El pasado domingo, en un partido determinante frente al Mirandés en LaLiga Hypermotion, el Real Valladolid vivió uno de esos momentos catárticos en cuanto a sensaciones y voluntades. En una segunda mitad que logró salvar los muebles, emergió un nombre que, con el paso del tiempo, había ido desapareciendo del pensamiento de muchos. Chuki, que empezó siendo clave en el Pucela hasta su lesión, irrumpió en la segunda parte como un soplo de aire fresco que permitió que el equipo no se desplomara en casa y que, además, encendió una llama de esperanza para seguir creciendo a la hora de jugar.
Y eso que el contexto no era fácil. El Mirandés se había adelantado en la primera mitad tras una falta que desnudó la fragilidad defensiva pucelana y, a partir de ahí, el Valladolid acumuló posesión sin capacidad de generar ocasiones claras. A pesar de su profundidad, girando el balón de lado a lado sin apenas penetrar por dentro, la grada empezaba a impacientarse, pues los minutos pasaban y el equipo parecía caer en esa inercia que tantas veces se traduce en frustración. Sin embargo, todo cambió en el minuto 67, cuando Almada decidió agitar la pizarra y dar entrada a Chuki.
Un cambio que encendió la chispa
Desde su primera intervención, el joven jugador alteró el pulso del partido. Buscó líneas de pase, pidió la pelota entre centrales y mediocentros, y empezó a conectar con los extremos y con los laterales que se proyectaban. Su movilidad, combinada con la de Tomeo y Alani, desordenó a un Mirandés que hasta entonces se había mostrado sólido y disciplinado. En apenas unos minutos, el Real Valladolid pasó de amontonar jugadas inofensivas a generar sensación de peligro real.

El dato es revelador, pues el conjunto local cerró el partido con veintidós disparos totales, quince de ellos dentro del área y con catorce saques de esquina. La gran mayoría de esas acciones llegaron con Chuki ya en el campo y no fue casualidad. Su capacidad para recibir entre líneas, girar rápido y acelerar la jugada permitió que el equipo ganara metros y ritmo. Fue el motor de esa presión final que terminó convirtiéndose en empate, cuando un pase filtrado desembocó en la acción que culminó Ponceau con un taconazo en el área pequeña. Una jugada en la que el joven canterano fue parte activa de la secuencia que dio vida al equipo.
Más allá de su aportación directa, lo más valioso fue su efecto en el entorno, pues contagió esa capacidad para elegir mejores opciones en esa zona interior, junto a Ponceau, Tomeo y Alejo. El público, hasta entonces apagado, se reanimó y se empezó a ver un Valladolid claramente superior. Los compañeros, antes planos, recuperaron la confianza. Cuando el ánimo se alinea con el juego, todo parece mucho más fácil y, desde luego, la entrada de Chuki tuvo un efecto más allá de lo futbolístico.
Chuki, más que un revulsivo
La coincidencia de su entrada con el cambio estructural en el planteamiento hizo que el Valladolid abandonara los choques torpes contra el muro del Mirandés y apostó por un bloque más alto, más insistente y enérgico y, sobre todo, con más ideas para crear por dentro y por fuera. Con él en el campo, el equipo no solo atacó más, sino que presionó mejor y entendió mejor la temperatura del partido. En la recuperación inmediata tras pérdida, su energía resultó fundamental para ahogar las salidas del Mirandés y minimizar el tiempo entre ataque y ataque.

Chuki jugó algo más de veinte minutos, pero los aprovechó al máximo para convencer de que puede ser un jugador clave para Almada. Convirtió un encuentro plano en un intercambio eléctrico, en el que el Valladolid, sin ser brillante, recuperó la sensación de poder competir. Su entrada coincidió con el tramo de mayor volumen ofensivo del equipo, donde los laterales se soltaron mejor, ya como carrileros; los mediocentros acompañaron el ataque, especialmente Alani; y las segundas jugadas empezaron a caer del lado local. Cada pase suyo llevaba intención y cada control parecía abrir una puerta nueva.
El mensaje que deja su actuación va más allá del resultado y de la notoriedad de su entrada desde el banquillo. En una temporada donde el Valladolid busca identidad y constancia, jugadores como Chuki son esenciales para sostener el discurso de Almada y la creencia en que este equipo puede seguir cerca de ambicionar una lucha por el ascenso. Y no, no fue el domingo su partido más brillante en números, pero sí en trascendencia por cómo generó un cambio clave.
