Real Oviedo al que la alegría del 2-1 le duró poco

Goles son amores y no buenas razones. Ni al Real Valladolid ni al Real Oviedo les faltaban motivos para enviar el balón al fondo de la red, pero fueron los blanquivioletas los que más dianas celebraron. Especialmente, en el último cuarto de hora, donde el Pucela, tras un conato de sentencia, sufrió y, acto seguido, cerró el partido.
Hasta ahí, nada del otro mundo. Las ansias de ambas hinchadas por el tan esperado hermanamiento se quedaron diluidas en una primera mitad decepcionante en cuanto a juego. Luis César, como si de un adivino se tratara, lo dijo minutos antes del pitido inicial: la clave era adelantarse, pues los suyos no habían perdido ningún encuentro tras ponerse por delante en el marcador.
Tomaron buena nota sus pupilos, que en el minuto cuatro ya habían puesto en evidencia a un Juan Carlos que se tomó la hermandad demasiado al pie de la letra. Al guardameta se le resbaló el balón de los guantes, regalando un saque de esquina que Plano, titular en detrimento de Iban Salvador, ejecutó de manera magistral. Deivid, tras adelantarse a Mossa, celebró su primera diana con la elástica blanquivioleta.
La grada del José Zorrilla pronto confirmó que no era la tarde del Real Oviedo, para desesperación de los 2.000 aficionados carbayones que se desplazaron hasta Valladolid para animar a los suyos. Los de Juan Antonio Anquela se mostraron imprecisos, cometiendo errores tan infantiles como no saber sacar de banda ni conseguir enlazar tres pases buenos.
Tampoco lo estaba haciendo mejor un Real Valladolid que, sin ser presionado, se sentía cómodo. Así, los minutos iban pasando entre fallos e imprecisiones de unos y otros. Solo Aarón Ñíguez, con algún que otro chispazo, parecía dispuesto a inquietar a Masip. Antes, Kiko Olivas y Toni pudieron aumentar distancias, pero el frío de la tarde, la primera en la que la bufanda fue más que necesaria, se trasladó también al verde.
Fue precisamente el ‘7’ carbayón, mediante un córner, el único que hizo un intento serio para que la temperatura subiera, pero el remate de Ramón Folch se fue desviado. Esa fue la ocasión más clara de los carbayones en una primera mitad en la que ambos conjuntos, como hermanos que son, compartieron carencias y problemas a la hora de generar juego.
Tras el receso, el Real Oviedo quiso tirar de épica, esa que le ha acompañado en las últimas victorias, y dar la vuelta al partido. Tímidamente, los azules se fueron haciendo con la batuta del partido, metiendo atrás al Pucela, y gozando de alguna ocasión que Linares, por dos veces, y Aarón no fueron capaces de materializar.
Cuando la sombra del empate sobrevolaba el feudo blanquivioleta, el balón parado, el mismo que tantas veces le ha condenado, volvió a sonreír al Real Valladolid. Míchel botó una falta lateral que Mata, tras adelantarse y librarse de la marca, envío al palo de un Juan Carlos que, pese a tirarse al lado correcto, no pudo atajar. La calma parecía instalarse en Zorrilla. Entonces, llegó la tempestad.

Cinco últimos minutos en los que todo pudo pasar
El viento soplaba de cara para el Pucela: regreso a la victoria y portería a cero. Pero el fútbol, imprevisible como ninguno, quiso ser justo con los aficionados y echó un poco de picante a los últimos compases.
A falta de cinco minutos para que se cumpliera el tiempo reglamentario, Aarón atacó por el centro, abrió a Yeboah y el rechace le cayó a Linares, que pecó de ingenuidad al enviar el balón al cuerpo de Masip, que estaba en el suelo.
El propio ’10’, más ‘9’ que nunca desde la lesión de Toché, se redimió de su error dos minutos más tarde.
El canterano Steven, que había entrado unos minutos antes, dejó pasar el esférico para que el maño, tras perforar la red blanquivioleta, volviera a besar su tan característica muñequera negra.
El delantero azul tenía ganas de más, de dar un golpe sobre la mesa, pero al final quién recibió el bofetón de la cruda realidad fue su equipo. Poco le duró la alegría del 2-1 al Real Oviedo, que pasó de verse con el empate a recibir el tercer y definitivo gol.
Gianniotas recibió el balón en banda, se la dejó atrás a Míchel y el valenciano, cumpliendo la ley del ex, anotó ante el que fuera su equipo. Así, a la sexta jornada, el Real Valladolid regresó a la senda de la victoria ante el Real Oviedo, un hermano al que le unen las mismas cosas que les diferencian. Porque el fútbol no entiende de parentescos ni amistades. Solo de goles.