Cayó por cuatro a dos tras una mala segunda mitad después de remontar el gol inicial de Osasuna

Tenía razón Miguel Ángel Gómez y cualquiera que protestara porque se jugase el partido: había riesgo. De que algún futbolista sufriera algún problema físico. O de que el Real Valladolid se enfriara, como si Zorrilla fuera Gran Canaria y Osasuna un equipo de pingüinos que juegan al fútbol.
Al final la cuestión no fue que se enfriada, sino que se resbaló y se pegó otro topetazo fuera de casa que rompe con las dos victorias seguidas conseguidas en los dos últimos partidos de 2017. Después de una primera mitad normalita, en la que remontó un gol tempranero de los navarros, en la segunda pareció como si jugara en chanclas sobre nieve.
A los seis minutos llegó el primer regalo. Llegó después de un pelotazo a la espalda de la defensa, que falló en el sector izquierdo, su flanco débil también con Moyano. David Rodríguez puso el uno a cero en el enésimo tanto concedido en el arranque por los blanquivioletas, que ya daban sensación de no ir a hacer bueno el topicazo de «año nuevo, vida nueva».
Como en anteriores ocasiones, el Real Valladolid no se resintió mucho y no lo hizo del todo mal tras encajar, aunque ha cambiado y ya no es aquel que enloquece después de hacerlo. De nuevo plantado con dos líneas de cuatro y dos delanteros al principio presionantes apostó por el empaque para buscar el empate. Pasada la media hora lo hizo Jaime Mata, tras un genial centro de Anuar con la izquierda y desde este costado, con un testarazo picado sobre Sergio Herrera.
Estaba siendo mejor y lo fue hasta el descanso el conjunto vallisoletano, que marcó el uno a dos en la última jugada de la primera parte, en una tan obvia en otros como extraña en los de Luis César (y en los de Herrera y varios técnicos anteriores). Borja colgó una falta desde el centro del campo, Kiko Olivas prolongó y Mata-dor remató a gol elevando su cuenta a los dieciocho en veintiún partidos. Casi nada.
Cualquiera diría que los tres puntos podrían venir de Pamplona, pero nada más lejos. Osasuna no dio señas de mejoría hasta la entrada de Quique, el canterano del Pucela; pronto si se tiene en cuenta solo el segundo tiempo y con el choque avanzado si se cuenta también lo que pasó antes. Si los de Diego Martínez antes no habían recurrido demasiado al juego hilvanado, desde entonces, con tres delanteros natos –el vallisoletano, Xisco y David Rodríguez– apostó por el juego directo. Y ya se sabe: El Sadar es El Sadar.
La mejoría, sin embargo, solo se trasladó al marcador tras un penalti absurdo de Antoñito, buscado por el atacante pero bastante claro. Fran Mérida empató de nuevo y no hubo casi tiempo a torcer el gesto. Apenas dos minutos después volvió a marcar David Rodríguez, en otra concesión de la defensa, puede que menos franca que las anteriores pero igualmente existente.
Y con eso el Real Valladolid desapareció del partido. Luis César no tardó demasiado en reaccionar (aunque pudo hacerlo antes: la mejoría era real antes de que empezara a introducir variantes y el resultado, cabe recordar, era favorable), pero de nada sirvieron las permutas. No al cuadro visitante, que fue eso, un cuadro, en lo que quedó. Osasuna, mientras tanto, había mejorado con Quique y lo hizo también con su tocayo Barja, canterano navarro.
Lo que quedó fue ver a un equipo descompuesto y sin gracia, por mucho que se pareciera a esos pingüinos de los gifs y de los vídeos de YouTube que se resbalan y caen nada más levantarse. La metáfora solo habría sido mejorada si alguno se hubiera resbalado de verdad, torpe, como si en lugar de botas en los pies llevara calderos. Si nadie se rió es porque el Pucela es algo sentido, serio.
Aún quedaba la rúbrica, el sello, precisamente de Kike Barja, que robó el balón a Borja en el 89′ y se marchó hacia Masip, que otra vez fue como un muñeco de nieve y apenas paró. Difícil es hacerlo, dicho sea de paso, cuando la defensa de uno no es, en sentido estricto, defensa, sino algo que se llama así pero luego no. Y el que se sienta herido, que recuerde que la primera vuelta termina con 36 tantos encajados, cifra más propia de alguien que no quiere bajar que de quien pretende subir.
Al ecuador de la competición llega el Real Valladolid con veintinueve puntos y en la misma tónica de otros años, sin ser capaz de encadenar tres triunfos seguidos, siendo una bicoca a domicilio y regalando algún que otro resultado adverso en su casa. Terminará, cuando lo haga la jornada, en la mitad de la tabla, allí donde merece estar. Con mucho margen de mejora y tiempo para arreglar lo que, sin duda, es un desaguisado.