Consiguió vencer al FC Barcelona B en un partido feo, sin historia, pero en el que cumplió con las premisas del ‘nuevo’ Luis César

Uno de los tópicos del fútbol dicen que a entrenador nuevo, victoria segura, y el Real Valladolid lo hizo bueno contra el Barça B. Efectivamente, no es que Luis César haya dejado de ser inquilino de su dirección técnica, sino que fue otro tan diferente en el Mini Estadi que estuve a una mata de pelo de ser una persona distinta. Ya lo había aventurado en la previa que iba a jugar a otra cosa, y vaya si lo hizo. Lo suyo fue una oda al resultadismo extremo.
Tanto que el Pucela aburrió muchísimo, con y sin balón. De hecho, casi no tuvo posesión, comparado con otras muchas veces, en las que la ganó a veces incluso por aplastamiento. Pero no tocaba. Era obligado cambiar el guión, porque había advertido el gallego de su fracaso durante la primera vuelta. Aburrió, sí, pero compitió con tal empaque que casi no sufrió, o directamente no lo hizo, por más que Jose –nuestro Jose y su Arnaiz– quisiera evitar que el nuevo plan funcionara.
Pareció como si el Real Valladolid fuera el típico equipo que lucha por evitar el descenso y cambia de entrenador, y el nuevo lo primero que busca es cerrar filas y tener empaque. Y a excepción de algún pequeño error que no pasó a mayores (muy pocos), lo hubo, gracias al repliegue medio planteado tras pérdida y a los cambios durante el dominio del cuero: salida de balón más compacta, con la segunda línea muy cerca, menos riesgos en esta fase del juego, muchos jugadores por detrás del esférico y hasta Anuar como hombre libre flotando entre líneas para presionar a todo aquel que quisiera jugarla en el inicio del juego rival y para buscar pases en situaciones ventajosas como interior avanzado y de continuidad, casi como si fuera un mediapunta.
La primera intentona fue de Mata, aunque en fuera de juego. Fue como un espejismo, porque los blanquivioletas no la tuvieron (ni la quisieron tener). Aunque el Barcelona B amasaba la pelota, sus pases eran vacíos, sin la intencionalidad que Jose demostró, aunque sin suerte, como tampoco la tuvo Vitinho al borde del descanso, en la ocasión más clara de la primera mitad, un disparo que se perdió a la izquierda de un Masip que recibió unos cuantos disparos pero estuvo siempre firme.
En la segunda parte nada cambió. Calero sustituyó a Kiko Olivas por lesión y El Choco Lozano hizo lo propio con un desaparecido Abel Ruiz en los azulgranas. A la postre el catracho tampoco creó peligro suficiente como para que pareciera que los locales pudieran sumar. Es más, el envite llevaba marchamo de empate a cero a pesar de Mata, que no supo culminar una buena progresión de su equipo, o de la arrancada de Borja, que se encontró con el cuerpo de Ortolá en la definición.
El inofensivo juego del filial barcelonista y el generar mucho con poco no hizo que Luis César perdiera la perspectiva. La idea era, es, otra. A partir de la portería a cero llegan los puntos, obviedad tan grande como que el resultadismo a veces tiene estas cosas: cuando más aburres, sin embargo, ganas, y de ganar se trataba, siendo sinceros, pues entreteniendo no se hacía cuanto todos querría. Pese a lo deslucido, a veces –y más en Segunda– uno es capaz de ser mejor siendo feo, como fue el Pucela.
Después de todo lo visto en las primeras veintiuna jornadas tiene algo de traición el haber pasado del día a la noche, pero esta vez fue dulce, para empezar, porque la labor de Anuar se razonó a partir de la recuperación en el balcón del área previa al gol. Se la dio a Antoñito, que andaba por el pasillo interior derecho, ya que la jugada venía de un ataque al que aún no le había podido suceder un repliegue, y este a Pablo Hervías que puso un centro decisivo a la cabeza de Mata, que con un buen remate envió el balón a la jaula.
Y de ahí hasta el final no hubo más historia, porque el Real Valladolid durmió –más: se podía– el envite y el Barcelona B, a pesar del talento, no cuenta con los argumentos necesarios para hacer daño a nadie (y por eso la situación en la que está). Hubo cero fútbol, pero los tres puntos validan el cambio radical, porque viene por fin fuera de casa después de mucho tiempo y permite despejar alguna que otra crítica. Para que estas desaparezcan, contra el Sevilla Atlético habrá que repetir victoria. Si hace falta, de nuevo aburriendo a las ovejas.