Juan Carlos Alonso, Antonio Aragón, Antonio Aragoneses, Francisco Arranz, Jesús Domínguez, Miguel Ángel García, Gerardo Pin, Eloy de la Pisa, Chus Rodríguez y Ángel Velasco relatan algunos de sus recuerdos grabados más a fuego en el Nuevo José Zorrilla.
 Hubo una vez un madrileño que escribió al recuerdo. De nombre Ismael Serrano, probablemente no haya surgido cantautor igual en España en los últimos veinte años. Cuando uno escucha tal canción, oye brotar de la boca de un grande versos hechos arte hasta llegar a la dichosa pregunta. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde los primeros errores?
Hubo una vez un madrileño que escribió al recuerdo. De nombre Ismael Serrano, probablemente no haya surgido cantautor igual en España en los últimos veinte años. Cuando uno escucha tal canción, oye brotar de la boca de un grande versos hechos arte hasta llegar a la dichosa pregunta. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde los primeros errores?
Si la respuesta la diese un Real Valladolid de carne y hueso, hablaría de que el próximo año se cumplirán tres cuartos de siglo desde que comenzó a errar y andar. Si resucitase José Zorrilla y hablase por el estadio que lleva su nombre, en cambio, diría que tantos como hoy cumple: treinta.
Desde entonces han sido innumerables las vivencias que ha contemplado. Impasible. En silencio. Como si no estuviese allí. Pero está. Padres, hijos, madres, hijas, abuelos, nietos, primas, tías. Todo blanquivioleta de bien -y los que no lo son, también- es consciente de dónde se encuentra su lugar de reunión. Allí donde ríen y lloran.
De recuerdos, como Serrano, hablaba una gallega de Boimorto años antes. Luz, la voz con mayúsculas de la antigua Gallaecia, afirmaba mirar atrás y buscar entre sus recuerdos cuando la pena caía sobre ella. Errores o no y exista o no esa saudade, suene de fondo Ismael Serrano o Frank Sinatra, algunos de los personajes del entorno del Real Valladolid rememoran en esta pieza alguna de sus vivencias en el Nuevo José Zorrilla.
Juan Carlos Alonso – Delegado del Real Valladolid División de Honor.
En la primavera del 2000, nuestro querido estadio vivió uno de sus momentos más emotivos, la despedida de uno de sus jugadores predilectos, Juan Carlos Rodríguez. Además, recibía en su césped a las mejores botas que podían acariciarlo. No eran otros que los Koeman, Alexanco, Eusebio, Guardiola… compañeros de ‘El Galgo’ en su etapa en el ‘Dream Team’, entrenados por Johan Cruyff y enfrentados en un tres en uno a otros futbolistas relevantes de la época e historias vivas del Pucela como Onésimo, Caminero, Benjamín o Turiel. Aquel homenaje fue retransmitido por televisión y contaba como comentarista con otro de sus predilectos, Luis Miguel Gail, y yo tuve la suerte de vivirlo muy de cerca, actuando de árbitro asistente.
Antonio Aragón – Periodista de la Agencia EFE.
Un amistoso ante el Palmeiras cuando el graderío todavía no se había vestido de blanquivioleta, Ronaldo Luiz Nazario de Lima mordiendo el polvo ante un Víctor colosal, la Peña Richetti y unas papas con mojo picón. Recuerdos soslayados de un aficionado esporádico que ya disfrutaba de la calidez de los vomitorios del ‘Estadio de la Pulmonía’.
Coliseo mimado. Coso de grandes faenas que resiste como puede el paso del tiempo y cuyas entrañas vomitan empatía, ilusión, camaradería, humildad… calor. Afecto que hace que los que acudimos a diario a desarrollar nuestro trabajo nos sintamos como en nuestra propia casa, donde el que te echa la bronca por poner los pies encima de la mesa lo hace con socarronería. Un estadio acogedor gracias a los encargados de engalanarlo, los cuales avivan su sempiterno espíritu con su infatigable predisposición a pesar de que ésta no se esté viendo últimamente recompensada como se merece: en metálico.
