Pues una vez me contaron, que ‘Mágico’ González… Así suele empezar el relato. Una mirada atrás, una sonrisa pícara y una anécdota entre la fantasía, la realidad y la duda. Acostumbraba el talento de Jorge ‘Mágico’ González a nacer de cualquier situación que le rodeara en su paso por España. Pero quizá la mejor de las historias que se puede contar del ‘Mágico’ es que nunca tuvieron más peso sus excentricidades que su innata capacidad para jugar al fútbol. El amor por el balón lo convertía en un tipo insaciable, en un as del esférico. Sólo el césped convertía a ese desgarbado y delgaducho hombre aparentemente descuidado en un soldado de élite al servicio de la victoria y el espectáculo.
Jorge Alberto González Barillas nació en San Salvador un 13 de marzo de 1958. Quizá por eso de que era el pequeño de una familia de ocho hermanos, sus padres, Óscar y Victoria, no tuvieron problemas en permitir que el mejor amigo de su hijo menor pasara a ser, muy pronto, el fútbol. Con un balón recorrió el país, jugando desde joven en equipos como el ANTEL, primero, y el Independiente de San Vicente, después. De ahí saltó rápido al FAS, un club salvadoreño en el que disputó por primera vez el nivel más alto del fútbol de El Salvador.
Fueron tres años los que se quedó en el FAS, antes de que su mano a la hora de clasificar a El Salvador al Mundial de 1982 en España le empezara a destacar ante el mercado mundial del fútbol. Atlético de Madrid, PSG y Cádiz se interesaron ya por sus habilidades, pero su elección fue buscando un lugar que se convertiría en su oasis particular. Cádiz y el Cádiz CF se posicionaron de manera clara en el corazón de un ‘Mágico’ González que desarrolló gran parte de su potencial con el amarillo propio de su indumentaria. Desde su debut contra el Trebujena, en un amistoso previo a la temporada en la 82/83, quedó claro por qué le conocería todo el mundo con su apodo. Rápido de piernas y de cabeza, su elasticidad, agilidad y visión le convirtieron en una de las grandes atracciones del fútbol español. En el regate, un diablo, en la conversión, un especialista y en la imaginación, un mago.
Serían 84 partidos después cuando el Real Valladolid llamaría a su puerta. Él estaba cómodo en Cádiz, pero las desavenencias con su entrenador, Joanet, iban a dificultar su estancia en Cádiz. Poco a poco, empezaron a interesarse muchos equipos en su figura, entre ellos, de nuevo el PSG y el FC Barcelona, quien finalmente se quedó con ‘Mágico’ y se lo llevó a una gira veraniega con Diego Armando Maradona. Pronto entenderían que no iba a ser fácil controlar al astro salvadoreño y acabaron por descartar su incorporación, dejándole terreno libre a un Pucela que se aprovecharía de la circunstancia.
El frío no fue un gran aliado del ‘Mágico’ en el Real Valladolid. Si ya en Cádiz había dejado anécdotas curiosas que hablaban de su profesionalidad, la libertad que siempre había caracterizado al jugador en el sur y que le alejó de la posibilidad de brillar en todo un Barça con El Diego, acabaron por afectar también su trayectoria en el equipo blanquivioleta. Su gusto por la fiesta y su impuntualidad fueron vox populi y comenzaron a dar razones para preocuparse a sus técnicos. Según él, su mayordomo no lo despertaba y era común que se incorporara a mitad de los entrenamientos… o que no llegara a hacerlo.
El frío, el sueño y el “espía” que el Real Valladolid le puso para controlar sus escapadas nocturnas lo agobiaban en la ciudad del Pisuerga, donde sus compañeros de equipo aún cuentan mil y una anécdotas sobre su famoso Opel Kadett, asiduo de las zonas de fiesta a altas horas de la noche. En el equipo pucelano apenas disputó algo menos de 700 minutos, repartidos en diez encuentros de liga en esa temporada 82/85, poco antes de que el marcaje férreo del club le alejaran de Valladolid en dirección de unas aguas más tranquilas, de vuelta a su Cádiz querido.
Un genio con muchas aristas, que siguió en el istmo haciendo la vida mejor y más feliz a quienes se acercaron a verlo jugar o tuvieron la suerte de cruzárselo en cualquier affaire nocturno en la noche gaditana. Su baile entre los defensas rivalizó siempre con la fantasía de quienes decían haberlo visto en dos bares a la vez, rodeado de amigos, mujeres o fans. Un genio y figura, que en el equipo gaditano pasó sus mejores días de fútbol antes de regresar a El Salvador, en más de 200 partidos y con 74 goles anotados. Mientras, él, como siempre afirmó y nunca quiso desmentir, solo quería divertirse.
