A veces, el mejor fichaje es una idea. Después de un año muy convulso, atravesado por decisiones precipitadas en un club lleno de silencios demasiado ruidosos y una caída más que anunciada, el Real Valladolid se asomará a una nueva etapa. Con una propiedad renovada, una dirección deportiva totalmente actualizada y una estructura que empieza a cambiar sus códigos, el club afronta la temporada 25/26 con la premisa clave de sobrevivir al tránsito y trabajar en esa idea comprada como un tótem.
Tener paciencia será, por tanto, no una opción, sino una necesidad para aprender a entender las nuevas fórmulas y las nuevas decisiones de las nuevas personas y decisiones en un club que deberá ser también nuevo. En esa reconstrucción, pasar el mal trago del pasado es necesario, no para resignarse, sino para dar la oportunidad de mostrar las intenciones siendo conscientes del proceso, de las dificultades y de los retos, abiertos a una crítica siempre que toque, pero con la necesidad de pasar página con los platos rotos que dejaron otros.
La llegada de Víctor Orta a la dirección deportiva del Real Valladolid es un paso ilusionante. La visión global que tiene su equipo del fútbol da una oportunidad sin medida a un Pucela que deberá hacer malabarismos en cada mercado. Sin ir más lejos, el aterrizaje de Guillermo Almada en el banquillo es una muestra de esa búsqueda de horizontes nuevos, más allá de que fuera o no la primera, segunda o tercera elección, perfilar un técnico con voluntad para trabajar con los mimbres del Real Valladolid de cara a esta temporada en Segunda División tras todo lo pasado recientemente no debe ser sencillo.
La Segunda División no es un territorio para nada amable. Exige unos resultados inmediatos, la adaptación al barro y el conocimiento de los contextos necesarios para manejar una temporada larga. Pegas de sobra conocidas que suelen superar la realidad de que suele premiar los proyectos más coherentes. El Real Valladolid quiere y debe ascender, es una realidad clara, pero no puede permitirse improvisar como se ha visto en una última década que sonroja la historia de un club que se asoma al centenario.
Por eso resulta clave entender que este proyecto es, ante todo, a medio plazo. Esos tres años de pauta general, de cara a la dirección deportiva y al propio técnico, parece anunciar ese hecho. Aunque el objetivo sea volver a Primera, el camino no suele admitir atajos, ni del Valladolid ni de nadie. Y aunque la ansiedad de regresar rápido es comprensible, legítima incluso, puede ser peligroso para la solvencia del equipo no tener la paciencia necesaria. Si no se gestiona, la fe puede volverse desesperación y el nuevo Valladolid no puede permitirse el lujo de dejar de construir un proyecto solvente por la tentación de hacer un equipo que mire solo el reto a corto plazo.
Y eso no deja de mostrar la realidad de que, viniendo de la pasada etapa, donde la desconexión entre afición, dirección y plantilla ha sido dolorosa y más que evidente, el aficionado blanquivioleta necesitará referentes y pruebas de que la estabilidad es real y no una ficción bien contada, pero el club también necesitará tiempo para construir y convencer. La apuesta por una base joven, por entrenadores de ideas claras y una dirección deportiva con identidad apunta en la buena dirección. Pero ni Arnu será titular en septiembre por decreto, ni Almada cambiará la Segunda con una pizarra. Todo necesita recorrido.
Los fichajes que lleguen, las renovaciones que se cierren o los jóvenes que den el salto al primer equipo deberán responder a una hoja de ruta impuesta por un plan conjunto. Asumiendo que no todos los nombres gustarán, habrá perfiles desconocidos o apuestas que costará encajar, la necesidad debería ser mirar más allá. Estando seguro que algunos de los partidos del Valladolid no convencerán o que no todas las decisiones serán bien acogidas, cabe destacar que es importante que el club mantenga esa línea elegida, pues será mucho más fácil corregir posibles errores o enfrentar situaciones inesperadas sabiendo el camino del cual no desviarse.
El entorno ha de exigir que este nuevo Real Valladolid no debe seguir funcionando con los patrones del anterior, pero deberá haber un margen para mostrar el trabajo y huir de la fe o de la mera creencia para dar paso a la realidad y al examen lógico de la misma. En ese cruce de caminos, lo más difícil será contener la impaciencia lógica tras un año decepcionante.
Porque sí, está claro, el objetivo es volver a Primera División, a tu sitio, del cual nunca debiste salir y menos así, pero no a cualquier precio ni condenando un futuro posterior. Volver a insistir con una idea, con un proyecto, con un club que sepa quién es y a dónde va y que tome decisiones coherentes para construir ese futuro. Ese detalle puede ser la diferencia entre subir y permanecer. El nuevo Real Valladolid no necesita milagros, sino tiempo, criterio, transparencia y sí, también una afición que sepa mirar más allá del marcador y que juzgue con sensatez.
			
