El delantero brasileño llegó al Real Valladolid en enero de 2009 como uno de esos típicos fichajes tardíos de otras épocas. Le costaba moverse más que al perezoso de ‘Zootrópolis’ y solo fue capaz de marcar un gol

Hubo un tiempo no hace tanto en el que el Real Valladolid apuraba los últimos días de mercado como quien apura la noche hasta que le junta con la mañana por si pasa lo que entiende que tiene que pasar. Y luego no pasa, porque cómo va a pasar que uno encuentre al amor de su vida a unas horas tan intempestivas, frecuentemente en algún garito de esos de mala muerte.
Carlos Suárez era muy del deadline; siempre lo afrontaba como quien sale con sus colegas diciendo que hoy sí –“hoy pillo fijo”– pero no –“no será; bueno, como siempre”–. Y la verdad es que más de uno se lo compró, pues ya se sabe que no hay nada como un amigo con fe que te haga el aguante cuando los hielos te sientan mal o te equivocas con tu último delantero.
Pedro Oldoni fue uno de esos fichajes tardíos (firmó un 31 de enero), como todos, prometedor, pues tú no fichas a un tío pensando que te va a salir mal ni aunque solo hayas visto de él sus highlights de YouTube. Cuando se fue a hacer las fotos típicas la llevó con el exterior, que es una de esas promesas tan vacías como prometer cuántos goles vas a marcar o como besarte el escudo, pero, como se puede ver, en la foto que ilustra estas líneas queda bien (joder, si el chico hasta era guapo).
Cuando se sentó en la sala de prensa pasó una de esas cosas que te pasan cuando sales del bar aquel –yo no lo sé, a mí me lo han contado–, que primero te ciega el sol, pero luego te ves en esas y no sabes si realmente será buena idea, pero bueno, de perdidos al río. Al tipo le preguntaron por Mendilibar y su respuesta fue digna del meme ese de otro lusófono:
– Men…di…li…bar? Que é isso, non comprendo?
– O treinador.
– Filho de p***, agora sim entendo!
Podría ser peor; en fin. Solo había que ver a Ogbeche y Goitom. “Es distinto”, auguró Suárez. Eso decían; llegó del Atlético Paranaense con algún gol en los bolsillos y había llegado a sonar para otros equipos de mayor calado de la Primera División como el Valencia o como el Betis. Tanto prometía que el club se guardó una opción de compra por tres millones y medio –¡¡¡tres millones y medio!!!— por el 50% del pase –¡¡¡por el 50% del pase!!!–. Por desgracia, no se guardó otra para descambiarlo en abril.
No solo no desbancó a Henok Goitom (tipo un tanto infravalorado, por otra parte, aunque ese es otro debate), sino que además hizo que aquellos que habían pedido la llegada de otro delantero con más garbo prefirieran al poco estético pero muy sonriente sueco que al que le costaba más moverse que al perezoso de ‘Zootrópolis’. Acabó participando en solo seis partidos, apenas superó los doscientos minutos de juego y marcó solamente un gol. Si era un tanque, lo fue por su poca cintura. Si era un ‘killer’, que mi verdugo sea él.
Su hoja de ruta después de abandonar el Real Valladolid es más larga que la lista de la compra pre-cuarentena; hasta que se retiró en 2018 pasó por tantos equipos como rollos de papel higiénico acumuló la Asociación de Madres Previsoras antes del primer estado de alarma. En otros lugares en Europa tampoco le fue mejor: en Portugal marcó dos goles en dos años y en El Ejido ni eso (si bien es verdad que ahí no duró más que un mes antes de rescindir su contrato y volverse a Brasil).
