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Tan querido, tan odiado

por Jesús Domínguez
10 de junio de 2016
en Noticias
Óscar || Foto: Real Valladolid

Óscar || Foto: Real Valladolid

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Óscar González vuelve a abandonar el Real Valladolid dejándolo en el sitio en el que lo encontró en su retorno y despertando filias y fobias a partes iguales

 

Óscar || Foto: Real Valladolid
Óscar || Foto: Real Valladolid

Cuando Óscar González retornó, lo hizo con el afán de devolver al Real Valladolid a la Primera División, única categoría en la que lo había conocido y a la que venía de caer, después de una temporada funesta. Y lo hizo, aunque volvió a descender. Y en ese sitio, en el que se lo encontró, vuelve a dejar el Pucela.

Cuando Óscar González volvió, se encontró con una afición dividida. Unos celebraban el retorno de un hijo pródigo; otros, le reprochaban que se hubiera marchado después de un descenso. Después de seis años, eso deja, de nuevo, dos ‘Pucelas’. Porque con él no hay término medio: o se le odia o se le venera.

De verbo fácil, va por libre; verso suelto. Aunque con gran ascendencia, no es tan líder como muchos hubieran querido. No agita a las masas, o no cabalgando ese verbo, para que le sigan en su galopar. Cuando las agita es porque es buenísimo, pero no porque viva de ello. Definitivamente, brindar al sol no es lo suyo.

Es un jugador de entrenador, como se suele decir comúnmente. También a ellos, o les gusta o no les gusta; o bien lo potencial (o lo intentan) o lo aborrecen o tratan de supeditarlo al grupo.

Y él también es así. O encaja o no encaja, no hay término medio. Así, conocidos fueron sus desencuentros con Juan Ignacio Martínez, pareció no entenderse con Gaizka Garitano y lo hizo bastante con Rubi, y mucho más con Miroslav Djukic. Apático con los dos primeros, su fútbol expresó más con los dos últimos. Y así llegaron un ascenso, un descenso, una decepción y un fracaso.

Por encima de todo ha sido genio, y en ocasiones, también figura. Sucede que a veces es lo mejor es enemigo de lo bueno, y aunque a buen seguro no habrá otro como él, sus caminos y los del Real Valladolid han de separarse; quizá, seguramente, sea lo mejor para todos, por más que a todos les pueda doler que así sea, y quizá, sobre todo, que sea en Segunda.

Por encima si cabe de los 73 goles que marcó en los 283 partidos oficiales jugados entre las dos etapas quedará una sensación: su fútbol es magia. Si le llamaban ‘El Mago’ es precisamente por eso, por su capacidad para sorprender; para, en un chispazo, en un abrir y cerrar de ojos, dañar a la defensa rival con un pase, con cualquier acción, y alcanzar el orgasmo del gol.

Convendrán todos, partidarios y detractores, que es único. Y él querrá demostrarlo allá donde vaya, que lo suyo no se ha quedado en el burdo juego de un trilero de ferias, cuyo movimiento adivina un ciego. Querrá negar que “para esto hemos quedado”, mostrar que dentro todavía hay algo, oculto, que no olvidado, aunque muchos lo parezcan hacer. Y olvidar él, también, que lo de este año solo ha sido una mala (pésima) temporada.

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