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Por la boca muere el pez

por Jesús Domínguez
12 de junio de 2017
en Noticias
Paco Herrera || Foto: Real Valladolid

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Paco Herrera se marcha del Real Valladolid después de una seguramente temporada no tan mala como para considerarla fracaso, palabra que él mismo ha utilizado

 

Paco Herrera 4
Paco Herrera || Foto: Rosa M. Martín

Si uno tira del medidor de opinión actual, las redes sociales, se encontrará con más detractores de Paco Herrera de los que quizá su trabajo, de forma objetiva, merece. Su marcha del Real Valladolid, oficializada este lunes, no viene más que a confirmar una sensación provocada hace tiempo por propias palabras –que si no alcanzaba el play-off se iría– y que el ‘amor’, que lo hubo, se acabó antes de lo que todo el mundo habría querido.

Lenguaraz, acertó en buena parte de los diagnósticos que hizo durante la temporada, aunque también erró. Quizá, de hecho, a la postre le pesó ser tan transparente y decir que no entrar en promoción sería un fracaso le pesó, pues añadió una presión añadida que colaboró a generar una atmósfera poco propiciatoria de un objetivo, con todo, cercano.

Tuvo que construir un equipo de la nada, con la práctica de la totalidad de la plantilla recién llegada, como él, y bastante joven. Llegó con la intención de que el suyo fuera el Real Valladolid de los centrocampistas, pero con el paso de las jornadas tuvo que claudicar y prescindir del rombo, puesto que otros modelos se ajustaban más a las características que más réditos daban al plantel.

Este jugó mejor de lo que decían los resultados durante un tramo del curso y, de no ser porque el fútbol va de marcar goles, habría sido de los mejores conjuntos de la Segunda División. Sin embargo, la falta de empaque se notó hasta el punto de que jamás se ganaron tres partidos seguidos, ni siquiera cuando mejor estuvieron los blanquivioletas. 

Sus reticencias al cambio de modelo llegaron a ser públicas en la victoria, pero no se pudo resistir. Aunque tarde, se tuvo que entregar a Raúl de Tomás, injustamente infrautilizado en algunos momentos en beneficio de un Jaime Mata más elocuente, menos pragmático y acertado. No obstante, no se puede decir que no lo intentó: utilizó distintas variantes hasta encontrar la tecla en Espinoza, decisivo desde su llegada tardía, ya que si bien había alternativas mejores al rombo, tampoco eran mucho mejores.

Siempre cercano, siempre familiar y siempre analítico, sufrió mucho en un año que prometía ser bastante más atractivo. Se responsabilizó siempre de ser incapaz de que sus jugadores alcanzasen una regularidad y abandonasen la desidia que abrazaban al saberse buenos, al encadenar un par de resultados positivos. Así lo manifestó en más de una ocasión: cada error tonto, que hubo muchos, le dolía.

Si hay alguien que le tiene que agradecer muchas cosas fue José, la irrupción del año, su apuesta desde el inicio, y a quien debió dar un tirón de orejas en un momento en el que se le vio perdido. Esta tónica, sin ser exactamente habitual, tampoco fue extraña: hizo varias llamadas de atención públicas a la plantilla durante la temporada, alguna vez, como al talaverano o a De Tomás, poniendo el foco sobre alguien a quien quería ‘picar’.

Sobrevivió la cinco derrotas consecutivas de la primera vuelta y el duro varapalo de Sevilla, que estuvo a punto de costarle el cargo. Incluso pese a que aquella debacle le dejó herido de muerte, no erró: el equipo iba a volar en los últimos diez partidos, decía, y así sucedió; cambió para bien y hasta mejorar los números de la primera vuelta. Al final, un gol, un solo gol, el de Miranda, impidió que la temporada le hiciera justicia.

Porque aceptando que cometió errores (y quién no), jamás se abandonó; se fajó hasta el último aliento en pos de un sueño, el de cosechar su tercer ascenso a Primera y el cuarto en total en su carrera. Si defraudó, en parte, fue por anhelar el éxito, y porque así lo repitió hasta la saciedad, no tanto porque quedarse fuera de los puestos deseados, pese a manejar el cuarto presupuesto más bajo de la categoría y terminar séptimo, realmente lo fuera.

Para él no entrar en play-off era un “fracaso personal”, una obsesión a la que prácticamente parecía condicionar su continuidad en el club. Una vez consumado el mal trago, por la boca murió el pez: no sigue, a pesar de ser, con sus aciertos también, una opción buena como pocas para un Real Valladolid en (continua) construcción.

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