El Real Valladolid Promesas venció al Guijuelo con un solitario gol de Antonio Domínguez que permite alcanzar los once partidos seguidos sin perder y a los chacineros en la tabla

La bota de Domínguez aún no había impactado con el cuero y en la grada ya se escuchó la palabra golazo. El jugador andaluz detuvo el tiempo un segundo, el instante corto y preciso que tardó en rematar ese balón imantado a un pie del que brota arte a menudo. Cuando se alojó en las mallas, la celebración fue la del diestro tan convencido de que la faena va a salir bien que si al lanzar la montera cae de canto la gira como diciéndose que así va a ser.
Y así fue. Sucede, sin embargo, que el fútbol, como el toreo, es mejor si es de izquierdas. Tan templado que parece un témpano, cuando domina el esférico lo hace con maestría. Por el poso que tiene y el dominio de los tiempos que ostenta parece menos entregado; no necesita desplantes para conectar con el respetable. Aunque tampoco es el silencio del mito, tienta, pero a los suyos, a los que ordena como en el ruedo coreografían el cuerpo.
Y es que para triunfar no es necesario gritar. Basta con una balada pausada salida del corazón. Como el que el andaluz dibujó al aire en su celebración.
Esa sensibilidad que tiene Antonio Domínguez al jugar fue la que puso de manifiesto en el marcador la diferencia entre el Real Valladolid Promesas y un Guijuelo que se acabó con la expulsión. Decir que se apagó no sería en realidad certero, porque siguió ahí, lanzando alguna que otra acometida, pero sobre todo fue un manojo de nervios, el fiel reflejo de lo que vive.
Si con once se le vio sobreexcitado, generoso pero impreciso en la entrega, aunque por su esfuerzo incómodo, con diez cabeceó y manoteó como lo hace el astado en señal de aviso, aunque nunca llegó a generar peligro real. Las pocas veces que descubrió el camino hacia la portería, Dennis aplacó sus ánimos con sendas paradas a disparos, no obstante, muy lejanos, de dos viejos conocidos de Los Anexos, Ayub y Nacho, precisamente el expulsado.

El primer tiempo transcurrió casi íntegramente entre refriegas. Los chacineros parecían dispuestos a no dejar correr al filial, que no tenía prisa por hacerlo. Y así, como contra el Navalcarnero, se volvieron a vivir unos segundos de impás con todo el mundo quieto, como si estuviera jugando al escondite inglés. Los blanquivioletas, agobiados, se quedaron parados como sorprendidos porque el rival por una vez no presionase. Y el rombo que este quería dibujar, más parecido en realidad a un trapezoide, tardó en decidir si era mejor esperar o buscar el balón arriba.
Con ritmo bajo y sin ocasiones el descanso fue ese intervalo siempre obligado y el preludio de las acciones desencadenadas. Luis Suárez sustituyó a Apa en una declaración de intenciones de Miguel Rivera. Así, se estiró más el campo hacia afuera y hacia arriba, porque siempre uno de los delanteros se marchaba en ruptura hacia el costado derecho, y esto generó más espacios para Domínguez.
El andaluz puso la voluntad y las ocasiones, sobre todo desde fuera del área, desde donde mejor se maneja. Aunque a su alrededor el pasodoble sonaba redondo, fue él quien se vistió de luces para ponerlas todas en el juego del Real Valladolid B. Se movieron siempre los pies al ritmo que él marcaba y, como cuando Ponce se quita las zapatillas y baila, se sintió grande.
Sería su clarividencia la que tendría la recompensa a falta de algo más de quince minutos para el final. Luis Suárez lanzó un envío desde la izquierda hacia la derecha y Becerra, y el delantero, que fue el subalterno perfecto, la cedió de manera forzada pero genial para ‘El Maestro de Onuba’, que, sin dejarla caer, acariciaba la gloria mientras el balón aún volaba y caía con todo el peso de un gol. Y el remate fue la perfecta definición, puro arte, una estocada para un Guijuelo que ya no se levantó.
En el cuarto de hora final el Promesas pudo y debió sentenciar, lo que le habría valido no solo para alcanzar el Guijuelo en la tabla, sino también para superarlo por el golaveraje particular. Pero no fue la tarde de Becerra a la hora de matar, se ganó la ovación por su entrega y disparó varias veces con peligro, pero ninguna de esas oportunidades acabó alojada en la portería de un rival al que el brío le duró poco y que dejó en Valladolid unas sensaciones más bien pobres.
Seis partidos, seis, son los que lleva el Real Valladolid B sin encajar, elevando el minutero a los 573, mientras que los partidos sin perder son ya once. En San Sebastián de los Reyes, la ‘Pamplona Chica’, tierra de encierros, buscarán los de Miguel Rivera seguir sumando y consumiendo jornadas para el final. A falta de cinco, el filial suma 39 puntos, pase lo que pase hasta que termine la jornada, por lo menos cuatro más que el descenso.
Real Valladolid Promesas: Dennis; Apa (Luis Suárez, min. 46), Mario Robles, Velázquez, Moi; Miguel Marí (Alvarado, min. 88) Antonio Domínguez; Raúl, Javi Pérez, Samanes (Corral, min. 81); y Becerra.
CD Guijuelo: Kike Royo; Raúl, Ayala, Jonathan, Kevin (Fuster, min. 80); Nacho, Juanra, Borja, Ayub (Manu Dimas, min. 87); Manu Gavilán y Diego Suárez (Julián Luque, min. 63).
Goles: 1-0, min. 73: Antonio Domínguez.
Árbitro: Brea Peón (C.T. Gallego). Amonestó a los locales Apa y Marí y a los visitantes Raúl, Jonathan y Ayub. Además expulsó por roja directa a Nacho y al entrenador Jordi Fabregat.
Incidencias: Encuentro correspondiente a la trigésimo tercera jornada del Grupo I de la Segunda División B, disputado en Los Anexos ante unos cuatrocientos espectadores.