Antonio Aragoneses – Hincha del Real Valladolid.
Recuerdo muy bien ese día. Jugábamos contra el Villarreal (curiosamente igual que el primer día que fui al estadio) e iba a “pisar” el césped de Zorrilla para recibir un cheque con el dinero que se había recaudado una quincena antes para mi tratamiento. Estaba nervioso. Había estado muchas veces en la grada, pero nunca en la hierba, y menos con el estadio lleno de gente. Impresionante. Solamente me sale esa palabra para describir lo que sentí al estar enfrente de mis compañeros de grada y recibir la ovación que Víctor, Perternac y Llorente, entre otros, habían recibido en el mejor estadio del mundo. Sin duda la sensación de formar parte de algo más que un sentimiento me llenó de satisfacción. Zorrilla, mi Zorrilla me aplaudía a mí, y eso es algo que no se olvida. ¡Feliz cumpleaños, amigo!
Francisco Arranz – Columnista en El Norte de Castilla.
 El Estadio José Zorrilla es mi parroquia quincenal desde aquel verano de 1995 en el que el Real Valladolid bajó a segunda y mi abuelo Goyo me regaló el primer abono de mi vida por haber aprobado todas en junio. Sevilla y Celta amagaron con descender por impagos y una carambola del destino hizo que el Pucela -que empezó aquella temporada con Benítez y acabó con Cantatore- se librara del descenso y continuara un año más en la división de oro.
El Estadio José Zorrilla es mi parroquia quincenal desde aquel verano de 1995 en el que el Real Valladolid bajó a segunda y mi abuelo Goyo me regaló el primer abono de mi vida por haber aprobado todas en junio. Sevilla y Celta amagaron con descender por impagos y una carambola del destino hizo que el Pucela -que empezó aquella temporada con Benítez y acabó con Cantatore- se librara del descenso y continuara un año más en la división de oro.
Desde entonces me he sentado en el cemento de Preferencia B (delante de la Peña Amigos del Paso), en los asientos blanquivioletas de Tribuna B (eso sí, siempre con la preceptiva gorra para el sol), estuve unos cuantos años con la Peña Soto en Tribuna Norte, algún año más en Tribuna A con la calefacción, y desde hace varios años habito en Preferencia A, detrás de los banquillos. Este periplo se complementa con el año en que el club creó el cuerpo de Voluntarios al que me apunté y del que principalmente recuerdo tener que ir al estadio dos horas antes de los partidos.
En nuestro templo he llorado, reído, sufrido, cantado, pasado frío y calor, me he puesto unas veces moreno y otras veces pálido, he ido disfrazado, he soñado, he colaborado como voluntario, he maldecido a algunos futbolistas y también a algún que otro aficionado, he vibrado con goles y triángulos imposibles, he conocido a gente fantástica, he descubierto que el fútbol se ve muy distinto desde cada rincón del estadio, he aplaudido a rabiar, me he mojado, me he secado, he comido miles de bocatas en el descanso, he saludado a los futbolistas que salían a calentar (alguno de ellos hasta me devolvió el saludo), he buscado a otros amigos que estaban al otro lado del campo, he gritado y he protestado a los árbitros, me he puesto de pie y me he sentado diez mil veces, he pisado el césped, me he llevado las manos a la cabeza, he pedido la hora, he escuchado la radio, me he desesperado, he abrazado a mis amigos y sobre todo a mi hermano, he cantado cada gol como si fuera el más importante de la temporada…
No os quiero aburrir, así que os contaré un secreto: si algún día desaparezco y nadie sabe de mí, esperad a que haya partido del Pucela. Allí estaré yo, sentado en mi asiento hasta que el árbitro pite el final. Que como decía siempre un gran amigo, yo he pagado por ver todo el partido.
Jesús Domínguez – Redactor jefe de BLANQUIVIOLETAS.
