El fútbol de los años cuarenta no se parecía en nada al de hoy. Las botas pesaban más, los viajes eran una odisea y los entrenadores fumaban en los banquillos. Pero también había hombres que, sin apenas proponérselo, moldearon el carácter de clubes que aún hoy buscan un espejo ante el cual no exista la vergüenza. Antonio Barrios fue uno de esos artesanos.
Nacido en Getxo en 1910, criado a orillas del Nervión y formado en la cultura del esfuerzo, la vida deportiva de Barrios se convirtió en una historia de fidelidad, método y crecimiento deportivo. A orillas del Pisuerga entendieron muy pronto que lo que Barrios llevó de Vizcaya al Real Valladolid no fue solo el fútbol que había aprendido a amar junto a la ría, sino una manera de hacer las cosas que perduraría más años de lo esperado.
La llegada de Antonio Barrios, como tantas otras en la época, no fue rodeada de notorios titulares de prensa ni grandes presentaciones. El futbolista vasco llegó como un jugador más al Real Valladolid tras su paso por el Arenas de Getxo, uno de los históricos del primer campeonato de Liga. Zaguero aguerrido que defendía con determinación, como jugador ya mostraba una intuición táctica que le separaba del resto.
Su estancia en el césped del fútbol en Pucela se extendió casi una década, desde su llegada en los años treinta hasta su retiro en 1944. Ese desempeño le valió para ganarse un cariño y una confianza por parte de la grada que facilitó la unanimidad para entender que allí había algo más que un defensa cumplidor y abrir las opciones para prolongar su estancia en Valladolid. Eso sí, con otras competencias.
Del césped al banquillo del Pucela
El salto al banquillo fue natural dada su trayectoria en Valladolid. En aquella época, la figura del técnico apenas empezaba a profesionalizarse y Antonio Barrios ofrecía algo inusual con su conocimiento del juego, su querencia por la disciplina táctica y una gran capacidad de liderazgo que supo trasladar del césped a la banda. El vasco no tardó en demostrar que, juntando todas estas características, se podía vislumbrar un buen entrenador.

Bajo su batuta, el Real Valladolid logró pasar de Tercera a Primera División en apenas dos años. El conjunto blanquivioleta pasó de celebrar un ascenso modesto a transformarse, en tiempo récord, en un bloque reconocible, competitivo y ambicioso que en 1949 ya era equipo de Primera División. No, no fue un juego preciosista ni especialmente vistoso, pero logró sumar victorias, mantener la calma y crecerse cada jornada.
El momento más alto como entrenador le llegó en ese último año como técnico en su primera etapa en Valladolid. En 1950, el Valladolid de Antonio Barrios alcanzó con gran tenacidad la final de la Copa del Generalísimo. Ese equipo, construido a base de trabajo y sentido colectivo, se enfrentó en el partido decisivo al Athletic Club, máximo exponente del fútbol vizcaíno, tierra natal de Barrios y equipo ante el que ya cayó en 1942, en las semifinales de la misma competición pero siendo aún jugador en el equipo blanquivioleta.
Perdieron con estrépito ante un incontestable Athletic Club y ante el imponente Zarra (que marcó cuatro goles), pero lo importante fue el camino a seguir y la gloria de poder ser derrotado por aquel Athletic de Iraragorri en toda una final copera. Aquella final no fue solo una anécdota, sino un aviso de que el club estaba preparado para escribir páginas más grandes y seguir luchando por hacerse una reputación en la élite.

Barrios dirigió al equipo en tres etapas diferentes. La ya citada y fundacional, entre los años 1945 y 1950, un breve regreso en la 65/66 y un último servicio en la temporada 68/69. En todos los casos, más allá de su contribución, Antonio Barrios fue más un estabilizador y una guía que solo un entrenador de fútbol. Cuando el entorno se agitaba o la directiva dudaba, él aparecía para resolver los entuertos deportivos. En total, fueron 80 partidos los entrenados en el Real Valladolid, logrando 36 victorias, 20 empates y 24 derrotas.
Éxitos cerca y lejos de Valladolid
Más allá de lo que logró al servicio de la camiseta blanca y violeta, Antonio Barrios logró ser un entrenador de renombre y éxito en grandes equipos más cerca o más lejos de la capital vallisoletana. Tras esa primera marcha de Valladolid, Barrios fue pasando por diversas realidades de un lado al otro de la piel de toro, haciendo valer su capacidad para imprimir a sus jugadores los valores que le hicieron destacar con el Valladolid en los años previos a la década de los 50.
En su currículum, Racing de Santander, CD Málaga, Athletic Club, Atlético Tetuán, Atlético de Madrid, Real Betis, RCD Espanyol, Elche CF, Sevilla CF, Real Sociedad, Recreativo de Huelva y Osasuna, además de haber podido entrenar al equipo ‘B’ de la selección española de aquel entonces, un equivalente, con cierta licencia poética, de la actual selección nacional Sub-21, donde compartió espacio y banquillo con mitos del fútbol español como José Luis Saso (también mito blanquivioleta) o Pedro Escartín, dirigiendo a nombres destacados como Adelardo, Zoco, Marcelino, Chus Pereda, o Vicente Miera.
Antonio Barrios, figura recordada en la 2025/2026
Hoy, con el club entrando en una nueva etapa con nuevos propietarios, nuevo proyecto y nuevos códigos, el nombre de Antonio Barrios vuelve a aparecer como una referencia silenciosa a esa salvación y calma deportiva que significaba siempre el regreso de la figura del mítico exentrenador y exfutbolista del Real Valladolid. Por ello, el club ha decidido rendir homenaje a su figura a través de la campaña de abonados para la próxima temporada 25/26. 
 
La imagen de Antonio Barrios protagoniza la imagen del carné para los socios que decidan apoyar al Real Valladolid este curso, en un gesto que trasciende lo simbólico y conecta con el presente esos cimientos del pasado que deben perdurar y hacer creer en el regreso de días mejores. Barrios fue el arquitecto del primer gran Valladolid: el que ascendió desde Tercera hasta Primera en apenas dos años y el que, en 1950, disputó la primera final de Copa de su historia. Un legado emocional y deportivo que hoy, conviene recordar.
 
			