La temporada 1962/1963 tiene un vínculo oscuro para cualquier aficionado al Real Valladolid. Aunque es difícil que alguien lo tenga marcado, en esa campaña se vivió una goleada descomunal por parte del rival al que se enfrentará el Pucela este mismo sábado. Aunque, por un lado, fue un curso positivo y lleno de ilusión tras el regreso a Primera División del equipo blanquivioleta, con un equipo que se había ganado un sitio entre los grandes gracias a su empuje y su capacidad ofensiva, tuvo un duro correctivo en La Romareda difícil de olvidar.
El encuentro entre Zaragoza y Valladolid de esa campaña quedó grabado en la memoria de los que la vivieron. Una dura derrota sufrida ante el Real Zaragoza, próximo rival, que asestó una goleada que retrató las carencias de un bloque todavía en proceso de consolidarse en la élite.
El marcador dejó con el 6-2 final el duelo vivido en La Romareda entre un equipo hecho y un aspirante a crecer con paso firme en la élite, como dejaron claro los años siguientes al poderoso mazazo en el orgullo de los pucelanos sufrido en la casa del equipo maño. El golpe más duro de esa campaña y uno de los más duros de la historia del Valladolid, además de un claro aviso de lo que iba a exigir realmente competir al máximo nivel.
Una herida dolorosa para la historia del Valladolid
El Real Valladolid llegaba a aquel duelo con la moral alta, en parte gracias al rendimiento de dos de sus hombres más destacados, Emilio Morollón y José María Rodilla, que eran la referencia ofensiva del equipo. Morollón terminaría la temporada como segundo máximo goleador de la liga española con veinte goles marcados, confirmando su capacidad para marcar diferencias. El equipo de Ramallets, que había logrado el ascenso el año anterior, combinaba juventud y talento en su línea de ataque, pero sufría de irregularidad en la parcela defensiva, un déficit que el Real Zaragoza explotó sin compasión.

El Real Zaragoza, en cambio, vivía entonces un momento de claro crecimiento. Su gente disfrutaba de un equipo con una generación de futbolistas que pronto pasaría a la historia bajo el nombre de “Los Magníficos”. Jugadores como Marcelino, Lapetra o Santos estaban empezando a dejar su sello, con un fútbol vertical, valiente y con pegada. Esa tarde en La Romareda, los aragoneses desplegaron todo su arsenal ofensivo para someter a un Valladolid que nunca encontró la forma de frenar la marea blanquilla. La contundencia zaragocista en ataque fue tal que cada llegada se convirtió en una amenaza real para la portería pucelana.
El encuentro se desniveló muy pronto. El Zaragoza aprovechó errores en la salida de balón del Valladolid y la falta de coordinación defensiva para abrir brecha en el marcador con rapidez. La velocidad de Lapetra por la izquierda y la capacidad de Marcelino para aparecer en el área resultaron imposibles de contener. El Valladolid respondió con orgullo y logró marcar dos tantos, gracias a la insistencia de Morollón y Rodilla, pero fueron solo espejismos en un choque dominado de principio a fin por los locales. La segunda parte fue un ejercicio de resistencia que acabó en desbordamiento, con el Zaragoza firmando una goleada que dejó huella.
Un duelo que marcó el devenir blanquivioleta
Más allá del resultado, la goleada fue interpretada como una lección de madurez para el equipo vallisoletano. La Primera División no perdonaba concesiones, y la falta de solidez atrás se pagaba con severidad. El conjunto de Ramallets aprendió de aquella derrota y encontró un mayor equilibrio en las jornadas siguientes, lo que le permitió completar una temporada más que notable.

El Valladolid acabaría en cuarta posición, la mejor clasificación de su historia hasta entonces, lo que demuestra que incluso los días más duros sirvieron como punto de inflexión para crecer como grupo. A pesar de todo, los protagonistas de aquel encuentro no olvidaron fácilmente lo sucedido. Para los jugadores del Valladolid fue una de esas derrotas que se convierten en cicatrices colectivas, mientras que para el Zaragoza supuso una inyección de confianza que anticipaba lo que estaba por llegar con la consolidación de su famosa delantera.
Años después, los recuerdos de aquel choque todavía circulaban entre veteranos y aficionados, que lo señalaban como un ejemplo de lo implacable que podía ser la competición. La afición pucelana, que por entonces vivía con entusiasmo cada partido de un equipo que había regresado a Primera, recibió aquel golpe con frustración. Sin embargo, el carácter castellano, exigente y al mismo tiempo agradecido con el esfuerzo, transformó la decepción en exigencia hacia sus jugadores, que entendieron la necesidad de redoblar esfuerzos para no repetir errores semejantes. El fútbol, en definitiva, volvió a poner de manifiesto que un tropiezo sonado también puede servir de punto de partida para un crecimiento posterior.
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