En menos de cien minutos en competición oficial, después de su debut con el Promesas y con el Real Valladolid de División de Honor, José Luis Sinisterra se ha ganado que las miras sigan puestas en él

Foto: Jesús Domínguez
Nadie lo conocía cuando saltó al Municipal de Guijuelo, pero una carrera bastó para que en las siguientes la afición local se mirara atónita, fijándose en él. “¿De dónde ha salido este chico?” pronto se convirtió en una pregunta recurrente hacia quienes se habían desplazado desde Valladolid. Tan pronto como subsanaron el error inducido por la megafonía, que había anunciado que José Luis Sinisterra había entrado por Mario Robles, y no por Santi Samanes como en realidad hizo.
Lo cierto es que se le estaba esperando. Para ser honestos, no como agua de mayo, puesto que el Real Valladolid Promesas había comenzado bien el curso, pero después del buen nivel que mostró durante la pretemporada a las órdenes de Rubén Albés había ganas de verle en acción. Por la demora en la recepción del tránsfer, tardó en debutar más de lo debido, y aquel estreno con el filial lo fue de modo oficial. Fueron veinticinco minutos los que disputó en Guijuelo, los suficientes para tener ganas de más; con cada balón que tocó generó algo.
El pasado sábado, aunque con conocimiento de causa y expectación generada, pasó algo parecido en Los Anexos. “¿Pero de verdad es tan bueno?”, preguntaba quien no lo conocía al que sí. La respuesta la daba con el tiempo el mismo que preguntaba. “Pues sí lo era, sí”. Porque lo de Sinisterra ante el Real Madrid fue una exhibición, mayor que la que ofreció con el filial en pretemporada en el rato que tuvo en Valdebebas y quizá a la altura de otras sufridas en sus carnes por otros equipos de División de Honor como el Sporting de Gijón.
Fue, como aquí se le apoda, un rayo, porque en un simple parpadeo dejaba atrás a su par. Amenazó pronto con el gol, marcó, asistió (con más o menos fortuna) amenazó con repetir tanto. Hizo tantísimo que se fue ovacionado en el minuto 66, como si supiera la grada que esos minutos habían sido de combate no solo con la zaga rival, sino también con el jetlag: debido a que tenía que arreglar unos papeles, había viajado diez días atrás a Colombia y acababa de llegar. Como si lo de cruzar el charco fuera una broma.
Rubén Albés, para entonces, ya sabía que se lo llevaría a Santander al día siguiente, aunque allí no jugó. Por la grada andaba Cata, director de la base del Real Valladolid y su principal valedor, y muchos ojos curiosos. Incluso Paco Herrera, que siguió durante un rato las evoluciones del ‘Divi’ y a un jugador que ya ha trabajado con él y, dicen, le gusta por su velocidad y descaro. Estas dos características no son baladí; por más que sea todavía juvenil, muestra tal vértigo, y a la vez tan poco miedo, que podría salir mañana en un partido de Segunda y sorprender.
Por el momento parece que se tendrá que conformar con otros entornos más ‘modestos’… aunque ya ha recibido trato de crack. Y es que si bien le instan en el entorno a mantener los pies en el suelo (y en ello está), al finalizar del partido se fotografió con un grupo de chavales que se quedaron prendados de su juego, incluso con alguno con la camiseta del Madrid.
Otros como Mito o Juan, también en dinámica del filial, no tuvieron esa suerte, aunque su actuación, como la victoria, también fue de campanillas. Si son capaces de mantener el nivel actual, será cuestión de tiempo que el uno llame la atención más si cabe desde la mediapunta y el otro como puñal en banda. De que igual que el café desprende aroma de crack también lo hagan ellos.
