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Y de repente tener que madurar

por Jesús Domínguez
2 de agosto de 2016
Álvaro Rubio || Foto: Real Valladolid

Álvaro Rubio || Foto: Real Valladolid

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Una generación se despide de Álvaro Rubio, el ídolo silencioso, quizá no el más conocido, pero para muchos sí el más eterno

 

Álvaro Rubio
Álvaro Rubio

Lo recuerdo como si fuera ayer, aunque sea difuso algún detalle. Por alguna razón mi mente fija como entremés a ‘Los Simpsons’. El caso es que estaba yo sentado en el sofá de casa cuando en Antena 3 comenzaron los informativos. Una voz dijo que a continuación anunciarían qué crack del Barça iba a dejar el equipo, y yo me imaginé que sería Rivaldo. Al fin y al cabo, ya se lo había hecho al Deportivo, ¿no?

Seguramente mi madre todavía recuerde el disgusto. Mis lágrimas cuando, entre tornado y asalto en el sur de Estados Unidos, contaron que era Guardiola quien se marchaba; que se había aburrido, que buscaba nuevos retos y horizontes. ¿Cómo se puede uno aburrir de ser un ídolo?, me preguntaba. ¿Cómo al mío se le podía ocurrir que hay un horizonte más allá del que conozco?

Por más empeño que pusiera no entendía nada. Me sentí como si descubriera otra vez que los Reyes Magos no existen; engañado y a la vez apesadumbrado.

Han cambiado tantas cosas en estos quince años que la sorpresa de entonces hoy vendría precedida de un millón y medio de tuits, entre los que se agolparían memes, últimas horas y gifs. Y aun así me imagino el mismo vacío, tener que madurar de repente al llegar la oficialidad. Me imagino la misma tristeza, las mismas lágrimas, incluso. La negación, la incomprensión. El miedo a lo desconocido, en fin.

Me lo imagino porque pasa; porque ha pasado. De repente otra vez alguien se marcha. Es Álvaro Rubio quien se va; mientras él hablaba, lo anunció un tuit. Maldito pájaro, pensará más de uno… Como si Larry tuviera la culpa. Como si no fuera el tiempo lo que nos sobrevino. Como si fuera eterno. Seamos honestos: como si no nos lo esperáramos. Como si creyéramos que la incertidumbre no es más que un juego, que alguien vendría a decir que “es bromi”.

Se agotó su tiempo, y eso duele. Aunque nunca le abandonó el fútbol, cierto es que el paso de los años lo convirtió en taciturno, apocado, incluso. Y sin embargo, como es ídolo, pese a las decepciones, siempre lo creímos saltando por la ventana mientras todo ardía o agarrado a un madero mientras el mar todo lo engulle. Aunque con los años fue cada vez más con cuentagotas, se lo perdonamos; “peores son los otros”, pensamos, no faltos de razón.

Tener que despedirse del riojano es volver a ver ‘Verano Azul’ a los cuarenta y gritar a moco tendido que “del barco de Chanquete no nos moverán”. Es buscar en el cine a tu yo de niño antes de la proyección de ‘Buscando a Dory’. Es… Fue el final de ‘Compañeros’; llorar a Quimi y Valle. Es saber que a tu lado me siento seguro, y sin embargo ‘Europe’s living a celebration’. Qué cojones: es jodido. Mucho.

Hoy los niños gritan “¡¡¡siuuu!!!” emulando a Cristiano Ronaldo cada vez que marcan un gol. Como durante un tiempo imitaban aquel gesto de Ronaldinho. Pocos discuten al portugués y Messi la condición de ídolos, y a los que somos mayores nos embarga la melancolía pensando en “cómo hemos cambiado” cuando vemos que ya no hay botas negras ni ‘mikasas’.

Álvaro Rubio es el último recuerdo que nos quedaba de ese fútbol. De jugar en la calle, las mochilas en el suelo; del “gol o penalti” y del “fue alta”. Otros vendrán, quien lo piense estará en lo cierto, pero será distinto. Tendrán Instagram, Twitter, Snapchat, Telegram y harán Periscope, pero jamás los sentiremos tan cercanos, tan nuestros, tan del pueblo llano (porque hoy no te asegura serlo ni siquiera haber nacido en Las Delicias; maldito fútbol).

Para aquellos nacidos entre los últimos ochentas y principios de los noventa no habrá consuelo, no porque sea desconsolado el llanto, que también, sino porque con el inicio de la nueva temporada palparán ese vacío que los más mayores seguramente ya conozcan y los más jóvenes quizá puedan llenar. Después de diez años no recitarán su nombre en el once, y la boca les será insípida, pastosa.

El adiós de Álvaro Rubio lo sufre el Real Valladolid y lo sufre el fútbol, pero sobre todo lo sufre una generación en adelante huérfana, sabedora desde ya que muchos vendrán, y que ninguno como él; que bueno le harán. Una generación que perderá ese deje de la infancia que es idolatrar, que preferiría que fuera Rivaldo el que se marcha y que el vacío no se abriera paso entre tornado, meme o gif y asalto en el sur de Estados Unidos. Una generación, en fin, que se verá obligada a madurar. Porque madurar también es eso, aprender que los ídolos se agotan. Se van. Se lloran.

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