El Real Valladolid vence al Club Atlético Osasuna (2-0), termina la temporada en quinta posición y disputará la primera ronda del play-off de ascenso ante el Sporting de Gijón

El fútbol es un reflejo de la vida. Bonito cuando las cosas salen como uno quiere. Cruel cuando te pone la zancadilla una y otra vez. Absurdo, impredecible, emocionante. Como la propia existencia, vaya. Tan pronto estás arriba como muerdes la lona.
De esto último sabía demasiado el Real Valladolid, especialmente desde que bajara a Segunda División. Pero hay un elemento que, si se añade a la ecuación en el momento preciso, puede cambiarlo todo: la fe. La creencia de que, con trabajo y esfuerzo, todo puede (y va a) salir bien.
La suerte sonríe a los que la buscan y la persiguen de una forma casi ciega, sin importar el cómo ni el por qué. Con esa filosofía llegó Sergio González hace apenas dos meses al banquillo del Pucela y, con la última jornada ya concluída, ha vuelto a demostrar que la diosa fortuna poco tiene que ver con el azar.
Los blanquivioletas creyeron, aún cuando las matemáticas se empeñaban en mostrar otra realidad. Así llegaron a la última jornada ante el Club Atlético Osasuna con todo en su mano. Una victoria les daba el play-off. El José Zorrilla creyó y ahora festeja que este año sí se luchará por ascender.
La temporada reducida a noventa minutos en los que el Real Valladolid supo gestionar el vendaval de emociones, transistores y tensiones que acompañan a estos partidos. El choque comenzó con un ritmo lento, situación que favorecía a los rojillos, que con un empate y los resultados hasta el momento se colaban en los puestos nobles.
El Pucela, mientras tanto, se asemejaba al Guadiana: aparecía con las arrancadas veloces de Plano, Hervías y Toni, y desaparecía para mantener controlado el balón. El canterano dio el primer aviso serio al filo de la media hora con un disparo desde la frontal que se marchó desviado.
Fue desde una distancia muy similar y a balón parado (sí, el mismo que contra el Cádiz parecía alejar las posibilidades de los blanquivioletas) cuando Hervías abrió la lata. El riojano ni se despeinó a la hora de ejecutar un libre directo que, potente y bien colocado, se coló por la escuadra de Manu Herrera sin que pudiera hacer nada.
Los de Sergio González eran de play-off y la grada lo sabía. Las más de veinte mil almas los llevaron en volandas y, volcados en ataque, los pucelanos encerraron atrás a un Osasuna que no supo cómo digerir el golpe. Hervías volvió a tener la más clara con otro nuevo libre directo pero los puños del guardameta evitaron que la renta fuera mayor.
Sin mayores contratiempos, el Real Valladolid comenzó a gestionar los tiempos y siguió dominando el partido. La única mala noticia fue la amarilla que vio Míchel, la quinta, lo que le obligará a causar baja en el partido de ida ante el Sporting de Gijón.
Mata-dor dio la estocada final

Pero si hay alguien en esta plantilla que sabe lo que es trabajar es Jaime Mata. El pichichi lo demuestra en cada partido, sin importar si marca o no, y en el último partido de la liga regular no podía quedarse sin ver puerta.
Antes, Toni pudo poner el 2-0 con una jugada espectacular. Subió la banda izquierda sin oposición alguna, recortó, se internó en el área, se zafó de los defensas y acabó siendo derribado antes de poder ejecutar el disparo, aunque el árbitro no vio penalti.
Y eso que Osasuna había salido más despierto, con Xisco dando un susto a Masip al rematar de cabeza un balón que se fue rozando la madera. Entonces, apareció Mata, provocando un penalti y la expulsión de Lillo, que minutos antes había visto la primera amarilla.
Por mucho que Manu Herrera quisiera desconcentrarle, el madrileño no falló desde los once metros, aumentando su cuenta goleadora hasta 33 dianas y convirtiéndose en el jugador que más tantos consigue en Segunda División en una liga con veintidós equipos. La locura se apoderó entonces de la grada del José Zorrilla, que comenzó a corear ‘nosotros te queremos, Mata quédate’.
Pero a la hinchada del Real Valladolid aún le quedaba sufrir. Los rojillos no se rendían y Unai elevó a mil las pulsaciones de más de uno al cabecear un balón que se fuera por centímetros. Solo había que ver las caras de la gente para entender la magnitud de la situación: mucha expectación y cero confianza.
Plano, por dos veces, puedo sentenciar el encuentro, pero al final fue Masip el que, con una intervención salvadora, logró que el marcador no se volviera a mover. Con el tiempo a favor, el Pucela se centró en controlar el balón y dejar que los minutos pasaran, saboreando una situación que parecía imposible hace dos meses.
Con el pitido final, Zorrilla respiró para, acto seguido, celebrar la quinta plaza y que los suyos disputarán la primera ronda del play-off de ascenso ante el Sporting de Gijón, que con su derrota en el feudo del Córdoba termina la temporada cuarto.
En un final de temporada casi impecable, Sergio González ha obrado el ‘milagro’ con una receta tan simple como en ocasiones olvidada: humildad, trabajo y fe. Algunos dirán que fue suerte, pero bendita la fortuna de los que nunca se rinden.
