El Real Valladolid apostó en invierno por dos jugadores atípicos para un filial como Moi y Domínguez, salió bien y el año que viene serán parte de la primera plantilla

Foto: Sergio Sanz
Terminada la temporada del Real Valladolid Promesas con el objetivo de la salvación materializado, los recuerdos de una campaña dura se agolpan. Entre los muchos instantes que se vienen a la mente de cualquiera están las palabras de Miguel Rivera meses atrás, todavía en 2017, manifestando el anhelo de llegar al mercado invernal con un halo de vida suficiente como para que los cambios necesarios en la joven e inexperta plantilla que el andaluz manejaba trajeran la permanencia conseguida.
En estas, llegaron Dennis Díaz, Moi Delgado y Antonio Domínguez, fichajes particulares y atípicos en teoría para un filial por sobrepasar la edad que permite que un futbolista pueda formar parte de la dinámica del primer equipo. Con experiencia contrastada en la categoría, se priorizó que la aportaran por encima de esta circunstancia, y, por lo que pudiera pasar, además el club se reservó una opción de renovación materializada en el caso de los andaluces. Además, con total merecimiento.
Sus llegadas recordaron a las de Jorge Juliá e Higinio Marín dos años atrás; se trataba de dos futbolistas con buen pie que venían a reforzar posiciones débiles, como eran en este caso más reciente el puesto de lateral izquierdo y el rol de creador. La diferencia con aquellos es que entonces no se decidió apostar por darles una oportunidad en el primer plantel que sí tendrán los andaluces, quienes, no obstante, ya sabían lo que era ser importantes en Segunda B.
Moi y Domínguez vinieron a ser algo así como cabeza de ratón con esa oportunidad de reengancharse a la Liga de Fútbol Profesional si lo hacían bien. Y así lo hicieron. Vaya si lo hicieron. Casi desde el principio lideraron al Promesas en las facetas para las que están más dotados, el orden defensivo y la generación de un fútbol que en algunos encuentros fue tan vistoso que recordó al que practicó el filial la pasada campaña a las órdenes de Rubén Albés.
Desde la primera vez que se asomó al once titular, Moi cambió la cara a la zaga. Ordenado, solvente en el plano defensivo, certero e inteligente a la hora de escoger sus subidas por el costado izquierdo, entre él y Sali acabaron con la sangría que era ese sector hasta la irrupción del ghanés y la llegada del utrerano. Con permiso de Mario Robles, capitán, fue una suerte de líder, gracias a sus más de cien partidos en la categoría y a su inteligencia posicional.

No porque no fuera descollante su rendimiento ha dejado de sobresalir, debido a la gran mejoría que trajo y a una regularidad que le permitió ser de la partida siempre que estuvo físicamente en buenas condiciones. Poco estridente, se afanó en todo lo anterior demostrando que lo primero en un defensa es defender bien, y que él lo hace. Su nivel fue tal que probablemente si estuviera en edad debería haber sido valorado ya para el primer equipo.
Esa oportunidad, merecida, le llegará después de verano, como un Antonio Domínguez cuyo fútbol es evocador y convertido en una gran sorpresa por sus siete goles en diecinueve partidos y, sobre todo, por su arte. La fama de talentoso le precedía, aunque asombró porque lo demostró desde una posición más retrasada de la esperada, en el centro del campo, y no como atacante puro.
En apariencia a veces desgarbado, en sus primeras apariciones pareció el típico jugador ‘mentiroso’, hábil y versado en el juego de ataque, pero poco conectado con la globalidad del encuentro. Fue solo una sensación: poco a poco su incidencia fue creciendo hasta convertirse en el gobernador del mediocampo. Si tantas veces el Promesas dominó los partidos en la segunda mitad del campeonato fue gracias a que contó con un jugador de sus condiciones.
Además, su zurda es de oro, y así consiguió golazos como el de falta directa ante el Cerceda o la volea con la que dio cuenta del Guijuelo. A balón parado es un peligro, en el golpeo directo y en su capacidad de servir envíos de calidad, pero es mucho más que eso: técnico y con buena visión de juego, lidera y mezcla bien cuando su equipo es el poseedor del cuero, y si bien puede haber alguna duda con respecto a su posición una categoría por encima –parece, en efecto, más un jugador de tres cuartos pese a lo visto estos meses–, también por cuanto se ha visto de su carácter más allá del tapiz, acabó convirtiendo su promoción en una obligación.
Con todo, no por innovadora la fórmula aplicada con ellos deja de ser buena; al contrario: ha resultado todo un acierto recurrir a jugadores como ellos, momentáneamente descolgados de las dos primeras categorías pero con ganas de entrar de nuevo en esa rueda, todavía jóvenes y con proyección, de experiencia y calidad para jugar en un filial pero, aunque discretos en el plano personal, aún hambrientos.
Si llegaron con el afán de convertirse en líderes del Promesas y meritorios y merecedores de dar el salto, cumplieron. Y además encontraron la recompensa, merecida pero valiente, por medio de las renovaciones confirmadas. El primer equipo les espera, quién (se) lo iba a decir, quién sabe si en Segunda y en Primera.