La temporada pasada del Granada CF arrancó con una ambición clara de recuperar esa esencia ganadora y disputar el ascenso de manera inmediata. La continuidad de un grupo sólido, apoyado en una estructura de cantera bien trabajada y un puñado de fichajes para complementar el bloque, alimentaba la ilusión en Los Cármenes. Sin embargo, lo que empezó como un pulso convincente terminó cortado por la irregularidad, los cambios en el banquillo y una sensación de caída en el momento decisivo.
Durante las primeras quince jornadas, el conjunto nazarí sí parecía haber encontrado un cierto pulso necesario para competir por la siempre exigente zona alta, pero su irregularidad acabó por condenar sus ilusiones. El equipo granadino demostró poder defender un estilo combativo y fuerte en estructura, abonado a una dirección de juego desde el eje hacía las bandas, con piezas importantes en los laterales, con Carlos Neva o Rubén Sánchez, casi siempre proyectados verticalmente, y con jugadores clave como Trigueros, Sergio Ruiz u Hongla equilibrando esa creatividad en el centro del campo con la necesaria disciplina posicional.
En la sala de máquinas del ataque, Reinier (con más participación que éxito), Gonzalo Villar o Rebbach, pieza clave en el último tramo de la campaña. En la finalización fue Lucas Boyé el más destacado, replicando las sensaciones que dejó en el Elche y poniéndoselo difícil a Weissman o Borja Bastón para amenazar su importancia, pero con la ayuda de piezas llamativas como Tsitaishvili, cedido del Dynamo Kiev, que logró dar un empujón en cifras (desde enero, seis goles y una asistencia) en el último tramo de una campaña en la que todos los esfuerzos no fueron suficientes.
A pesar de los esfuerzos, el Granada apenas logró rozar los puestos de ascenso directo, con un tercer puesto que les duró solo para vivir una semana tras la jornada 11 y que no tuvo réplica hasta el final de la campaña. Fueron siete las ocasiones en las que el conjunto andaluz logró dormir en puestos de playoff, acercándose al reto marcado por el club para los sucesivos entrenadores que pasaron por Los Cármenes.
Guille Abascal (hasta septiembre), Fran Escribá (hasta mayo) y Pacheta (hasta final de campaña), este último rozando esa opción real de ocupar ese derecho a disputar el tercer puesto de ascenso a LaLiga, quedando a cuatro puntos de la opción. Es precisamente en ese tramo con el viejo conocido del Real Valladolid que el Granada puedo tener en su mano la gesta del playoff. En los tres partidos entrenados por Pacheta en Granada, el técnico burgalés logró dos victorias y una derrota.
Esa derrota ante el Racing de Santander evidenció de manera gráfica el impulso final acabó por precipitar el adiós al sueño, aunque ya estaba perdida la oportunidad desde la jornada anterior, al no fallar ninguno de los posibles oponentes que pudieran caer de la eliminatoria por el ascenso. Rozó, por tanto, con los dedos, Pacheta, a pesar de las dificultades por tener que destronar a alguno de los cuatro elegidos entre los que acabó por triunfar el Real Oviedo.
Un banquillo inquieto en Granada
La etapa inicial de un banquillo inquieto en el Granada la abrió Guille Abascal. El técnico quiso hacerse diferencial una propuesta reconocible y una estructura clara en la que poder opositar al objetivo final de luchar el ascenso con dominancia. Su equipo se articuló principalmente desde un 1-4-2-3-1 que priorizaba el control de la posesión y la ocupación racional de espacios, con laterales largos y extremos a pierna natural, enfocados en servir balones a una referencia ofensiva muy marcada.
En esos primeros meses, el bloque respondió bien, con líneas juntas, presión alta bien escalonada y un plan de ataque que buscaba la amplitud antes de acelerar por dentro, pero, cuando el rival ajustaba o apretaba con intensidad en mediocampo, el Granada sufría para progresa. Con esa falta de variantes ante bloques bajos y su escasa velocidad en la circulación, el equipo fue dejando malas sensaciones que desembocaron en la falta de confianza en Abascal y el primer cambio de la temporada en el banquillo nazarí.
El segundo en probar suerte fue Fran Escribá, el técnico que más aguanto la marejada de un equipo que sufrió de más en una categoría en la que se esperaba que los nazaríes fueran claramente dominantes. Lo hizo precisamente estabilizando el modelo y rehuyendo de esa intención de dominio, volviendo a la esencia y a la base de seguridad de un reconocible 1-4-4-2, con momentos en los que el equipo parecía muy plano pero que potencio dejar menos salidas para los rivales y facilitar el orden y la coherencia en el centro del campo. Con Hongla siendo ancla y Manu Trigueros (como volante o centrocampista organizador) o Sergio Ruiz, el mediocampo dio estabilidad a un Granada demasiado ambicioso.
Esa vuelta a la verticalidad por banda, centros al área y búsqueda de ventajas desde segunda línea, el Granada fue cogiendo cierto vuelo, en una racha que les acercó al objetivo y que acabó por firmar Pacheta tras la decisión de cesar a Escribá tras una mala dinámica final en la que los granadinos perdieron pie en la lucha por el ascenso, empatando ante el Elche y cayendo ante el Málaga (fuera) y el Éibar (en casa).
Demasiados puntos perdidos en casa y el miedo a no poder cumplir con las exigencias precipitó la decisión de contar por el técnico burgalés, que de en las tres jornadas finales que dirigió no pudieron obtener el premio final. Aunque Pacheta logró imprimir, en pocas jornadas, algo de su esencia en el sistema heredado de Escribá el tímido paso adelante ofensivo no acabó por ser efectivo a pesar de las victorias ante Depor y Castellón.


