En apenas unos meses Jose Arnaiz ha dado el importante paso de debutar con gol este martes con el primer equipo del FC Barcelona

Foto: Sergio Sanz
Han pasado más de cuatro años desde que un joven tímido manchego llegó a Valladolid procedente de la Unión Deportiva Talavera. Lo hizo acompañado de otro –Fran Adeva–, por recomendación de Chuchi Macón, que lo había visto el año anterior en su club de procedencia. En Jose Arnaiz venía de marcar seis goles en su casa en División de Honor, pronto se empezó a vislumbrar un buen jugador, aunque difícilmente nadie podría haber adivinado cuánto lo iba a ser.
Aquel chico discreto que hoy sabe ya lo que es enfundarse la zamarra azulgrana del Fútbol Club Barcelona con el primer equipo no lo tuvo fácil; por más que se haya contado ya no deja de ser una evidencia. Primero porque en su primer año como profesional hubo alguna duda, no tanto de la dirección deportiva, que confiaba en él, como por parte de su entrenador, Rubén de la Barrera. Estas dudas vinieron acrecentadas por unos emolumentos elevados para lo que requería el momento y por una lesión que le tuvo meses fuera.
Cuando se reincorporó, como otros que no eran de la cuerda del técnico, empezó a entrenar en otras posiciones, como la de lateral o incluso la de central. Y al final jugó, pero más bien poco: apenas 320 minutos en ocho partidos. Hastiado, llegó a pensar en abandonar; en romper su contrato y volver a casa. El mérito de aquello unos dicen que fue de componentes de la actual coordinación de la cantera; otros, de la dirección deportiva anterior. Y es que ya se sabe, la victoria tiene muchos padres. Sea como fuere, fue una suerte que le convencieron para que continuase.
Él mismo habría perdido el tren, uno que de momento ya le ha llevado un poco lejos, a ser el jugador franquicia de un histórico como el Real Valladolid y el protagonizar un traspaso como el de este pasado verano, millonario para las arcas de la entidad varios años después y con visos de traer mayores beneficios económicos aún. Antes se hizo grande en el Promesas, paso obligado para los pasos que más tarde vendrían. Hizo once goles y empezó a asomar como un elemento interesante en una mala temporada global del Pucela.
Su movimiento favorito fue aquel gracias al cual marcó al Real Murcia: fuera-adentro desde la izquierda en conducción en busca de disparo abajo al palo contrario. No siempre le salió con éxito, pero lo buscó a menudo. Seguramente, pese a todo lo que vendría después, más que con el primer plantel, en el que llegó a ser utilizado tanto de nueve como de falso nueve.
Con el fichaje de Paco Herrera se dio un nuevo paso, también conocido. Se decidió apostar por varios talentos que habían conseguido salvar con cierta holgura al Promesas y Jose fue uno de ellos, confirmado por el entrenador pacense cuando apenas acababa de arrancar la temporada. Fue titular en el primer partido de liga y marcó, y rápido se ganó a la grada gracias a su arrojo, a la pasión que pone en cada carrera en busca del cuero. Fue una de las notas más agradables de otro curso decepcionante.
Quién sabe qué hubiera sido de él si aquel balón llovido del cielo contra el Oviedo no hubiera acabado en la red después de darle en la chepa… Con todo, los doce tantos se hicieron pocos para todo lo que sumó. Fue el rayo de luz entre la niebla, la fe entre el desastre. A lo que se agarró en un buen tramo de temporada un Real Valladolid necesitado de referentes. Aunque todavía joven, aunque todavía tierno en algunos aspectos, se echó al equipo a las espaldas en muchos momentos y fue justo el soplo de aire fresco que se necesitaba.
Por el camino seguramente cometió algún error. Para algunos, su marcha lo fue, en clave de club y de jugador. Pudo serlo, pero no. El tiempo no ha tardado mucho en darle la razón: su fútbol le reservaba –aún le reserva– varios pasos importantes más, como el de este martes. Los cuatro goles que ha marcado en este inicio de campaña no son nada si se tienen en cuenta las sensaciones, de atacante dominador de la categoría. De otra categoría.
“Es pronto para decirlo, pero Arnáiz tiene grandes cualidades. Tiene gol y da asistencias y tiene mucho desparpajo. Vamos a ver su crecimiento. Le tenemos visto y le seguimos”, auguraba Ernesto Valverde un día antes de hacerle debutar en la Nueva Condomina (estadio que ya había pisado en su época como blanquivioleta, en aquella temporada en que el Murcia compitió en el destierro después de ser descendido). Así, de las palabras del técnico se deduce que confía en él, hoy, pero también –y quizá, ojalá– de cara al futuro.
Mientras, en Valladolid abruman los recuerdos y la melancolía, la idea de “qué poco lo hemos disfrutado” y, ya, de “dónde ha llegado”. Tan solo han pasado unos meses desde que viste de azulgrana, pero es tan importante la cima que ha hollado ya aquel chico de Talavera que parece ha transcurrido toda una vida desde que Zorrilla dejó de corear su nombre como el de uno de los suyos. Un nombre que a buen seguro resonará otra vez más tarde que pronto, cuando vuelva, incluso si es enfundado en otra camiseta. Ojalá en Primera.
 
			