Rafa, que volvió abrazado como el hijo pródigo que era, vuelve a abandonar el Real Valladolid después de una temporada sin brillo

Segundas partes siempre fueron buena, dice el dicho, aunque es obvio que cuando se generaliza no se afina. O, utilizando otro, hay excepciones que confirman la regla. Una de ellas es la de Rafa, cuya salida del Real Valladolid ha sido la primera firmada y anunciada de cara a la confección del nuevo plantel. El de Peñafiel se va dejando una sensación bastante alejada de la del niño que, hecho hombre, volvió para ganar.
LeBron James no hay más que uno, y en honor a al verdad, el impacto del central nunca fue tan elevado como el del alero de Akron (Ohio). Sin embargo, su second coming se vendió como si fuera a ser el encargado de devolver al Pucela a la élite. Pero desde el inicio se vio que, como mucho, volvía para sumar, algo que después no hizo tanto.
Titular en el arranque liguero, fue titular tantas veces en el primer cuarto del curso como en los tres restantes: ocho. Este fue el número de formaciones iniciales que acumuló en otras tantas jornadas, hasta que cayó lesionado y cedió el brazalete de capitán que Paco Herrera le había concedido a Javi Moyano, el natural.
Era pronto, pero fue el principio del fin, iniciado por las lesiones. Un convidado a última hora, Álex Pérez, fue el encargado de sustituirle y quien nunca más perdió la vitola de titular. Aunque reapareció semanas después, su momento ya había pasado –tan pronto–: (seguramente) Herrera ya había elegido. Esto no obstaculizó una segunda cadena de once iniciales, de cuatro encuentros, pero un segundo contratiempo muscular le volvió a frenar. Así, entre las jornadas quince y treinta no volvió a aparecer de partida, salvo en Copa del Rey ante la Real Sociedad, acumulando cuatro meses sin una titularidad.
Hasta el final, apenas apuntó muchas más muescas en su hoja de servicios. La última, en el Sánchez Pizjuán, ante el Sevilla Atlético, un partido del que salió como gran damnificado, puesto que desde aquella derrota no volvió a jugar, quedando como el señalado de la catarsis en la que se sumieron equipo y club hasta el punto de no entrar en buena parte de las convocatorias.
Con él se repitió lo sucedido con Borja Fernández: su vuelta estuvo lejos de terminar como cualquiera habría deseado, más todavía al tratarse de un canterano. Llamado a ser un peso pesado, el físico jamás le acompañó, y quizá tampoco la mente, cabe deducir de su deseo de salir una vez acabada la temporada. Ya lo dijo Sabina, “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”.
Corrió Rafa el riesgo de terminar como lo hizo, como otro producto de la Residencia como Óscar González, denostado por sus últimos años después de ser pieza importante incluso nada más retornar a Zorrilla, un estadio para valientes como ellos o como el gallego; valientes a los que serlo no les garantiza el éxito. Porque este solo depende del fútbol, y este, por desgracia, no fue su mejor amigo en sus últimos tiempos vistiendo la blanca y violeta.
