El Real Valladolid doblega con facilidad y buen juego a un inoperante CE Sabadell ya salvado y continúa buscando meter presión al Celta.
“Quien esté conmigo, que dé un paso al frente”, dijo el oficial de mayor rango. El silencio que sucedió a la orden quebró con el estruendo que provocaron tacos y talones. No hubo un solo titubeó. En sincronía el grupo avanzó, como si todos fuesen uno.
El almirante en tierra sonrió orgulloso, pero lo hizo para sus adentros. Mente fría corazón caliente. No hay confianza, no hay distracción. Una sola premisa ronda sus mentes: Somos Valladolid.
Qué entraña esta simple definición es algo que todos han interiorizado bien. Ser Valladolid es ser yo, tú, él; nosotros, vosotros, ellos. Es defender con la espada un escudo, con la lanza dos benditos colores.
Ser Valladolid es mostrar personalidad. Para jugar bonito y para jugar bien. Es luchar hasta caer en la extenuación; no darse jamás por vencido. Es sobrevolar el cielo cuando todos miran al suelo.
Cavar trincheras no dista mucho de cavar tumbas cuando enfrente están los soldados de Djukic. Tras cada palada el triste agujero amenaza con ser humilde morada de quien remueve y coloca en montones una tierra que en realidad no es más que un balón regalado y metros de margen.
Teniendo en cuenta la calidad de los Sisi, Nauzet, Bueno, Guerra, Óscar y compañía, por regla general, renunciar al trato del cuero es renunciar a vivir a cambio de morir de una forma en teoría menos dolorosa, aunque también para los puristas menos digna.
No pareció pensar el CE Sabadell en éstos cuando renegó del esférico en el Nuevo José Zorrilla. Ni tan siquiera el hecho de estar ya salvados les animó a presentar batalla, a creer que en ninguno de los casos la cara se la partirían de verdad si buscasen al Real Valladolid arriba, si tratasen crear al rival incomodidad.
Vieron viajar el balón de un lado a otro con la pasividad con que la masa inerte permanece impasible ante la brisa del mar. O casi, porque de cuando en vez las escalas eran verticales y se convertían en probabilidades de gol y sobresaltos para Mackay.
Djukic, que volvió a colocar a Sisi en el lateral, veía desde la banda como sus hombres llegaban una y otra vez a las inmediaciones del meta gallego, pero como bien el desacierto propio o bien el buen hacer del meta les impedía ponerse por delante en el marcador.
Después de que Peña, Javi Guerra y Óscar se topasen con la mala suerte, sería el lateral zurdo quien desharía las tablas tras una buena jugada iniciada por Álvaro Rubio -a la postre soldado caído, quizá para lo que resta de temporada- y trenzada por Sisi y Víctor Pérez, asistente final.
El cambio en el electrónico no provocó cambio alguno en el verde. Tampoco la variación de periodo. El Real Valladolid buscaba matar el encuentro en una de las infinitas ocasiones de gol, pero una y otra vez marraba -por ‘h’ o por ‘b’- ante el meta arlequinado.
El juego, en cualquier caso, era de bella factura, algo que por otra parte no es ya extraño cuando los blanquivioletas juegan. Bueno y Nauzet mostraban su querencia a juntarse en zonas con Óscar, tercer rey mago -que no el último- y así dejar los pasillos abiertos para que Peña y Sisi buscasen un centro certero.
Con el paso de los minutos el nerviosismo se instaló mínimamente en la grada, no tanto porque el Sabadell inquietase la meta defendida por Jaime como por el recuerdo de lo ocurrido una semana atrás. No llegó ni tan siquiera a convertirse en miedo, no obstante, pues los de Carreras no tiraron una vez entre los tres palos en todo el encuentro y apenas pisaron área rival.
Parecía morir ya el encuentro cuando apareció él. Cazó un balón a la contra y vio a Ian Mackay ligeramente adelantado. Sus compañeros antes habían intentado sorprender a Jaime por arriba, desde mucho más lejos, sin suerte. Y, sin pretender caer en el menosprecio, también sin la calidad suficiente.
Porque Nauzet es diferente. Cuando se viste de sí mismo es, quizá, el extremo diferencial dentro de la categoría. Pura fantasía canaria, da sensación de frialdad, pese a sus orígenes. El motivo, bien sencillo: un soldado de Djukic está obligado a no hacer amigos ni prisioneros en el terreno de juego.
En los tiempos que corren conviene mostrar la certeza y puntería del francotirador más experimentado. Probablemente Nauzet no lo sea, pero sin duda es de los que más calidad en el golpeo ostentan. Es capaz, además, de ser silencioso y sutil, como la definición que supuso el tiro de gracia al Sabadell.
Marcado el gol, buscó la complicidad de la grada y se presentó. Su saludo militar fue signo de respeto y reverencia hacia una grada que animó sin cesar al equipo, que una vez más ha mostrado querer coger con sus representantes en el verde el tren de primera. La falta de ánimo de combate para con el prójimo fue una forma de decir “todos somos soldados; todos esclavos”.
El sueño del ascenso es a lo que están sujetos plantel y ciudad. El actual estado anímico y de forma de quienes saltan al césped representando la blanca y violeta es el grillete al que se aferran unos y otros para continuar en el buen camino, aguardando un pinchazo ajeno.
Mano derecha a la sien, señal de no beligerancia y fe. Fe en que ese tropiezo se dé y gesto de advertencia al rival. Alguien lo acompaña de un grito en el frente: “Continúa la lucha. El buen juego y los goles son nuestras armas; Zorrilla el escudo. ¡Vigueses, no os descuidéis!, porque un error vuestro será nuestro triunfo; vuestra muerte”.
Soldados de Djukic, esclavos de un sueño. Hombres que caminan erguidos, que responden sin piedad a la señal de fuego. Una ciudad entera que quiere ser de primera.