Con el escudo, sea de la forma o del color que sea, tenga o no ‘pelotitas rojas’, no se gana. Con el nombre tampoco, da igual que tengas condición de ‘Real’ o que al principio de tu nomenclatura hagas un ‘rebranding’ con la marca de una bebida energética. La historia es importante, vital, para entender cómo se ha llegado hasta el presente, qué aciertos y errores han llevado a una persona, a una nación o a un club de fútbol al estado actual. Nunca debe olvidarse, pero tampoco debe desvirtuar la realidad del ahora. La historia solo gana las batallas del pasado.
El Real Valladolid es un equipo histórico, no cabe duda. Sus 47 temporadas en Primera División lo avalan y son un argumento incontestable. Pero de nada sirve si aquel imperio hoy en día es un lugar cualquiera, en el que se vive cómodo, pero carece de grandeza. La historia debe respetarse, pero no imponerse. Este discurso no es conformista, más bien todo lo contrario. Por paradójico que pueda parecer, quizás la clave para resurgir sea empezar a conformarse con otros objetivos para dar pasos hacia adelante.
Para aprender a montar en bici son de ayuda unos ruedines, pero el contexto del Real Valladolid ahora mismo no es otro que el del niño que aún no se sabe tener en pie sin tropezar. Tras una temporada catastrófica que ha puesto un ‘broche de oro’ a una etapa, la de Ronaldo Nazário, que se ha ido desinflando hasta necesitar un borrón y cuenta nueva, hay que sentar unas bases sólidas. Y eso, precisamente, implica llevar a cabo un trabajo mucho más básico que el de regresar a Primera División inmediatamente.
Un Real Valladolid renovado
Muchos canteranos subirán al primer equipo, llegará un nuevo director deportivo acompañado de otro entrenador en lo que será una dupla que – esperemos – debe funcionar al unísono (no como esta temporada). En ese sentido hace falta algo que hoy en día en el mundo del fútbol es prácticamente inadmisible: la paciencia. Que las cosas se hagan bien no implica que se obtengan resultados inmediatos. En su día Old Trafford pidió la cabeza de Sir Alex Ferguson. Evidentemente no todos los casos son como el del escocés, pero la tendencia acelera a un ritmo vertiginoso hacia los rendimientos rápidos, ni sólidos ni sanos a nivel de proyecto. Restaurantes ‘fast food’ de la redonda.
¿A dónde quiere llegar con esto quien les escribe? A que, por ser el Real Valladolid y exigir, por historia, estar en Primera División, el equipo blanquivioleta ha sumado tres descensos en los últimos cinco años. Quizás, más que demandar que el club esté en la máxima categoría a cualquier precio, habría que reclamar un proyecto firme, tomar un camino más largo, pero más seguro, en el que, aunque se llegue más tarde, se disfrute mejor del destino – y, no nos olvidemos, del propio camino -.
La próxima campaña no se debería pedir el ascenso – que si llega, bienvenido sea -, se debería reivindicar el esfuerzo, construir los cimientos de una identidad propia y un estilo de juego, apostar por gente de la casa. El primer paso hacia la estabilización en LaLiga EA Sports con una nueva propiedad no debería ser ascender cuanto antes, sino ascender mejor. Debería ser confiar en el potencial de Arnu, Alani, Maroto, y un largo etcétera, rodear el talento de experiencia y de compromiso y que por fin directivos, plantilla y afición comulguen juntos.
Lo bueno es que el entorno es propicio para crear algo de cero. Lo malo es que, en un folio en blanco, es muy fácil manchar la parte que no quieres. La incertidumbre por saber quiénes serán los hombres fuertes de la nueva propiedad y qué idea tienen con el club también arrojan ciertas dudas. Más allá de que la teoría y la práctica pertenecen a universos diferentes.
Con todo, es importante recordar quién fuiste, pero también ser consciente de quién eres, y la respuesta nunca es la misma. La historia vende muchos libros y cuenta cosas interesantes de las que aprender, pero una vez que se va, no vuelve por sí sola. El Real Valladolid es un equipo histórico. Eso pertenece al pasado. El niño de color blanquivioleta volvió a darse de bruces contra el suelo, pero va a levantarse de nuevo con la esperanza de llegar, esta vez sí, al final del pasillo.
