Tras un comienzo de temporada dubitativo, el valenciano se ha consolidado como referente en el centro del campo con quince titularidades consecutivas

Era el partido perfecto para que el Real Valladolid terminara de creérselo. Después de lo que parecía la resurrección de sus cenizas en Mallorca, el Pucela estaba obligado a refrendar sensaciones ante un Mirandés combativo en Zorrilla. 1-0 en el marcador y los de Paco Herrera que parecen jugar con cierto freno, no con toda la decisión necesaria. Hasta que aparece él. Míchel, que tras recibir un balón casi por azar decide convertirlo en oro, en seda suave, con tan solo un medido centro al área. Directo a la cabeza de Villar, el 2-0 de la tranquilidad.
Y es que eso es precisamente lo que parece estar dando el centrocampista valenciano al resto de sus compañeros, tranquilidad. Un aplomo tan necesario como inalcanzable para muchos que lo intentan en esto del fútbol pero que se quedan a medio camino. Virtud de quilates difícil de alcanzar y que vale su peso en aurum.
Quién le iba a decir al aficionado de a pie en Valladolid, e incluso al propio Paco Herrera, que Míchel terminaría por volverse una pieza tan importante en un equipo de vaivenes. A veces victorias, a veces derrotas, pero el valenciano casi siempre ha sido capaz de mostrarse como una ficha clave en los esquemas. Y sino que se lo digan al propio entrenador, que después de darle cancha como titular por primera vez en la cuarta jornada ya no ha vuelto a renunciar a él de inicio. Nada mal.
Mejor bien acompañado
Por supuesto no solo es temple lo que Míchel está consiguiendo aportarle a este Real Valladolid. Es orden, es colocación, es coordinarse con el resto de sus compañeros y, lo que es aún más complicado, hacer que se entiendan entre ellos. Poco a poco y con el paso de los encuentros ha conseguido encontrar su hueco de manera definitiva. Bien lo saben Leão y Jordán, escuderos de lujo, que hicieron sufrir de lo lindo hace apenas unos días al Mirandés.
Precisamente este último choque vino a retratar lo que es este Pucela en el centro del campo. Míchel mirando siempre hacia arriba, en este caso acompasado con Jordán, y el portugúes cubriendo las espaldas. Una táctica arriesgada, pero que para el caso funcionó a las mil maravillas cortocircuitando el esquema burgalés, falto de oxígeno y físico. Ahí es donde Míchel sabe explotar sus verdaderas cualidades.
Esas que le permiten incorporarse al ataque cuando la situación lo requiere, sea para poner esos balones teledirigidos, para aventurarse en el uno contra uno -poco, pero en alguna ocasión- o para hacer gala de ese impresionante golpeo de media distancia que ya le ha valido más de una celebración. Y es que esta temporada lleva dos, que a buen seguro serán más.
Y todo porque Paco Herrera es el primero que confía en él, y Míchel sin duda tiene cuerda para rato. El ritmo de los partidos no cesa, en los que el centrocampista se ha ido creciendo a pasos agigantados en una situación que, por supuesto, también ha percibido la afición. Efectivamente, desde hace unas cuentas semanas en Valladolid suena Míchel. Y cada vez suena más alto.
