Daniel Juan reflexiona sobre la diferencia de los valores inculcados desde la base en el fútbol y en el rugby
Un antiguo dicho británico que me escuece particularmente dice que “el fútbol es un juego de caballeros jugado por villanos y el rugby es un juego de villanos jugado por caballeros”.
Lo lamentable es que no tengo nada que objetar a la “frasecita”. Es más, reconozco la certeza del enunciado. No sé en qué momento de la historia el hermano pequeño del rugby se separó de las normas de buena conducta tan habituales en el deporte de la melé. Una pena.
En el rugby no tienen que esforzarse demasiado para enseñar a sus pequeños que deben respetar al rival y al árbitro aún más de lo que se respetan a sí mismos. Forma parte del ADN de ese deporte. Sin embargo, en el deporte rey tenemos que andar con pies de plomo. No es nada extraño encontrarse en partidos de fútbol base con faltas de respeto constantes.
¿Se gana algo con ello? Seguramente alguien responda que sí; o peor, otros respondan que no pero cada fin de semana se comporten como que sí. El resultado lo inunda todo, y la cabra tiende al monte. Parece que al ponerse algo en juego, y al elevarse el nivel de pulsaciones, en ocasiones, todo está justificado y todo vale.
Estoy de acuerdo en que el resultado y la victoria lo inunden todo. Eso sí, tenemos que cambiar nuestro foco. El resultado que debemos buscar es la educación y formación a través de la competición que más nos gusta: el fútbol. Nuestra victoria es hacer entender a nuestros jóvenes jugadores que la forma en que se consiguen las cosas es importante.
En mi opinión, el fútbol deja de ser un deporte de caballeros cuando está por encima de las personas. Es más, en ese preciso instante llego a detestarlo porque no me gusta ser parte del juego de los villanos. Los del rugby, nuestro hermano mayor, nos llevan ventaja, no podemos negarlo; pero lo que es más importante, nos demuestran que es posible que la esencia de un deporte sea el respeto, sean las personas.