Hace un par de días, en nuestro programa de radio, hablaba de unos cuartos de final que no fueron y de un resultado equivocado. Del qué pudo ser e Iturralde quiso que no fuese en unos octavos y del dos a tres ante el Salamanca que siempre recuerdo como un tres a cuatro. También de un dos a cero que ahora dudo que fuese siquiera tal resultado, pues tan solo recuerdo a Víctor marcar al Castellón. Jamás se han grabado en mí partidos con mucho detalle… salvo uno: el tributo al maestro Delibes en el partido posterior a su adiós. Recuerdo escuchar el silencio durante aquellos segundos de ídem, pero más aún los sucesivos de ovación. Y, cómo no, mis lágrimas. Lo que después pasó de poco importa ya. Lo que realmente queda es aquel regalo al cielo, aquel homenaje a don Miguel que derivó en ‘Pasarela Delibes’, quizá lo mejor que jamás he escrito.
Miguel Ángel García – Fundador de BLANQUIVIOLETAS.
Nunca olvidaré mi primera presencia en el Nuevo José Zorrilla: la semifinal de Copa del Rey frente al Deportivo de La Coruña de 1989. Era un chaval que apenas veía el campo entre el gentío apostado de pie en las gradas. Llegué tarde, pues la cola era infernal. El estadio, a reventar, y tras un partido agónico, conseguimos llegar a una final. Ese estadio tenía magia, la misma que se ha repetido cuando lo hemos necesitado.
Gerardo Pin – Antiguo administrador de Pasión Violeta.
Mi primer recuerdo de Zorrilla es entrar con mi abuelo al fondo sur, entre cientos de aficionados del Real Oviedo, ya que parte de mi familia es ovetense. Yo era un crío, pero me acuerdo perfectamente del buen ambiente que había entre ambas aficiones.
No obstante, si tengo un recuerdo bonito y de por vida es, en la temporada 1993/94, el abrazo que nos dimos mi amigo Julio y yo cuando Amavisca marcó el cuarto gol al Toledo, que sentenciaba la promoción y permitía seguir al Pucela un año más en primera. Y un último añadido, ¡qué grande Brito Arceo! Arbitraje tan casero como el de aquel día no le he vuelto a ver en mi querido José Zorrilla.
Gerardo Pin, socio del Real Valladolid, desde siempre, para siempre.
Eloy de la Pisa – Jefe de la sección de deportes de El Norte de Castilla.
 Semana Santa de… bueno, qué más da. Semana Santa. Era la primera vez que iba al estadio nuevo. Para un chaval de diecinueve años que vivía en Madrid, todo un acontecimiento. Jugaban el Valladolid y el Cádiz, y una negra nube asomaba por los páramos más allá de Zaratán. El partido no tenía excesiva trascendencia. Era un encuentro de esos de media temporada, en la que todo era un poco irrelevante. Pero, qué narices, era el primer día que iba al estadio de mi equipo. Estaba tan emocionado que apenas recuerdo la alineación de aquel día. Desde la Preferencia B, la proximidad del campo, del foso, de los jugadores, me tenía demasiado abstraído como para prestar atención a los que jugaban. Del Cádiz no recuerdo ni uno, y del Valladolid, solo un nombre: Rusky. “¿Por qué?”, se preguntaría Mourinho. No sé, pero es al único que recuerdo, peinando un balón en el centro del campo al saque del portero. No sé como quedaron, ganó el Pucela pero nada más, y el recuerdo vívido que tengo, eso sí, fue la bestial, apabullante, impresionante, descarnada y dolorosa granizada que cayó en el minuto veinte de la primera mitad. Recuerdo las carreras de los aficionados hacia la zona cubierta, recuerdo el campo blanco y, sobre todo, a jugadores y árbitro huyendo despavoridos hacia el vestuario. “Será posible -me decía-, vengo por primera vez y van a suspender el partido”. Ignorante. La granizada duró lo que duran las granizadas de primavera, y en seguida se pintaron las líneas de rojo y el partido se reanudó. Con balón rojo también, claro.
