Rubén Albés, Toni Madrigal y Rai Marchán vuelven este domingo a Los Anexos con un Celta B que busca las señas de identidad que triunfaron en el Real Valladolid Promesas
Foto: La Voz de Galicia
Mediodía de domingo de caras amables, de viejos amigos, de gratos recuerdos. De sonrisas, de reencuentros. De afouteza, sí, pero de agarimo. De disputar tres puntos y querer que el otro pierda, pero que luego lo gane todo.
Así se presenta el Real Valladolid Promesas – Real Club Celta B de este domingo, al que quizá la colonia de forasteros recién arribados sea un tanto ajena más allá de la disputa de tres puntos, pero fecha grabada a fuego en el calendario por quien tanto vivió el año pasado. En el campo, y también en la grada, que sintió orgullosa el compromiso con el escudo de la familia, que en eso se convirtió el vestuario.
Seguramente más de uno suspire al ver a Rubén Albés, Toni Madrigal y Rai Marchán con el enemigo, después de los dos años en los que los dos primeros fueron ‘uno de los nuestros’ y del último en el que lo hizo el mediocentro, precisamente a las órdenes de los mismos con los que hoy sigue trabajando. Fuero componentes si no de un equipo histórico, sí de uno que será recordado por aquella comunión dentro y fuera del campo en un año en el que tanta falta hacía la identificación.
Cualquiera que hable con ellos ahora que son do Celta no escuchará más que palabras de cariño al club y a todo lo especial que se generó a su alrededor. Si su actual conjunto recibió el apodo de ‘Panda Team’ por mor de una anécdota relacionada con una canción, el Promesas fue simple y llanamente lo nombrado: una familia, en la que la armonía siempre reinó incluso cuando los resultados no fueron los mejores (que también hubo baches, al inicio y al final del curso, aunque no sea lo más destacado).
La tendencia a fijarse en la puntuación y a la clasificación puede llevar a considerar que si fue todo tan bien fue porque la pelotita entraba, pero no. Influyó, por descontado, pero seguramente el origen esté en el curso anterior, que arrancó con Albés como entrenador, antes de dar paso a Borja Jiménez tras subir al primer plantel. Cuando se dio se vivieron momentos duros, de los que la plantilla se repuso gracias a la resiliencia a la que el cuerpo técnico siempre invitó.
En este sentido, seguramente por encontrarse en un segundo plano, puede que no se valorase lo suficiente la importancia de Toni Madrigal, quien comenzó trabajando con el vigués y siguió con el abulense. Su carácter templado (aunque no solamente el suyo: más gente aportó) y la cercanía de Rubén Albés con su trabajo, así como determinados ajustes técnicos y de plantilla, permitieron que el Promesas saliera adelante y salvara la categoría sin pasar excesivos apuros.
No es que alicantino fuera cable a tierra –quizá un poco también–, es que su perfecta sintonía y sincronía con Albés ayudó a que su mensaje germinara y aflorase como ellos querían, en forma de compromiso, ambición y resiliencia, una de las palabras más utilizadas por el entrenador durante la temporada y que no era fruto de un simple brindis al sol. Nacía en ellos (he ahí otra de las claves del éxito).
La pasión en la transmisión del mensaje por parte del gallego es de sobra conocida. De verbo fácil, cala rápido y hondo, no por intenso, sino porque parte del convencimiento total del que pronuncia el discurso. Denostado el año anterior en el primer equipo, aunque bien valorado por el que fue su vestuario durante esos escasos meses, demostró una gran capacidad de liderazgo y para la gestión de un grupo que, a su vez, tenía otros líderes; Rai entre ellos.
A Marchán no hay más que verlo (no va a haber más que verlo). Es su prolongación en el campo, pero no por capricho, sino por su capacidad de llevar a término los conceptos que desde la banda se le pide que aplique. Como en los Campos Anexos, en A Madroa y O Barreiro se percibe madurez en su fútbol, una que nace de su lectura del juego y de su carácter, como el de Manel Royo, otro de los más veteranos, un pilar fundamental entre bastidores.
En las cuatro primeras jornadas ha sido uno de los más destacados de un talentoso Real Club Celta B que no conoce la derrota, después de cosechar dos triunfos y dos igualadas, que se contraponen con el único punto cosechado por un Promesas que parece encontrarse en una fase demasiado primaria y, al menos sobre el papel, alejada de lo que es su rival. Así, no gustará en las oficinas, pero la comparación es –va a ser– inevitable.
Aunque es cierto que no hay dos equipos iguales. Ni siquiera que la continuidad en Los Anexos de los protagonistas de las líneas anteriores habría garantizado un éxito idéntico al pasado. Fútbol es fútbol, que diría aquel. A Valladolid aún todavía “construyendo equipo” (si es que alguna vez se deja de construir), haciendo gala de la afouteza (coraje) que es símbolo y eslogan de su nuevo club, pero también del agarimo (cariño, afecto) que, más allá de resultados, les hizo diferentes. Irrepetibles.