Qué desmemoriado eres, fútbol, y con qué arbitrariedad los defenestrados se convierten en ídolos. Suele deberse a un gol crucial, a una actuación mágica inesperada o una muestra de compromiso inusitada. No importa que al protagonista se le intentara crucificar porque cualquier giro del destino puede transformarlo en el icono, en el héroe, en el referente, en el crack. En el máquina.
Eso he pensado estos días con Juanmi Latasa. El caro, el tronco, el engaño del Madrí, el pijo, el matao, el protestón, el tuercebotas que durante meses ha sido azotado con silbidos, recibidos no obstante con deportividad y sin bajarse los pantalones o aplaudir irónicamente: parece que hoy en día hay que ponerle una estatua a quien actúa con civilización, al que ayuda a una ancianita con las bolsas de la compra, pero en este Real Valladolid la normalidad resulta tan anormal que merece hasta recogerse en una columna. Pues resulta que ahora el malvado Juan Miguel Latasa se ha ganado el cariño del pueblo tras meses de hostigamiento. “¡Habrá metido muchos goles y revertido las críticas!”, dirá aquel que no viera el vergonzoso episodio del banquillo del domingo, con el delantero sudando del intento de agresión de Luis Pérez con Cömert, por fin desempeñándose como defensa, protegiendo al atacante. Latasa, en resumen, ahora mola simplemente porque se enfrentó verbalmente con el ínclito ‘2’ y lo mandó a pastar con el latigazo de la indiferencia y de la memoria: “Cállate, Luis, anda. Que estás para hablar, máquina”. Las sofisticadas técnicas de lectura de labios nos privaron de imaginar que en lugar de máquina le había llamado otra cosa también iniciada por M.
No voy a perder más tiempo ni palabras en esa absoluta vergüenza de enfrentamiento de compañeros en el banquillo, precedida hace meses por el enganchón en el vestuario de La Cerámica por Javi Sánchez y Luis Pérez contra Amallah. La falta de motivos futbolísticos provoca fijarse en lo extradeportivo e invita a reflexionar sobre cómo la afición, el público, forja su odio o admiración. No por haber sufrido el envite del estomagante Luis Pérez, el malo maloso del cuento de terror de esta campaña, debe ahora ovacionarse a Latasa… lo cual no significa que durante meses haya sido justo haberse cebado con él. Al madrileño le ha pesado la etiqueta, cinco millones de euros por el 50% del pase, un negocio innegablemente terrible pero del que él poca culpa tiene. La mirada debe levantarse hacia el palco. Sobre sus aptitudes, tampoco pienso que el ‘14’ haya sido peor que nadie o que la infame media blanquivioleta: ¿A quién se le ocurre poner a un delantero centro de 194 centímetros de estatura a correr balones al desmarque desde el centro del campo? ¿Por qué nadie pensó en que semejante planta suele funcionar si se le acompaña de otro atacante que aproveche su esfuerzo? ¿Por qué ahora que tenemos un portero que supera el centro del campo con el pie no probamos con otro estilo por si resulta que Latasa, dentro de sus innegables limitaciones, juega bien por alto? La mirada debe dirigirse hacia el banquillo y la pizarra.
Este año demanda hablar poco del verde y más de los gestos y actitudes. Tampoco el canterano blanco ha dicho barbaridades ni se ha encarado con los aficionados cuando estos le han reprochado, con motivos, su pobre rendimiento. Simplemente en las últimas semanas, algún perillo mediante y con el esfuerzo que ha mostrado desde agosto, se ha ido ganando algo de cariño. Cuando ha tomado el micrófono no ha amagado con la espantá sino ha asegurado -habrá que verlo, ojo- que tiene contrato y piensa cumplirlo donde proceda. Un delantero con tres goles en abril merece críticas… ¿pero y si pese a ese pésimo bagaje comparte el deshonroso título de máximo artillero del Pucela en Liga a ocho partidos del cierre? Este Real Valladolid nos empuja a pensar a la baja y no al alza: en vez de reclamar que un goleador de Primera roce las dos cifras -ya ves tú qué locura- tenemos que destacar que al menos suma tres y que no responde con cortes de manga cuando se le critica.