Semana Santa de… bueno, qué más da. Semana Santa. Era la primera vez que iba al estadio nuevo. Para un chaval de diecinueve años que vivía en Madrid, todo un acontecimiento. Jugaban el Valladolid y el Cádiz, y una negra nube asomaba por los páramos más allá de Zaratán. El partido no tenía excesiva trascendencia. Era un encuentro de esos de media temporada, en la que todo era un poco irrelevante. Pero, qué narices, era el primer día que iba al estadio de mi equipo. Estaba tan emocionado que apenas recuerdo la alineación de aquel día. Desde la Preferencia B, la proximidad del campo, del foso, de los jugadores, me tenía demasiado abstraído como para prestar atención a los que jugaban. Del Cádiz no recuerdo ni uno, y del Valladolid, solo un nombre: Rusky. “¿Por qué?”, se preguntaría Mourinho. No sé, pero es al único que recuerdo, peinando un balón en el centro del campo al saque del portero. No sé como quedaron, ganó el Pucela pero nada más, y el recuerdo vívido que tengo, eso sí, fue la bestial, apabullante, impresionante, descarnada y dolorosa granizada que cayó en el minuto veinte de la primera mitad. Recuerdo las carreras de los aficionados hacia la zona cubierta, recuerdo el campo blanco y, sobre todo, a jugadores y árbitro huyendo despavoridos hacia el vestuario. “Será posible -me decía-, vengo por primera vez y van a suspender el partido”. Ignorante. La granizada duró lo que duran las granizadas de primavera, y en seguida se pintaron las líneas de rojo y el partido se reanudó. Con balón rojo también, claro.
Chus Rodríguez – Director de Radio Marca Valladolid.
Llevo apenas ocho años en Valladolid, así que casi cualquier compañero puede tener más recuerdos que yo del Nuevo José Zorrilla. Aun así recuerdo mi primera vez en el estadio todavía como aficionado. Fue aquella derrota ante la UD Salamanca el año del ascenso en aquel partido previo a que el equipo empezase a ganar. A partir de entonces, prácticamente todos mis partidos han sido como periodista.
¿Mi mejor recuerdo? Narrar el gol de Víctor y Llorente contra el Espanyol por lo mucho que sorprendió en la radio. Además, también recuerdo con cariño el de Pedro López al Real Madrid. Aquel día, con aquel gol, todo el mundo quería meterlo en la radio -la sala de prensa estaba hasta arriba y era tarde- y los primeros en tenerlo fuimos nosotros.
Ahora las cosas han cambiado, pero los dos últimos años hemos narrado desde el último pupitre al lado de las cabinas porque a mí me gusta narrar con ambiente. Da igual cómo esté el tiempo y que me esté congelando. Yo disfruto haciéndolo así.
Ángel Velasco – Creador de ‘La Linterna de Ángel Velasco’.
Un abrazo de Jose Antonio Aramayo a Iván Alonso en el césped del José Zorrilla será siempre un recuerdo que tengo del Estadio José Zorrilla. Recuerdo la tarde, siete de abril de 1996, y lo hago destacando al joven cancerbero suplente del Real Valladolid jugando sus primeros minutos como portero del primer equipo. Estaba nervioso, pero el público estaba con él. Lo estuvo aún más cuando el equipo se quedó con diez a la media hora. Aquel día daba igual, la portería blanquivioleta estaba defendida por miles de personas.
Tal fue el apoyo de la grada y el partido del vallisoletano que solamente de penalty, por dos ocasiones, el Deportivo pudo traspasar la meta pucelana. Tras el pitido final de Brito Arceo, y mientras se preparaba el partido del filial que se jugaría después, Aramayo se acerco al jugador y le abrazó felicitándole por el partido y por los primeros minutos con la camiseta del equipo de su ciudad. El tiempo no le dio muchas más oportunidades a Iván Alonso, pero para mí siempre será importante ese portero, al igual que lo es y lo será Aramayo. Su abrazo es una imagen del Estadio José Zorrilla que no olvido ni olvidaré.
Así recordamos treinta años de historia en el último Blanco y Violeta.
 
			