Tras una lesión que le ha tenido apartado casi 100 días de los terrenos de juego, Jesús Torres regresa y debuta en División de Honor con su sello, el gol

No hay nada peor que dejar de hacer lo que te gusta por una lesión. Nada comparable a desear algo –en este caso un debut– con todas tus fuerzas sin que dependa de ti que llegue ese momento. No hay cosa más sulfurante para un futbolista que ver un terreno de juego a centímetros, sin poder pisarlo. Nada peor. Ni nada mejor que combatir todo eso de la manera en que Jesús Torres lo hizo en solo 65 minutos.
El 16 de noviembre pasará a ser una fecha que Torres no olvidará. Puede que para muchos sea el día en el que debutó con el División de Honor del Real Valladolid, con gol, pero va mucho más allá de eso. Supone el final a una agonía de 94 días apartado de su hábitat, del verde, y de 189 días sin disputar un partido oficial, fecha en la que, por otra parte, culminaba un año de ensueño.
Porque mientras que para el resto de mortales pasaba el tiempo, para él pasaban los goles. Día sí y día también. Hablando mal, los rivales casi afrontaban las citas conscientes de que un gol suyo estaba impuesto en el guion.
Sin embargo, ese curso solo era un trampolín para lo que estaba por venir. Algo tan ilusionante como disputar la séptima temporada con su equipo, con el escudo que siente, el del Real Valladolid, y en la máxima categoría juvenil, donde todavía no había tenido oportunidad de debutar. Lo que él no sabía es que esa primera aparición iba a conllevar tantas dificultades, tanta espera en silencio, tanto preguntarse cuándo será.
Pasaban los días sin tocar el balón por una lesión que llegaba en agosto, que parecía desbaratar una preparación inmensa que el ariete había realizado durante el mes de julio, consciente de que la pretemporada iba a ser fundamental. Pero lejos de rendirse, lejos de pensar en que la oportunidad se perdía, de que aterrizaba otro delantero y a un gran nivel, él sabía que a base de trabajo y de fe, volvería a sentirse lo que nunca dejó ni dejará de ser: futbolista.
Y un goleador nato. Eso lo lleva en la sangre, en esa diestra insaciable, que fue la primera en enterarse de que ese balón entraba, de que la espera había terminado. Seis meses después Jesús Torres volvía a disfrutar de un gol en sus carnes y, como los grandes futbolistas, compartió la alegría con quienes le acompañaron en este duro viaje. En este caso, Cerro y Camilo, que calentaban en la banda, y quienes sabían más que nadie lo que significaba ese tanto.
Más allá del hecho de que sea el primero, lo importante es que no será el último, y que pese a no servir para ganar el partido ha echado por tierra tanto tiempo de trabajo en silencio, como hacen los grandes. Él todavía no lo es del todo, ni falta que hace. Cuestión de tiempo será convertirse en ello en una temporada que ahora sí que empieza para él y que, al son de Estopa y de Orozco, como le gusta, se encamina hacia algo grande. No hay más dudas. Que sepas que hoy tiene sentido el tiempo perdido, sabiendo que –tú, fútbol– eres mi mejor casualidad.
 
			