Aclaradas las dudas sobre su futuro, Toni Villa tiene ante sí la oportunidad para confirmar cuanto se vio de él en la cantera del Real Valladolid y en la Cultural y Deportiva Leonesa
La historia de Toni con el Real Valladolid no podía terminar así. No puede terminar así. Formado desde la categoría cadete en Los Anexos, desde no mucho más tarde de su llegada fue señalado como posible futuro integrante del primer equipo. Y tras mucho esforzarse, y de años cargando con el sambenito de jugador ligero y que por ‘pequeño’ no iba a llegar, no podía quedarse a tan solo un paso de que se cumplan aquellas predicciones. No puede quedarse tan cerca.
Diáfano, y en apariencia sincero (no hay por qué dudar de su verbo), le tocó salir a acallar los rumores que lo situaban fuera de la entidad, quizá más tarde de lo que podría y más tarde, seguro, de lo que a muchos les habría gustado (empezando por la afición). No juró amor eterno, ni, pese a lo que se pueda pensar, tenía que hacerlo. Bastaba con que dijera lo que, con rotundidad, dijo: se queda. Lo hace después de dudar –él mismo lo dejó entrever–, y con una mayor humildad de la que ven aquellos que sin oírlo de su boca creían que sí, que se quería marchar.
La duda, como el error, es humana. También querer medrar. Y tras lo sucedido el pasado verano en la cabeza, pudo pensar que una salida era la mejor opción para crecer. Como confirmó en su rueda de prensa, sin perder su vínculo con el Real Valladolid.
Hasta el cierre de la ventana de transferencia hay margen a que se produzca algún movimiento. Y nadie, por mucho contrato que medie, es esclavo de sus palabras; tan solo de sus actos. Si, como anunció, se queda (esboce aquí su sonrisa), la clausura del mercado estival será la confirmación de aquello esperado: llegó la ‘Hora T’. Su hora y la de cuantos le esperaban.
A sus veintidós años, todavía no ha debutado en Segunda División, y seguramente no sea porque no lo mereció antes. Antes de su salida a la Cultural Leonesa se hizo acreedor de una oportunidad que jamás llegó, primero por la necesidad acuciante del Real Valladolid de mantener la categoría y más tarde por el error de Paco Herrera y de quien no le supo hacer ver que tenía que esperar y ver más a aquel futbolista que terminaría descollando a las órdenes de Rubén de la Barrera, su gran valedor y quien más lo potenció.
El fútbol ficción y su rendimiento postrero indican que habría sido un válido recurso durante una campaña en la que el equipo –como siempre, como cualquiera– necesitaba talento. Justamente por eso también se antoja necesario: los futbolistas como él no abundan. Es diferente por desequilibrante en el uno contra uno, versátil y capaz de actuar en cualquier posición de la mediapunta (aunque mejor en medio), asociativo, como le gusta a Luis César (aunque la conduce) y de la casa, que también importa.
Aunque murciano, lleva en Valladolid el tiempo suficiente como para responder un “ojalá” cuando después de marcar un gol de bella factura en Zorrilla alguien comparte con él el deseo de que esa sea la tónica en adelante enfundado en la blanquivioleta. Y si bien todavía está lejos de la quincena de goles que llegó a hacer como juvenil (si es que alguna vez lo consigue), ha conseguido mejorar en esta faceta en León, donde marcó cinco, varios decisivos y bonitos.
Todo esto, que no fue capaz de demostrar hasta su confesión ante los medios, tendrá que demostrarlo en adelante. A un jugador capaz de llevar el ’10’ en el campeón de Segunda B sin sentirlo como un peso en sus hombros (por muy menudo que sea), hábil y maduro como para sortear rivales y responder diáfano, allí en la Cultural, y ahora en Valladolid, hay que concederle la oportunidad que merecía hace ya un año y que sigue mereciendo (más si cabe). Flaco favor se estará haciendo aquel que tras escuchar sus palabras no quiera entenderlas: mejor la ‘Hora T’ que ‘V de Vendetta’. Si tiene que demostrarlo, siempre mejor en casa.