Ni la mejor versión en semanas fue suficiente. El Real Valladolid volvió a perder, esta vez por la mínima ante el Girona de Míchel Sánchez. Aunque lo hicieron con orgullo y con momentos de fútbol reconocible y competitivo, los de Álvaro Rubio volvieron a marcharse del José Zorrilla con las manos vacías. El gol de Stuani en el minuto 80, tras una jugada a balón parado mal defendida, dejó al Pucela clavado en el suelo. Otro golpe más en una temporada donde todo, incluso lo que parece no desentonar, termina por torcerse.
Sin firmar un mal partido, el Real Valladolid no logró demostrar a su afición que tiene la capacidad de hacer que los asistentes a Zorrilla verán algo más que una derrota en 2025. El técnico vallisoletano apostó por una línea de cinco atrás y por un bloque medio dispuesto a salir rápido con Raúl Moro, Chuki y Latasa como referencia, pero no se llegó a convertir en premio la buena intención mostrada. Aunque durante buena parte del encuentro el plan funcionó, la segunda parte y sus imprecisiones acabó por ver cómo el Girona y Stuani hacían añicos esos brotes verdes tardíos.
Buena idea, capacidad creativa y ritmo… sin solvencia
El Valladolid sorprendió desde una hora antes del partido por un once que evidenciaba un paso adelante en cuanto a la propuesta. No solo por la inclusión en el once de Iago Parente, jugador del Promesas que ya estuvo en la anterior convocatoria, sino también por lo que parecía evocar con su planteamiento inicial. En el césped, las dudas se disiparon. Salía el Valladolid con Anuar y Henrique Silva como carrileros, en una línea de cinco con doble pivote por delante y un Chuki más presente por dentro que como extremo en zona ofensiva.
Esa intención desde la pizarra daba un marco bastante completo para tratar de hacer daño a un Girona muy venido a menos desde las sensaciones del partido de ida en la temporada 24/25. Ese marco táctico facilitó que se pudiera ver un Valladolid con más intención de crecer con balón, con capacidad de transitar rápido e incluso seguro en defensa a pesar de las dudas que dejaba la espalda de Cenk. A pesar de todo, ese paso adelante no supuso mejorar a nivel de acierto, que volvió a fallar para que el marcador no se moviera y diera la oportunidad a Stuani de llevarse el gato al agua. Perdonar, en estos momentos, es ponerle todo de cara al rival.

Con el bajón físico, desequilibrio
Sí se notó que, con el pasar de los minutos, el Valladolid fue perdiendo un poco el fondo y dejando más cómodo al Girona. El empuje del Valladolid en la presión no frenó, pero sí la capacidad para viajar con cierto orden y juntos.
Los carrileros empezaron a reducir su ida y vuelta y esa repetición de esfuerzos era básica para darle sostén y equilibrio a la línea defensiva para apoyar correctamente las basculaciones, que empezaron a poner en peligro el esquema defensivo del Pucela. En ese sentido, Anuar empezó a ser más extremo que carrilero y Henrique incluso situándose como interior. Una realidad que supuso que los de Álvaro Rubio fueran perdiendo, poco a poco, un orden que mantuvo el orden en el campo… y en el marcador.
De nuevo errores individuales que condenan al Valladolid
Y, a pesar de todo, el gol rival, más allá de la asiduidad de Stuani con este tipo de acciones casi al filo del final y entrando desde el banquillo, viene de una serie de acciones conocidas de sobra dentro de la catastrófica temporada del Valladolid. Los errores individuales volvieron a condenar a un Pucela que durante gran parte de la temporada ha visto cómo se le escapaban los partidos por situaciones parecidas.
En este caso fue Cömert, pero cuando no es un error individual, es una falta de intensidad que condena al Valladolid a la derrota. O todo unido. Lo claro es que este Valladolid vuelve a darse de bruces con la realidad incómoda pero evidente de que muchas de las piezas de esta plantilla no llegan al nivel necesario para competir en Primera División y que, colectivamente, haciendo casi todo bien, la suerte no decide quedarse tampoco con el equipo blanquivioleta.
 
			