Un gol de Míchel de penalti y uno de Plano en el añadido dan la victoria a un Pucela que pone fin a una racha de seis jornadas sin ganar

Foto: LaLiga
Por fin llegó el triunfo para el Real Valladolid, que llevaba cuatro jornadas consecutivas sin sumar los tres puntos. Llegada la séptima cita de la Primera División, los de Sergio González asaltaron el RCDE Stadium.
Porque lo merecieron. Porque supieron competir (otra vez) fuera de casa. Y porque por instantes, y gracias a un Toni que va un paso por encima del resto, los de Pisuerga fueron superiores. Una semana, tres partidos y cuatro puntos: broche al domingo y oxígeno.
Vestía bonito el feudo del cuadro blanquiazul, que con más de 20.000 aficionados presumía de su mejor entrada de la temporada. Había ganas de fútbol y eso que las piernas ya pesaban. Un duelo más en apenas diez días.
¿Y el calor? Ahí sigue, y eso que ya se despide septiembre. Los veintidós sobre el campo, que acabarían siendo veintiuno tras la expulsión de un discreto Calero, aguardaban el pitido del colegiado. Como el que espera el pistoletazo de salida. Preparados, listos, ya.
Sandro avisaba primero con un gran control y un disparo cruzado: una excelente maniobra, como muchas otras que dejó sobre el césped. Aunque (otra vez) sin premio, porque no vería portería. El canario ronda el gol, lo persigue, pero no remata. Ya llegará, eso dice Sergio. A ver si llega, eso dice la afición.
Minuto ocho en el electrónico y contrarrestaba Calleri, enviando un disparo al poste y metiendo más ritmo al juego de sus compañeros. Los pericos habían salido mejor al césped que sus contrincantes, aunque no duró mucho. El Pucela mejoró con el tiempo, como el buen vino. Los de Sergio esperaban bien plantados, atentos a los balones divididos y rápidos en la anticipación. Salisu (otra vez) mostrando seguridad, anclaba la línea de defensas. Y Míchel, señalado en la Cerámica por un torpe partido, le ponía pausa. Hoy sí funcionaba. Hoy sí se gustó con el balón.
Llegado el minuto diecinueve de partido, los vallisoletanos se hacían con un balón en la frontal. Lo robó Toni, que cerró (otra vez) la boca a muchos, puesto que su equipo juega diferente cuando él manda sobre el terreno de juego. Es eléctrico. Es desbordante. Es, en definitiva, Toni. Los que le conocen saben de lo que es capaz. En este caso, fue capaz de cazar un balón cerca del área, abrir a banda para la llegada de Sandro y esperar que le devolvieran la pelota. Su tiro lo atajó Diego López, que lo mandó a córner.
Momento decisivo. En el saque de esquina, manotazo a Plano dentro del área y penalti. El VAR lo confirmaba. Míchel a la línea de once. Templanza, disparo y gol: el primero y partido encarrilado. A partir de la pena máxima, el Real Valladolid se creció, mostrando en ocasiones su mejor fútbol de la temporada. Guardiola (otra vez) molestaba a los defensas del Espanyol, como una mosca de apellido indiscreto que ronda la comida durante una calurosa tarde de verano. Qué hambre tiene.

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Los locales, noqueados, preferían irse al vestuario y arrancar con otra cara la segunda mitad. Así lo hicieron. Pues salieron otra vez mejor que su rival. Sin cambio de esquema ni de fichas en ninguno de los dos bandos, los Darder, Marc Roca y compañía se hacían fuertes en el medio campo. El Pucela sufría. El Espanyol buscaba el empate. Calleri, en punta, transmitía peligro.
Sin embargo, pasado el sesenta y cinco de encuentro, Calero, que no Calleri -evítese trabalenguas- erraba en un balón dividido que caía del cielo y que disputaban él y, quien sino, Guardiola: en efecto, la mosca de apellido indiscreto. El delantero del Real Valladolid le ganaba la partida a su excompañero, quizás por eso de que se conocen, y tiraba larga la bola para quedarse mano a mano ante Diego López. El zaguero perico cortaba la acción de raíz, agarraba a la punta y lo hundía hasta el suelo. Era el último hombre. Roja y a la calle. El central clamaba al cielo: “¡El bote!”, palabrota incluida. Lo que quería decir era “¡Guardiola!”. Qué hambre tiene el chaval.
A pesar de estar con uno menos, los de David Gallego no se fueron del partido e incluso acosaron varias veces la portería de Masip. Este último, también señalado en la última jornada por un error que le costó dos puntos a su equipo, se mostró seguro en todas sus intervenciones. Se reivindicó, después de estar (otra vez) en el foco de las críticas. Pero el guardameta habla bajo palos con paradas, paradones incluso, como la que le sacó a Calleri en un disparo cruzado cerca del minuto setenta.
El último cuarto de hora lo dominó el Espanyol. No obstante, el Pucela, comandado por Kiko Olivas, que hizo de corta fuegos amparando a un Joaquín que había entrado por Salisú, quien acabó yéndose por molestias, daba síntomas de tener bien atada la victoria. Faltaba el tanto de la tranquilidad, el cual no llegaría hasta el último minuto de partido, en concreto en el cuarto de prolongación, gracias a una buena contra ejecutada por Míchel y culminada por Plano. El madrileño recibía en el área y con una calidad sobresaliente ajustaba el zapatazo a la esquina. Dos a cero y pitido final. El Pucela había asaltado el RCDE Stadium.
 
			