No ha sido fácil la temporada, pero los dos últimos encuentros del Real Valladolid dejan ver tan pocas cosas positivas que cuesta reducir las claves de sus derrotas a solo tres. Un Valladolid apático, sin ideas, que vuelve a necesitar muchos cambios en el descanso para reafirmar su imagen y que, de nuevo, apenas se percibe un cambio sobre el césped que llegue a alimentar la sensación de que este equipo pueda levantar un resultado tan negativo. El Leganés se encontró la tormenta perfecta de un Pucela francamente hundido para hacer sus deberes, a pesar de que el resultado en Barcelona condicionara todo.
La desconexión total de la primera mitad para el Valladolid se convierte en una figura conocida tras el caso del Alavés en el José Zorrilla analizado la semana pasada, por lo que el análisis, una vez más, comienza a ser repetitivo. Quizá la motivación, el bloqueo mental y la ausencia de liderazgo puedan sonar a poco para ver un Real Valladolid tan pobre, pero quizá serían las claves a aportar si no quisiera complicarme demasiado la vida. A pesar de todo, he tratado de esforzarme para presentar algo que hable del partido más allá de esa no comparecencia de un Valladolid que no ha logrado, ni una sola vez, dar algo a su afición tras este año pésimo.
Imposible frenar a Yan Diomande
En Butarque hubo un nombre que brilló claramente por encima de los demás y desde el primer minuto. Yan Diomande volvió loco él solito a la defensa del Valladolid. El costamarfileño de 18 años fue un vendaval imparable para un Real Valladolid completamente superado y que vio cómo Candela se revolvía sin capacidad ante la lucha de este delantero, capaz de ser protagonista en casi todos los goles marcados por el conjunto pepinero. Dueño del ritmo, de los duelos y del balón, Diomande dio la asistencia a Javi Hernández y marcó el segundo gol del Leganés y sembró el caos entre líneas, apareciendo con libertad en zonas donde el Valladolid nunca supo cómo ajustar sus piezas para frenar el sangrado.
Con un físico arrollador y la destreza para revolverse cerca del área, su visión para encontrar compañeros se combinó perfectamente con una lectura táctica precisa y una velocidad imposible de seguir por parte de la defensa blanquivioleta, desbordando una y otra vez al equipo de Álvaro Rubio. Y lo cierto es que, a pesar de su soltura, no necesitó grandes alardes técnicos y le bastó con estar bien colocado, anticiparse y correr cuando nadie del Real Valladolid parecía poder seguirle. Su gol fue la guinda de una actuación redonda, pero lo suyo fue mucho más que un aporte goleador, pues la intensidad que mostró no fue nunca igualada por el Pucela en ningún momento del partido.

Con tintes dramáticos finales para el conjunto pepinero, Yan Diomande encarnó la lucha hasta el final para los aficionados del Leganés, dando una clase de ambición, empuje y hambre de ganar muy lejos de lo visto en el Valladolid durante todo el año. El equipo pucelano no encontró forma de frenarle ni táctica ni anímicamente y él lo aprovechó para consolidarse como uno de los grandes protagonistas de una tarde finalmente triste para un Leganés que lo hizo todo para seguir en Primera.
Un Leganés confiado en el error del Pucela
Era recurrente que la altura de juego del Leganés dejará sitio libre con cierta frecuenta a las posibles contras del Real Valladolid, pero lo cierto es que parecía ser indicación de Borja Jiménez que el equipo no recogiera cable pronto, confiados en que el Valladolid volviera a perder el esférico y que el equipo pepinero pudiera estar correctamente colocado para seguir con la presión en campo contrario.
El Leganés prácticamente no necesitó replegarse en toda la primera parte a pesar de que el Valladolid sí tuvo alguna ocasión en la que Moro pudo poner peligro. El equipo pepinero tenía plena confianza en su altura de juego para generar ocasiones y en que la presión tras pérdida fuera efectiva. Sabiendo, además, que la precisión de los de Álvaro Rubio no era la mejor, como se pudo ver en varias acciones, el balón volvería rápido a su poder para seguir peleando por el marcador.
Un Valladolid escaso de reacción
El Real Valladolid cerró la temporada con la imagen que ha marcado su segunda vuelta: un equipo sin respuestas ni capacidad de reacción. Ante un Leganés que salió a jugarse la vida y que dejó huecos de sobra, el conjunto blanquivioleta apenas mostró signos de rebeldía ni capacidad para adaptarse al guion que impuso su rival desde el pitido inicial.

Los goles encajados antes del descanso fueron un mazazo para el equipo, pero no justifican por sí solos la ausencia total de reacción y, por el contrario, muestra de nuevo errores que se han visto una y otra vez este año. Ni los cambios en el once, ni las modificaciones tras el descanso, ni los gestos desde el banquillo lograron despertar a un equipo que pareció asumir con resignación su destino.
El Real Valladolid volvió a mostrar carencias estructurales y emocionales muy lejos de lo exigible en el máximo nivel del fútbol español. Sin referentes en el campo y sin rumbo en el juego, lo preocupante no fue solo perder, sino hacerlo sin oponer apenas resistencia, sin orgullo. Un final que refleja a las claras y con crudeza los motivos del descenso y la dimensión real del desastre que ha sido este Pucela.
 
			