Pablo Hervías tratará de ganarse una nueva oportunidad en Primera División demostrando en el Real Valladolid el crecimiento experimentado en Elche

En el mundo del fútbol existen infinidad de tópicos. Uno, que cuando uno cambia de club es para relanzar su carrera. Por duplicado, este se puede aplicar a Pablo Hervías, nuevo jugador del Real Valladolid. Después de tres años en Segunda, con una continuidad creciente, este cambio debería servirle como impulso definitivo para abordar la élite.
Cuando uno juega cuarenta partidos en la categoría con apenas veintitrés años no se puede decir que esté estancado. Y sin embargo, quizá porque descendió con el Elche o sobre todo porque no ha terminado de confirmar las sensaciones de su estreno en Primera con la Real Sociedad, el extremo riojano parece haberse quedado así.
Lejos de ser ese el caso, su año en el Martínez Valero le sirvió para asentar o perfilar algunos rasgos que eran propios de su fútbol. A la etiqueta de jugador técnico le quitó, al menos en parte, el sambenito de individualista. Y aunque no terminó de ser decisivo en el plano estadístico, fue una de las escasas notas positivas de su equipo.
Ante la duda, una certeza: tan mal no lo haría (fue el segundo jugador de campo con más minutos, dato que puede servir para medir) cuando la SD Eibar, que se mueve en los mercados modestos con sapiencia y con acierto, decidió hacerse con sus derechos. No ser ya de la Real Sociedad puede suponer para alguno pérdida de caché, pero lo cierto es que sigue metido en la rueda, perteneciendo a un Primera y llamando a la puerta, que deberá derribar vestido de blanquivioleta.
Cambia por duplicado de entidad, pero no de estatus, puesto que encadena su cuarta cesión consecutiva. En Valladolid, en el Real Valladolid, puede tener el escenario perfecto para terminar de medrar, viendo que en el ideario que Luis César Sampedro ha mostrado hasta ahora durante su carrera como entrenador entra un perfil como el suyo, de atacante vertical y desequilibrante por banda. Ahora le toca a él.

Por los dos costados
Aunque se desenvuelve de manera natural en el extremo derecho, en ocasiones –no pocas– se le ha jugado también en el izquierdo. Encarador, profundo, de llegar hasta la línea de fondo, como los de antes, también tiene buena capacidad asociativa, fomentada sobre todo cuando juega a pie cambiado, por lo que mezcla lo clásico del puesto con lo que piden los técnicos modernos a un futbolista que juega en la posición en la que él lo hace.
El mayor problema que experimentó en su corta trayectoria fue la falta de continuidad, que hacía de él alguien un tanto apático. Así, por ejemplo, en el Real Oviedo fue intermitente, a pesar de que comenzó enamorando a la afición carbayona gracias a su sociedad con Susaeta. A la postre acabaría sumando más de una treintena de partidos –32–, aunque casi nunca acabó sobre el campo –tan solo once completos–. No obstante, sumó 1.842 minutos, el equivalente a media liga.
La tónica cambió el año pasado. Dio un paso adelante en este sentido y elevó hasta los veintiuno el número de encuentros disputados de principio a fin, llegó a superar los 3.000 minutos –3.052 solamente en liga– y solo tuvo que lamentar que la línea descendente del Elche desluciera su buen hacer (solo anotó dos tantos, pero dio ocho asistencias), ese que provocó el interés de varios rivales del Pucela para firmarle este verano.
Durante los dos cursos y medio que ha militado en Segunda (antes estuvo en Osasuna) apenas ha marcado cuatro goles, cifra baja para sus 78 apariciones y para quien quiere ser diferencial y volver a Primera, aunque como contrapartida mejoró en el aspecto pasador y en los centros, siendo igualmente generador de peligro en tres cuartos.
Así debe ser si quiere reivindicarse y demostrar que puede volver a jugar en Primera, ya sea en el lado izquierdo en el que ya está habituado o en el derecho que le es natural. Lo importante, en realidad, no es el dónde, sino el cómo.
